Antídotos contra la decepción política
- Escrito por Rafael Fraguas
- Publicado en Opinión
¿Cuántas decepciones más nos aguardan a los españoles respecto de nuestros dirigentes políticos? La cadena que se inició con Juan Carlos de Borbón ha continuado ininterrumpidamente desde que el titular de la Corona decidiera anteponer la satisfacción de sus apetitos personales a sus responsabilidades como Rey. Vino luego la mentira masiva de José María Aznar al atribuir a ETA, a sabiendas de que no lo era, la autoría de los atentados islamistas del 11 de Marzo, 192 muertes, tras haber metido a España en una guerra que movilizó en su contra a millones de españoles. No pasó mucho tiempo hasta que un político pretendidamente audaz, Albert Rivera, lograra una sorprendente victoria en Catalunya aventando la fórmula de un necesario centrismo para, poco a poco, ir escorándolo hasta posiciones derechistas extremas que guiaron su partido y su causa hasta la irrelevancia.
El reventón sociopolítico experimentado en las calles de todo el país tras el movimiento del 15 M cristalizaría, en parte, en la formación política Podemos. El hastío generalizado hacia las disfunciones del bipartidismo enraizó en la opinión pública, señaladamente juvenil, con sorprendentes resultados electorales. Empero, sus dirigentes, sobre todo su líder Pablo Iglesias, linchados premeditadamente por la derecha extrema en una campaña de acoso y derribo judicial y personal sin precedentes, adoptaron actitudes reactivas propias que les han llevado a una consunción política insólita y acelerada. Mariano Rajoy, dirigente del PP caracterizado por su pusilanimidad, decidió pasar la tarde de una moción de censura alargando la sobremesa en un restaurante mientras el Parlamento decidía su relevo sin siquiera defenderse.
Esperanza Aguirre, que ha permanecido al mando del Gobierno regional durante décadas rodeada de corruptos cuya conducta, según dice, desconocía, pese a todo ello, en vez de albergarse en un cómodo retiro agradeciendo que los jueces no le hincaran el diente, prosigue sus campañas malmetiendo en las erráticas conductas de sus émulas y herederas, Cifuentes, apartada del poder regional por sus mentiras y Ayuso, aún en candelero, hasta que Miguel Angel Rodríguez, la mano que mece su cuna, se pase de listo y, más temprano que tarde, la precipite en la desgracia política por cruzar la lábil raya entre el celebrado casticismo y la imperdonable chulería.
Hoy asistimos al enriscamiento en posiciones reaccionarias de dos dirigentes socialistas, Felipe González y Alfonso Guerra, así como de otros conmilitones de inferior rango, que en su día desempeñaron puestos relevantes en el proceso de masas, antifranquista, denominado transición; no lo olvidemos, proceso coral, obrero, estudiantil, vecinal y proto-feminista, que sacó a España de la dictadura y consiguió el acceso a libertades democráticas secuestradas a los españoles por aquel retrógado criminal y mediocre que estuvo enterrado en Cuelgamuros más de cinco décadas. El populachero González y Guerra, su linguaraz ex escudero, han vertido sobre sus propias hojas de servicios a la democracia excrementos tóxicos que pueden guiarles a la damnatio memoriae, aquella fórmula póstuma romana que anegaba el recuerdo de quien se entendía que no merecía ser recordado. La cadena de decepciones descrita puede, con seguridad, ser completada por los lectores con muchos otros casos.
En base a lo escrito, cabe preguntarse sobre qué es lo que sucede entre la denominada clase política española para que titulares importantes de esa actividad, defrauden las expectativas depositadas y decepcionen con tanta intensidad a quienes creyeron en ellos, votantes, amigos y compañeros. Como se sabe, los dirigentes políticos pueden ser clasificados por su emotividad o falta de ella; por su actividad o pasividad ante lo sobrevenido; y por su primariedad o secundariedad, esto es, por si se guían por el presente o más bien recurren al pasado o al futuro para inspirar sus actos, según el pensador francés Pierre Reouvin. Con estas categorías cabe clasificar a los líderes políticos en un manojo de líneas de conductas; por ejemplo las de un personaje emotivo-activo-primario, como Adolfo Suárez; o bien no emotivo-activo-secundario, como Santiago Carrillo…; categorías que pueden ser complementadas con otras, tales como las del doctrinarismo o el pragmatismo, o por la tríada entre agitadores, teóricos y organizadores que subrayara el politólogo estadounidense Harold Lasswell.
No obstante, desde España, a esta categorización podemos añadir dos conceptos clasificatorios más, a saber: el grado de formación propio, vital y cultural, más un nuevo concepto, aquí propuesto: la sobrantía, es decir, el grado de exaltación del ego que tal político o tal otro muestra. Se trata de la máxima expresión de la chulería, altanería en clave local hispana difícilmente soportable por las sanas gentes de a pie.
Estos dos conceptos, complementarios de los arriba enunciados, pueden contribuir a explicar casi todos los casos descritos para España. El personaje signado por la sobrantía, el sobrado, en su dislocado delirio, exige al mundo una explicación que el mundo debe darle a él, particularmente. Y mientras no la halla, se siente espoleado por un escozor obsesivo, por un no a todo que expresa en un ultra-criticismo que le convierten en persona inaguantable. Una cosa es la crítica política, que toda mente guiada por la razón, incluso por la pasión, puede y en su caso debe formular ante aquello que no le gusta (en política, hay tantas de ellas que las hacen incontables). Pero otra bien distinta es devenir en el egocentrismo de pensar que el mundo comenzó o termina con nosotros y que nadie es capaz de hacer lo que nosotros hicimos. Probablemente, en este factor, así como en la escasa formación cultural, en el déficit de experiencias vitales, lecturas, reflexiones y razonamientos del dirigente político que nos decepciona, se encuentra la causa que explica su decepcionante conducta.
En España, sobran políticos sobrados. Necesitamos que quienes se encaraman hasta las cúpulas de los partidos -organizaciones necesitadas de cambios profundísimos, por cierto-, se dejen siquiera aconsejar por los colectivos donde encuentran fundamento sus liderazgos. Será preciso que escuchen las voces sensatas de quienes, desde el sentido común democrático, les recomiendan humildad y comedimiento en la ambición personal, ingrediente éste, también, necesario para la buena gobernación, siempre y cuando se vea refrenada por la eticidad, la honradez, la conciencia social y el anhelo de libertad privada y pública, componentes fundamentales de toda vocación política que se precie.
Rafael Fraguas
Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Negra y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.