De la ternura en la política
- Escrito por Rafael Fraguas
- Publicado en Opinión
Ternura es una palabra que se abre paso sobre la reseca piel del lenguaje político en España. Y ha saltado sobre ésta hidratándola y dejando atrás las convenciones pragmáticas y los discursos doctrinarios que impregnan el habla y la parla políticas tan descarnadas aquí de cualquier sentimiento. Pero, ¿qué es la ternura? En lo personal, es algo muy semejante al sentir que surge del pecho de un adulto cuando se pone en cuclillas para conversar con un niño de corta edad y el niño, inmediatamente después, se pone en cuclillas también. Tal sentimiento tiene que ver con la capacidad de conmoverse, en clave de dulzura, ante el sufrimiento, la adversidad o, simplemente, la condición de otro ser. Y esa conmoción suaviza y allana su relación mutua y la humaniza. La ternura ha hecho irrupción en la escena política y tiene visos de quedarse. ¿Por qué?
La política es un álgebra que tiene al poder como centro de gravedad. Y el poder, regido por relaciones de fuerza, suele regirse por leyes implacables, en muchas ocasiones, inhumanas. Acabar con un poder, del tipo que sea, implica generar otro más fuerte que aquel. Este es uno de sus dogmas. Y si para generarlo hay que saltar sobre la Moral, la Ley, la Bondad o la buena fe, el poder obliga a forzar el salto. También opera una dimensión diferente en la política. Se trata de la persuasión.
Las revoluciones, expresiones supremas del anhelo emancipatorio que anida en el alma humana y en las sociedades sometidas a condiciones de oprobio y degradación, suelen verse edificadas sobre un poder nuevo. Este acostumbra verse necesaria e inicialmente embutido en la fuerza, sin la cual el poder confrontado por los revolucionarios y las gentes a las que oprimía seguiría opacando la emancipación ansiada. Pocas cosas hay tan autoritarias como una revolución. Pero quienes las critican, olvidan que su dureza obedece a la dureza contra la cual surgieron y combaten desde el minuto uno de su nacimiento. Convendría que algun@s intelectuales de América Latina repararan en tal olvido.
Pero aún así y pese a su dureza, la capacidad de conmoverse ante el infortunio ajeno no abandona nunca el corazón de las gentes. Las crónicas cuentan que en una masiva asamblea popular dirigida por el Soviet de Petrogrado, en los trepidantes días de la revolución de 1917, se dio la palabra a unos cosacos de la guardia zarista capturados tras haber reprimido a tiros y a espadazo limpio al pueblo amotinado contra los zares. Ante una asamblea popular que los juzgaba, se les dejó expresarse para su defensa; al tomar la palabra uno de ellos, con encendida oratoria y convincente elocuencia, pidió perdón a la asamblea, reconoció su inconsciencia y la de sus compañeros al enfrentarse “al honrado pueblo de Petrogrado”; y lo hizo con tanta vehemencia y compromiso de enmienda que despertó el llanto y la compasión entre buena parte de quienes habían sido convocados en asamblea para enjuiciarles y, presumiblemente, condenarlos a muerte. Sin embargo, se sometió a votación el veredicto y, tras el recuento, masivamente a favor del perdón, el soviet perdonó y liberó a los cosacos. Semanas después, esos mismos cosacos indultados, con el locuaz y vehemente tribuno a la cabeza, se reintegraron a las filas de las fuerzas zaristas y protagonizaron la más atroz represión contra quienes, conmovidos, habían votado su perdón, entre los que causaron varios centenares de muertos. La ternura jugó entonces en contra de las buenas gentes, como ocurre tantas veces.
Sentimentalización
La sentimentalización de la política presenta sus riesgos. Cuando Josep Goebbels, ministro de Propaganda del Reich hitleriano, decidía dirigir discursos radiados a las madres alemanas al caer la tarde, cuando las resistencias racionales decaen en picado, trataba de despertar, evocando a sus rubicundos y valientes hijos, la ternura de las mujeres germanas para tratar de legitimar la expansión genocida del Reich por Europa.
Por otros derroteros, una sentimentalización distinta del lenguaje político halló en el peronismo su expresión más depurada. Eva Perón fue capaz de cautivar con su convincente verbo a millones de argentinos, mostrando abiertamente su propósito de poner la política del país austral, con ternura teñida de elevadas dosis compasivas, al servicio de la gente; señaladamente las gentes más desprotegidas. Y lo consiguió. Al menos es lo que pregonaron y aún pregonan sus devotos seguidores. Todavía hoy, su ejemplo alimenta uno de los movimientos ideopolíticos más populares y también, más transversales, de cuantos han signado la política en el siglo XX y en el actual. Saltaba por encima de categorías científicas sociológicas tan probadas y contundentes como, por ejemplo, las clases sociales y su antagonismo derivado de los intereses contrapuestos. Con sentimentalismo o no, tales evidencias no desaparecen aunque, quizá, se amortiguan.
