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Voto responsable


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Es muy grato ver en televisión que hay políticos que conversan, critican y proponen. El reciente debate a siete en la televisión estatal así lo demuestra. Con tal actitud nos recuerdan que, todavía, estamos en una democracia parlamentaria, garantía de paz social, de cierto entendimiento y, sobre todo, de posibilidades reales de avances. La palabra templada sepulta el grito odioso. Y permite pensar que el respeto es posible.

Mucho ha llovido sobre España en los pasados cinco años. Lo más relevante ha sido, para las gentes trabajadoras, honradas y sensatas de este país, que es posible gobernar y conseguir logros sociales insólitos aunando energías políticas distintas: la coalición de izquierda y las alianzas extra-gubernamentales con fuerzas políticas nacionalistas periféricas, han dado resultados inéditos, sin precedente en la reciente historia de España. Por primera vez en 45 años, los avances sociales han cristalizado en ventajas concretas -de cierta holgura- a escala salarial, en derechos y libertades, para la mayoría social. La sonrisa y la esperanza han aflorado en millones de rostros y en el tintineo de millones de bolsillos.

Esto no significa que no hubiera habido serios avances previos, que los hubo, pero fueron de otra naturaleza. Fueron aquellos que en la Transición delinearon el terreno de juego de una democracia, desde el debate de una Constitución hasta el diseño de un Estado autonómico que paliara los destrozos del centralismo. Pero los avances conseguidos ahora ya no son únicamente formales sino que son frutos tangibles, palpables, concretos y de calidad, versados hacia las mayorías sociales: asalariados, mujeres, jóvenes y pensionistas, por una parte; y por la otra, derechos para minorías hasta ahora casi olvidadas, que toda democracia debe respetar y proteger.

Diálogo bonancible

Tras confirmar la bonancible práctica del diálogo político, surge una primera conclusión. La política es acuerdo o no es. Lo ideal sería que el acuerdo abarcara a todo el arco ideológico, pero en este caso se ha ceñido a la izquierda socialista, comunista y a los nacionalistas, que han mostrado voluntad política para avanzar, unos desde el Gobierno, los otros mediante acuerdos parlamentarios. Otra conclusión es que negar legitimidad a un Gobierno democrático es una actitud suicida para el que la agita, como ha sido el caso de la cúpula de la derecha, enriscada en tal actitud, que no su base electoral, a riesgo de que se vuelva contra ella misma si es que llega a gobernar. La pertinaz consigna de la deslegitimación contra quien gobierna hoy con la izquierda de la izquierda, obedece siempre a ignorancia histórica y política. Se achaca al PSOE gobernar con comunistas. ¿Saben, los deslegitimadores, que sin el Partido Comunista de España no hubiera habido democracia en este país?¿Saben que le deben al PCE y a su voluntad de reconciliación, la posibilidad actual de que beneficiarios de la democracia, como hoy lo son sus atacantes, le puedan criticar tan duramente como lo hacen? El acuerdo entre socialistas y comunistas es hoy la base de la estabilidad estatal, eso bien lo saben los muñidores de la razón de Estado. Es preciso abandonar los tópicos: los comunistas de hoy no son los bolcheviques de antaño, pues, aunque lo quisieran, no podrían protagonizar una revolución sin precedente en la Historial de la Humanidad como la que coprotagonizaron en 1917. No es el momento histórico, que no tiene nada que ver con aquel entonces.

Hay quienes dicen que esa misma reflexión cabría aplicar a la denominada extrema derecha. ¿Es hoy fascista? En puridad, el fascismo preconizaba una estatalización plena de la vida política que hoy Vox no preconiza; más bien preconiza lo contrario, el desmontaje del Estado autonómico. Otra cosa es que lo hoy preconizado sea peor. Lo nuevo es que en la extrema derecha española coexisten dos componentes cuya mixtura resulta potencialmente inquietante: el neoliberalismo y el neoconservadurismo, antiestatales ambos. Esta mezcla, algunos teóricos la consideran más peligrosa que el propio fascismo. Pero, propiamente, el fascismo, las escuadras de civiles uniformados, los estandartes de sangre, la sumisión masoquista a un führer, los asesinatos indiscriminados de judíos, comunistas, socialistas, gitanos, no existen. Tampoco tienen un ejército a su servicio como fue el caso de la Wehrmacht, por cierto, totalitaria también mas nunca sumisa del todo al tirano.

