Al comenzar el siglo XVI, el reino de Polonia se presentaba como una de las principales potencias en el centro-este de Europa. El reino se había formado en plena Edad Media, en el siglo XI. La Iglesia había desarrollado un gran poder y se había convertido en un pilar de la cohesión de la estructura política. A finales del siglo XIV, el reino pasó a estar regido por la dinastía de los Jagellones, originaria de Lituania, conservando bajo su cetro también el gran ducado de Lituania. Posteriormente, en 1569 se establecería la Unión de Lublin, es decir, la unión perpetua del reino de Polonia y del gran ducado de Lituania. Pero la monarquía polaca era electiva, un factor que podía generar inestabilidad, justo en un momento en el que comenzaba el proceso de consolidación de los poderes monárquicos en Europa, principalmente en los reinos de Occidente. Pero la dinastía de los Jagellones era muy sólida y después de Casimiro IV, que reinó entre 1447 y 1492, se consiguió elegir sucesivamente a miembros de la familia sin grandes sobresaltos. Sus tres hijos fueron reyes. Alberto reinó poco tiempo, hasta el año 1501. Su hermano, Alejandro I tampoco estuvo muchos años en el trono, ya que solamente llegaría hasta 1506. Por fin, más duradero sería Segismundo I porque reinaría hasta 1548. Su hijo, Segismundo-Augusto le sucedió en el trono, reinando hasta 1572. Así pues, entre mediados del siglo XV y 1572 la estabilidad en la cúspide del reino estuvo asegurada.