Por cierto, aquella sentimentalización coincidía con otro fenómeno de masas operado en el país de la bandera albiceleste: la afección generalizada hacia un cantante cuya estela lleva a sus seguidores a afirmar aún hoy, noventa y dos años después de su muerte accidental, que “cada día canta mejor”: Carlos Gardel. La magia de aquella voz extraordinaria, dicen los que saben de esto, residía en un hecho desconocido por el gran público que lo idolatraba: de joven, cuando, de joven, Gardel recorría ciertos garitos del extrarradio porteño cantando en uno de ellos a favor de la candidatura de un candidato municipal, el seguidor de un candidato rival le disparó un tiro en el pecho a quemarropa. Gardel no murió, pero la bala le quedó alojada en el pulmón, sin posible extracción quirúrgica de por vida, causando aquel tierno temblor que impregnaba de humanidad su cálida voz inconfundible.
La ternura está presente por doquier. Lo está en la niña de cinco años que sueña convertirse en astronauta para poder recobrar el globo que se le escapó a su primo una tarde de verano mientras jugaba. Lo está asimismo en la madre que acaricia los cabellos de su bebé retozón, reclinado en su regazo, o en el aluvión de lágrimas saladas vertidas sobre el cuerpo inerte del vástago muerto en la última guerra. Lo está también en el pecho de la amante que contempla a su amado dormido plácidamente a su vera, cuyo rostro recorre cuidadosa y delicadamente con la yema de su dedo corazón.
Leyes implacables
Mas, ¿qué tiene que ver todo esto con la política? La evocación de la ternura en el lenguaje político implica que esas leyes implacables del poder, a las que antes nos referíamos, pueden verse erosionadas, alteradas y quizá rebajadas sus afiladas aristas por una serie de sentimientos humanizadores entre los cuales la ternura comparece con plena presencia.
Muchos dirán que recurrir a la ternura en un discurso político es una forma burda y demagógica de cursilería; sin duda los habrá que así lo piensen, con razón ante determinadas y zafias formas de presentarla. Otros experimentarán cierto rubor al asistir a su evocación pública, sobre todo varones, patriarcalistas o no, acostumbrados a inhibir todo tipo de exteriorización de sentimientos en sus vidas. Pero, cuando la ternura se incorpora con sinceridad al lenguaje político, con su legítima carga de respeto, afecto y reconocimiento de la dignidad del otro, en definitiva, con su equipaje de humanidad y sociabilidad, puede permitir vadear numerosos obstáculos que nos separan de nuestros mejores deseos, re-amistar antiguos rivales, desbloquear una negociación o conseguir la paz en un conflicto armado. Y si son deseos colectivos, tanto mejor es su contribución a tal logro.
Si los sentimientos forman parte de la vida y la política figura entre los componentes que la permiten a través de la decisión racional que allana las condiciones vitales de existencia personal y colectiva, la ternura debe tener su papel en las relaciones entre los seres humanos. Ni más ni menos. Y, ¿por qué no? Somos seres racionales, capacitados para la afabildad, la amabilidad y el encuentro. No solo existe, desde luego, el conflicto. También existe la posibilidad y, en tantas ocasiones, la necesidad, de comprender al otro, los otros, lo otro. Las políticas del todo o nada no tienen cabida en sociedades tan fragmentadas como las nuestras. Tenemos derecho a ser políticamente tratados como seres humanos y a recibir y otorgar un trato digno por nuestra condición de personas. Nada hay más rechazable que esa altanería que muestran algunos/algunas políticos/as, que creen que somos nosotros quienes les debemos una explicación, cuando son ellos/ellas quienes la hurtan a la sociedad.
Venzamos el agrio rubor varonil contra la ternura. Démosle a la ternura sincera una oportunidad en la vida política. Y exijámonos participar en ella sin descartarla, mostrando comprensión ante la tremenda complejidad a la que se enfrentan quienes, con nuestros votos y a nuestro lado o desde el lado opuesto, tratan de encontrar soluciones a los graves problemas a los que nos enfrentamos.
Y no olvidemos que en la atroz división del trabajo, la misma que durante siglos sepultaba a las mujeres en lo inmediato, lo interior, lo sentimental y lo inductivo, siempre lejos de la generalización implícita en el Poder, el Arte, la Ciencia o la Religión, frente a la plena entrega al hombre del Poder, la creación artística, la producción científica, la sacralidad y la deducción generalizadora, las mujeres generaron una cultura de la que saben más que nadie: la de la ternura. ¿Habría sido viable nuestro mundo sin los cuidados, el desvelo, la entrega desinteresada e incesante de millones de mujeres hacia sus semejantes, niños, adultos, ancianos? No. Seguro que no.
Por ello, cuando algunas de ellas llevan esa cultura propia a la escena política, dejemos la mezquindad de la interpretación demagógica a un lado -sin olvidar que puede haber quien la adultere como aquellos cosacos o nazis como Goebbels, y recapacitemos: ¿acaso no es la ternura la oferta diferencial que las mujeres, pese al orden social injusto que las mantuvo secularmente sumidas en la explotación y el silencio, pueden y desean aportar contra la descarnadura de un mundo como el de la política, desertizado de cualquier vestigio de cercanía, afecto y humanidad?
Demos y démonos pues una oportunidad para que se abra paso esa forma suprema de empatía que es la ternura; y, al calor de una nueva homonoia, la unión de los corazones que preconizó lo mejor del pensamiento griego, todos los seres humanos nos incorporemos, en un plano de igualdad y de esfuerzos repartidos y compartidos, a la lucha por un mundo más humano y mejor.
Rafael Fraguas
Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Negra y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.