¿Es legítimo atribuir expectativas, conductas presumibles, a la extrema derecha? Solo si ellos mismos las asumen, por ejemplo, en cuanto a sus propósitos de derogación de derechos democráticos consolidados. Pero en plata, nunca tendrán mayorías suficientes como para cometer tales tropelías. Los dirigentes del PP saben que erosionar el Estado democrático de tal forma erosionaría a su vez gran parte de su base electoral, que aunque no lo admita públicamente, se beneficia de los avances democráticos y abomina, como las clases populares, de las recetas totalitarias. Si la trayectoria de los actuales líderes de Vox rectifica su rumbo y su deriva anticonstitucional, hosca y antidemocrática, mas se comporta con pleno respeto a la Constitución, algunas gentes recibirán este cambio con agrado.

Unificación estatal dolorosa

Otro de los tópicos que conviene desmontar es el relativo a los nacionalismos periféricos. El proceso de unificación estatal de nuestro extenso país fue un recorrido traumático, lleno de vicisitudes dolorosas. Ya en el siglo XVI, el ducado de Medinasidonia quiso anexionarse el Algarve portugués y emanciparse de Castilla, como ha estudiado el historiador militar Carlos Guerrero Carranza. Tras un trayecto histórico muy accidentado, con alzamientos de payeses; tensiones secesionistas en Aragón y Cataluña bajo los Austrias; tres/cuatro guerras carlistas focalizadas, precisamente, en territorios tendentes a la secesión; amén de asonadas; cantonalismos; golpes palaciegos y de Estado; una primera dictadura militar, más una atroz guerra civil y una autocracia fascista de infausta memoria, durante las cuatro décadas y media del período democrático las frágiles costuras de España no se han roto. Para conseguir que no se rompan, ¿qué parece mejor, tensarlas judicialmente y policialmente al máximo o lubricarlas con el diálogo, el acuerdo y la magnanimidad? ¿Que se ha aflojado la mano? Pues claro. La actual situación lo exigía y es mucho mejor que antes, ya que la serenidad ha regresado a la escena en la trascendental periferia peninsular. ¿Que tal vez pueda rebrotar? Nadie puede asegurarlo, esos procesos jamás desaparecen del todo; pero sí es comprobable que pierden intensidad merced a una buena política, que se olvide del castigo y recurra a la razón y al diálogo. Otro caso distinto es el concerniente al País Vasco. ETA dejó de existir. Es una evidencia. El soberanismo ya no se practica a tiro limpio, sino que se discute, delibera y esgrime mediante la palabra en ayuntamientos, diputaciones y Gobiernos autonómicos. Las urnas hablan.

Mercados desiguales

Otro tópico es el de los números. Los Gobiernos pueden adoptar políticas económicas diversas, incluso dispares. Pero no son los Gobiernos los que deciden el errático discurrir de los mercados. No hay mercados igualitarios. Son desiguales. Los monopolios priman sobre las medianas y pequeñas empresas. Las grandes superficies dictan el precio de la cesta de la compra, no los Gobiernos. En los sistemas de capitalismo, como el español, el Ejecutivo puede poner ciertos frenos fiscales, pedir compromiso tributario a los grandes acaparadores de beneficios, o subvencionar algunos precios; pero la economía va a su aire, con normas tan caprichosas como las que guían las llamadas Bolsas de valores. El cabreo de un mero bróker puede poner en jaque vectores productivos completos: así funciona el casino bursátil.

Qué duda cabe que los Estados del capital están empeñados en asegurar al mundo del dinero la tasa de ganancia, cosa que generalmente hacen y que el capital siempre lo logra a costa del valor del trabajo que emplean. Para ello, los Estados disponen de plenos poderes coercitivos. Eso los trabajadores lo sabemos a ciencia cierta. Como sabemos que la riqueza es un proceso colectivo que, sin embargo, se privatiza a la hora de repartirla. Pero los Gobiernos de izquierda pueden enmendar, por ejemplo fiscalmente, algunas derivas locas que el capitalismo financiero suele emprender. No olvidemos que el capitalismo financiero es la crisis en sí mismo. Crea, vive y necesita de las crisis. La acción gubernamental democrática es muy restringida ante sistemas tan capacitados para reproducir y ampliar la desigualdad social y de poder, sobre todo cuando asistimos a un proceso, a escala mundial, en el cual el capitalismo financiero demuestra cada minuto que la democracia ha dejado de interesarle.

