Los que padecen de anestesia afectiva
- Escrito por Alberto Vila
- Publicado en Tribuna Libre
Las personas que tienen “anestesia afectiva” no sienten la menor culpa. Por lo tanto, ellos no son los que sufren, pero sí las personas de su entorno. A nivel doméstico, laboral y educativo, la mayoría de responsables del maltrato son personas de este tipo. Piensen en cargos como por ejemplo docentes, responsables de grupos humanos o personas con el poder suficiente para decidir sobre el futuro de sociedades enteras. Las pruebas psicológicas para detectar dichas conductas deberían ser tan exhaustivas como lo son las del conocimiento técnico o legal para cubrir cargos de designación o de elección. Pensemos en el daño emocional que pueden causar personas de este tipo al frente de un conjunto de alumnos. Dirigiendo áreas de gestión sensibles, como la sanitaria o la dependencia, por ejemplo. Cuántas vidas fueron deshechas por no contar con estas medidas preventivas de detección temprana.
Para ser más precisos, muchos estudios de cuadros de anestesia afectiva la inscriben dentro de un Trastorno Antisocial de la Personalidad: el de los psicópatas. En medicina un trastorno es una alteración en el funcionamiento normal de la mente o del cuerpo. En nuestro caso, el psicópata, posee una personalidad que, sin llegar a ser una enfermedad mental, es calificada de anormal. Según el Manual de Diagnóstico de Psiquiatría, DSMIV, se la diagnostica como un Trastorno Antisocial de la Personalidad. Pero, según la Organización Mundial de la Salud, desde 1992, la psicopatía no es una enfermedad mental. Con un impacto equivalente al de la esquizofrenia en términos de afectados y coste social, los psicópatas se mantienen dentro de una coraza impermeable al tratamiento. Son penalmente imputables, según el Código Penal. Pero es difícil dejarlos en evidencia suficientemente.
En ese medio trabajan, estudian, tienen hijos, familia. Por extraño que parezca, pueden ser compañeros de trabajo, de estudio, de grupo político o religioso. Esto los hace especialmente peligrosos. Sus posibles víctimas se encuentran más vulnerables porque no hay señales externas que alerten y permitan una actitud defensiva. Todos los estudios coinciden en que cualquier estrategia es válida para llegar al máximo placer del psicópata. Esta consiste en anular la voluntad del otro para explotarlo, atacarlo y demostrar su superioridad y su desprecio hacia su víctima, ya sea en el área laboral, de sus relaciones personales, sexual, política, etc. Esta es su esencia.
Dentro de esta categorización, se puede manifestar un amplio espectro, diferentes grados de manifestación, que van desde “el criminal”, hasta personas “integradas” al entramado social. Existen infinidad de documentos históricos acerca de estas conductas en líderes mundiales. A lo largo de los devenires de la Historia nos podemos encontrar con aquellos que manifiestan la “verdad definitiva”. La verdad última. La prevalencia de la psicopatía se multiplica entre altos cargos y dirigentes de las organizaciones dominantes en las civilizaciones. De Calígula hasta los responsables de los exterminios étnicos pueden encajar en este trastorno.
En los estudios precursores sobre este trastorno, el término más suave con el que se denomina a las personas con este este trastorno es el de “sociópatas”. Algunas investigaciones en psicología criminal sostienen que, aproximadamente, un 1% de la población serían psicópatas. De los cuales la mayoría pueden pasar desapercibidos en la sociedad, llegando a pasar incluso por buenos trabajadores y directivos. Según estos cálculos, en España habría entre medio y un millón.
Si bien no se puede evitar que existan psicópatas, al menos podríamos neutralizarlos si contásemos con estos filtros para catalizarlos e inhabilitar su actuación. Debería preocupar que lleguen personas con esta sociopatía a niveles de Alta Dirección. Inclusive las administraciones públicas, incluida la Justicia, también deberían adherirse a esta prevención. Tal vez la calidad de la función de perfeccionamiento de los individuos en sociedad mejoraría.
Convengamos que los psicópatas no siempre son criminales. Lo que sí los caracteriza es que carecen de remordimientos. Hasta suelen ser seductores, disponiendo de los mejores recursos para manipular a los demás. En cualquier caso, insistimos, no experimentan por sus víctimas ningún grado de empatía. Entendemos como tal la capacidad de percibir lo que otro siente. Repito, no se sienten responsables. La empatía nunca es interpretada por los psicópatas. Preguntar a una persona con este perfil acerca de cómo se encuentra sería inútil. Un psicópata no entendería ni el significado ni la diferencia de un estado emocional a otro, en relación a los demás.
Los asesinos en serie son seguramente psicópatas. Pero no todos los psicópatas son necesariamente asesinos. Al menos, si hay víctimas, ellos no se sienten responsables. Aunque, además de lo dicho, incorporemos a sus comportamientos una compulsiva tendencia a la mentira. Manifiestan un alto “alegocentrismo”, es decir, una valoración excesiva de la propia personalidad que lleva al individuo a creerse el centro de todas las preocupaciones y atenciones.
Los psicópatas suelen tener un amplio repertorio de conductas, activando unas u otras, dependiendo del entorno en el que se encuentren. Es decir, pueden llegar a ser tan cambiantes como se propongan. Son como hábiles actores en su escenario, mostrando ante el resto de individuos aquel personaje más acorde a su objetivo. Las emociones que sí pueden sentir son la cólera o la ira, cuando las cosas no son como ellos quieren. Podemos decir que son mentirosos aparentemente inofensivos. En un principio se muestran como personas en las que podemos confiar. Pero que con el paso del tiempo tan solo nos han hecho introducirnos en su trampa de falsas promesas y mentiras.
Consideren la posibilidad de que, tanto en la UE como en España, seamos gobernados por gente así. Mejor no pensarlo.
Alberto Vila
Economista y analista político, experto en comunicación institucional.