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Hipótesis razonadas sobre lo sucedido en Rusia


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Un primer balance sobre la rebelión del jefe de mercenarios rusos Wagner, Yevgenie Prighozhin, contra el ministro de Defensa de la Federación Rusa, Sergei Shoigú, sitúa a éste último como vencedor formal de la contienda. Su reaparición presencial en el escenario de guerra, el frente ucraniano, contrasta con el paradero desconocido atribuido a su rival, quizá refugiado en Minsk, capital bielorrusa. La lógica del poder parece acreditarse, siquiera formalmente, en Rusia, donde la dimensión estatal de lo político, las Fuerzas Armadas regulares siguen siendo la columna vertebral de la fuerza de coerción y defensa del Estado federal, prima sobre cualquier otra dimensión. Incluso, sobre la que ha encarnado, hasta ahora, la vanguardia bélica en el frente ucraniano, donde el protagonismo de los Wagner, hasta la batalla de Bajmut, ha sido evidente.

Si analizamos lo sucedido deseando extraer conclusiones generales, muy hipotéticas aún por falta de perspectiva, lo sucedido parece obedecer a un recurrente rasgo observado en toda contienda de este tipo: las contradicciones entre la táctica y la estrategia. La táctica, la primera línea de combate, los mercenarios de Wagner, en su necesaria supeditación al orden estratégico, el Estado Mayor ruso, perciben el desarrollo del combate de manera bien distinta a la de los responsables que emiten las órdenes desde la retaguardia. La distancia entre una directriz estratégica y su aplicación táctica sobre la escena del combate genera distorsiones que, tarde o temprano, acaban por reventar, sobre todo si falla la comunicación, incluso la química personal, entre los titulares de uno y otro polo bélico, como ha sido el caso.

Ya en tiempos del imperio romano, los mercenarios causaron problemas a Roma. La demora de las soldadas ha sido un reiterado foco de conflictos en todo tipo de contiendas. Que se lo pregunten a los afamados Tercios de Flandes. Incluso, los resquemores de Franco a propósito de la División Azul, que temía una inteligencia política a sus espaldas entre el responsable divisionario y Hitler, así nos lo muestran.

Una de las quejas de Prighozhin ha sido el desabastecimiento en armamento y municiones a sus tropas, atribuido por él a la supuesta incompetencia del Ministerio de Defensa. Realmente ¿se trató de una decisión intencional y premeditada del departamento de Shoigú, con miras a rebajar la autonomía, incluso política, que los mercenarios iban adquiriendo por su protagonismo en los combates? ¿O, por el contrario, no hubo tal intención premeditada y fue empleado como argumento mendaz por Prigozhin para mostrar su rechazo, desde la responsabilidad táctica, a la dirección estratégica de la guerra, con miras a asumir también ésta y fortificar más aún su propio poder? ¿Quién mintió, si es que mentira hubo?

Una tercera hipótesis retuerce las cosas aún más: en el supuesto de que los servicios de Inteligencia occidentales, leáse británicos y, en menor medida, estadounidenses, hubieran querido explotar las contradicciones muy visibles ya entre Prighozhin y Soigú, ¿no serían ellos, los servicios anglosajones, con ayuda quizá de los polacos, los responsables de haber inducido ese intermitente corte de suministros mediante acciones encubiertas, para erosionar una relación ya visiblemente deteriorada por las diferentes visiones de la guerra? Por ende, la acusación del jefe de los Wagner dirigida a Shoigú, de haber bombardeado cuarteles de las fuerzas mercenarias en la retaguardia, argumento desencadenante de su rebelión, ¿pudo, o no, haber sido debida a una de tales -y en este caso, exitosas- operaciones de falsa bandera protagonizadas por el espionaje señaladamente anglosajón? ¿Consideraró Prighozhin rentable para sus intereses políticos tales acciones encubiertas o quizá, las pactó para abrirse camino hacia el Kremlin? Hay expertos que dudan de la perspicacia de estos dos grandes servicios de Inteligencia, habida cuenta de las desastrosas direcciones políticas con las que últimamente han contado Londres y Washington. Pero en ocasiones, tales servicios cobran autonomía y actúan por su cuenta, en acciones inicialmente de éxito que, tarde o temprano, redundan en contra de los interese de los Estados respectivos, por ser tal autonomía un factor erosivo del poder estatal.