La responsabilidad de cada juez

Un apunte más. Es martirizante escuchar a los medios de desinformación más desinformativamente cualificados y oir a algunos políticos, los de siempre, repicarlo, que la nueva ley ha puesto en la calle a violadores y pederastas. No. Han sido los jueces los que han aplicado a su albedrío la ley. ¿Cómo un sector tan beligerante del feminismo, con presencia gubernamental, va a suicidarse de tal forma? Una cosa es la ingenuidad ante los artificios legales y jurisprudenciales desconocidos por inexperiencia y otra bien distinta admitir benevolencia feminista hacia los criminales sexuales. A quien corresponda: por favor, dejen de falsear, mentir y engañar a propósito de la nueva ley, corregida por cierto. Y miren a quienes tienen la responsabilidad de emitir los fallos y sentencias, el poder de los jueces, un poder casi omnímodo, blindado anticonstitucionalmente durante cinco años y, en la práctica, salvo honrosas excepciones de jueces valientes, casi siempre tan alejado de los valores, intereses y afanes de la mayoría social de este país.

No conviene olvidar que la sintonía social con el Gobierno de coalición no implica que toda la izquierda suscriba todo lo que hace el Ejecutivo o el Parlamento. La actitud española ante la guerra de Ucrania, de noble rechazo a la invasión militar rusa, no significa que los españoles pensemos que el rearme de Ucrania hasta los dientes es la mejor vía para terminar esta guerra, como propone el halcón Jens Stoltenberg y el irresponsable halconato anglosajón, tan dañino para la unidad europea. España puede aportar una enorme dote negociadora y de pacificación a este proceso enloquecido hacia la destrucción de Europa que, incluso, puede escalar hasta la destrucción del Planeta. Muchos confiamos en que desde la Presidencia europea, España contribuya a remansar la situación como, en condiciones de extrema adversidad, ha conseguido remansar con paz social y medidas inteligentes y sensatas la situación interna. La autonomía estratégica de Europa es posible y más necesaria que nunca. Debe concluir el diktat anglosajón, tan desdeñoso hacia el Sur de Europa en el que nosotros estamos y hacia el Sur global, harto de las consignas belicistas procedentes del Norte. Las guerras preventivas, como ésta de Ucrania, como las de Irak, Afganistán, Libia, Siria…deben ser erradicadas de la faz de la tierra. Son en sí mismas, tóxicas, envenenadoras de toda esperanza de paz.

Votar mirando al futuro

Por todo ello, conviene dar al voto del 23 J la importancia que adquiere. El voto responsable debe prolongar su alcance, más allá del momento, hacia las consecuencias que puede implicar: más avances concretos, más diálogo, paz y empatía o, por el contrario, más enconamiento, más odio y más confrontación. El remanso de paz social interior, conseguido y mantenido a pulso hasta ahora, ¿debe saltar en pedazos o es la principal garantía de la necesaria concordia entre españoles? ¿Hemos de regresar a la bronca permanente, a la mentira y al insulto, al desmontaje de todo lo conseguido o, por el contrario, hemos de atender, esperanzados, porque tenemos derecho a la tranquilidad, a que seis fuerzas políticas dialoguen, conversen y construyan futuro sumando fuerzas, como lo hicieron portavoces parlamentarios en el pasado debate a siete en la RTVE pública? (Por cierto, en el postrero debate a tres entre PSOE, Sumar y Vox, no estaría de más que figurara un asiento, vacío, para que la gente percibiera el significado de tal ausencia en la televisión de todos).

Con todo, la mejor consigna (quizá): voto responsable, mirando al futuro. España se merece un futuro de paz y serenidad, trabajo y prosperidad. Sin descartar nunca que la concordia, más temprano que tarde, será posible.

 

Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Negra y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.