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Los arquitectos de la distopía


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Desde la caída del muro se viene manifestando el resurgir, de manera más o menos explícita, una confrontación global de modelos. Por uno el egoísmo y la crueldad de someter a la mayoría al arbitrio de las minorías tradicionales. Se formaron, en general, en torno a las castas privilegiadas por la cuna o el dinero. Siempre, al amparo de otra casta religiosa que avala esos comportamientos de salvaje mezquindad. Ambas, bajo la protección violenta y disuasoria de la casta militar.

Por otro, corrientes sociales desconcertadas que atienden más a las acuciantes necesidades a que las someten las anteriores, que a principios éticos o filosóficos que las produzcan. De ese modo, frente al hecho incontrastable del fin de la presunta abundancia en los países del centro, los movimientos humanos globales se expresan poniéndose en movimiento hacia aquellos destinos que satisfagan sus aspiraciones. En unos casos a través de las migraciones. En otros a través del sufragio ciudadano. Por lo que resultan víctimas propicias de las aventuras del oportunismo político.

En general, en las llamadas democracias estas gentes son manipuladas hacia principios de libertad, igualdad y progreso que día a día son más difíciles de alcanzar. Es decir, se les inculca la idea del bien común, aunque en general se le exigen cada vez más sacrificios a cambio de cada vez menos compensaciones de calidad. En estas sociedades se ha creado la ilusión de la participación popular en la elección de representantes. Aunque poco se diga o regule la influencia que sobre esos públicos tienen los medios de comunicación al servicio de las minorías de privilegiados. Se desregulan las andanzas de las corporaciones, mientras de atenazan las relativas a la expresión social.

Si prestásemos atención hacia los acontecimientos que se están desencadenando cotidianamente apreciaríamos que lo que se propone por los canales institucionales, poco tiene que ver con los principios que mejorarían la vida de esas personas. Por el contrario, estamos observando un descenso en todos los parámetros de la calidad de vida, como consecuencia de atender a la voracidad de las mismas minorías que saquean la riqueza que produce la inmensa mayoría ciudadana. Esto, ha iniciado movilizaciones cada vez mayores y más reivindicativas como respuesta. Podría suponerse que las medidas de compensación que ha comenzado ha proponer la propia, y neoliberal UE, son un modo de contenerlas.

En materia nacional, el desorden ético descarado que manifiesta la judicatura de España va en consonancia con la desvergüenza con la que se desempeñan las figuras institucionales del Estado. Se habla de igualdad, pero se actúa con una inequidad inaceptable que produce quiebres de legitimidad en materia de gestión económica, política y social. Quizá por esto no se derogue la ley Mordaza. Habrá respuesta ciudadana igualmente. Será la expresión de malestar por la distopía institucional que ha creado nuestra judicatura.

El llamado trumpismo global tiene su expresión local en la figura del nuevo líder del PP, cuando advierte que derogará toda la legislación en materia de igualdad, de libertad para interrumpir embarazos, eutanasia y demás conquistas sociales. Son los promotores del retraso. De la oscuridad. Constructores de la destrucción moral del individuo en favor de fundamentalismos religiosos, económicos o políticos.

Esas personas se han unido con la única misión de acorralar al futuro que está construyendo con su esfuerzo una mayoría, de modo de hacer regresar las sombras sobre nuestras generaciones venideras.

Son los arquitectos de la distopía que estamos percibiendo luego de los gobiernos de Trump, Bolsonaro y Johnson. En cualquier caso, recordando los primeros párrafos de este análisis. Se le puede hacer frente si se practica la decencia. Si se ejerce el talento. Si se es patriota en las conductas.

Desde esas premisas podrá lograrse que las buenas gentes recuperen la confianza que quieren robarle los corruptos y traidores a España.

 

Economista y analista político, experto en comunicación institucional.