La situación creada en Rusia por lo allí recientemente acaecido genera muy graves problemas, sobre todo, políticos, de muy difícil solución. Es preciso remontarse unas décadas hacia atrás para situar el origen de lo que acaba de ocurrir. De un lado, tras la implosión de la Unión Soviética, la doctrina militar de la Federación Rusa se tornó en problemática, confusa, mientras la línea de mando se vio fragmentada y sumida en el desconcierto. Las Fuerzas Armadas necesitan, en casi todos los casos, principios ideológicos básicos y directrices políticas claras para orientar su proceder, en la paz y en el combate. La disolución de los principios ideológicos soviéticos entonces y la asunción de otros de nuevo cuño, signados lábilmente por un nacionalismo pan-ruso, no han dotado a las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa de una consistencia ideológica, siquiera formal, como aquella con la que contaron los ejércitos de la URSS. Tal vez por ello y por una politización extrema de la dirección de los asuntos militares heredada de la etapa en la que los comisarios políticos dirigían sobre el terreno los combates militares, el Kremlin, por mor de expectativas geoestratégicas que se le abrían con el fin de la Guerra Fría, optó por otorgar un protagonismo evidente a las fuerzas mercenarias, como Wagner, protagonismo que ahora se vuelve contra el rostro de quienes decidieron diversificar militarmente, con mercenarios, la presencia rusa en esta y en otras guerras. Recordemos la implantación y los éxitos cosechados por los Wagner en África, señaladamente en Malí, en la lucha contra el yihadismo, más su presencia en otros países del Sahel, así como en Mozambique, amén del papel desempeñado en Siria. Su nervio ha garantizado cierto pulso geoestratégico a Moscú, como resulta evidente.

La gran pregunta a responder ahora sería, ¿qué va a hacer Vladimir Putin? ¿Qué tipo de sanción va a imponer al responsable de haber volteado sus carros de combate hacia Moscú, bien que se trata del hombre que cuenta como poderosa dote el haber llevado exitosas iniciativas paramilitares de vanguardia en esta guerra y en otras tantas en Medio Oriente y en África? ¿Va a dar bula, amnistiándole, a Yevgenie Prighozhin, con el consabido disgusto en las Fuerzas Armadas o va a potenciar al responsable militar regular, Sergei Shoigú, y por ende a las Fuerzas Armadas, que cobrarían a su vez una autonomía potencial ante el Kremlin de la cual no han dispuesto hasta ahora? ¿Sería capaz el Kremlin de admitir que fueron distintas operaciones de inteligencia por parte de servicios extranjeros, quienes le metieron este gol político por la escuadra, en el caso de que se trate de una certeza tal inducción? El poder, sobre todo si se encuentra tan centralizado como en Moscú, no suele admitir que le hayan infligido tales daños. La reconciliación entre Wagner y Defensa sería más propia de una película infantil. Y la muerte “accidental” de uno de los dos rivales violentaría la imagen de Rusia. La pelota está sobre el tejado del Kremlin. Solo un genio será capaz de salir de este tremendo embrollo, en un momento en que la anunciada a bombo y platillo contraofensiva militar ucraniana se ciñe a eso, al bombo y al platillo. Lo más inquietante resultaría que el desenlace de lo acontecido en Rusia genere allí una nueva configuración del poder que propugne, como inevitable, una escalada hacia la temible confrontación nuclear, temor que quizá explique la discreción formal con la que Washington ha reaccionado ante los recientes sucesos.

 

Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Negra y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.