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Capitán Richard F. Burton. La muchacha persa. I


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Que las mujeres en general le gustaban a Richard F. Burton, era evidente, fuera cual fuese su raza o el color de su piel y, llegó a poner por escrito, su rechazo de la teoría de que la belleza es subjetiva, teoría según la cual, la más negra de todas las negras, con la nariz más aplanada, de todas las integrantes de su raza, sólo podría ser un modelo de belleza, para los hombres de su propia raza. “Mi experiencia me ha enseñado exactamente lo contario: en cualquier rincón del mundo en el que he visto a una mujer hermosa, ha resultado ser una mujer, admirada por casi todos los hombres”. Y así, dio en admirar a las mujeres del Sind y, en alabar incluso su habilidad de recoger y manejar objetos, con los dedos de los pies. La piel de estas mujeres le subyugaba. Tuvo en gran estima los cosméticos de los hindúes y, sus efectos beneficiosos, sobre la piel de la mujer.

Aprobaba el uso oriental de los depilatorios, nada común en la Europa de entonces y, afirmó que, como la mujer oriental no llevaba medias ni ropa interior ceñida, estaba “libre de las callosidades en los pies y otras afecciones. (Burton se quejó muy a menudo, de las poco salutíferas y constrictivas prendas de ropa interior, que vestían las europeas. En la Inglaterra del XIX era común, especialmente entre las clases más pudientes, envarar, incluso a las niñas de cuatro años, con corsés de ballena o de armazón de acero, para que, a medida que crecieran, fueran teniendo el deseado tipo de reloj de arena, práctica no solo peligrosa para los intestinos y la estructura ósea, sino para la salud de la persona, en general) ¿Cómo iba a resistirse cualquier hombre de carne y hueso, a la belleza de la mujer del Sind?

A veces, durante su primer o segundo año en el Sind, Burton se aprovechó de una popular costumbre shiíe, la del matrimonio provisional, denominado “mut’a”. Se trataba de un matrimonio legal, celebrado ante testigos, cuya duración se pactaba por adelantado. El “mut’a” viene a ser el residuo de una costumbre árabe anterior, que en principio permitió Mahoma, aunque luego fuera abolida. Los shiíes, sin embargo, todavía consideraban el mut’a, algo perfectamente legal, una práctica cuya sanción encuentran no solo en su versión de la Tradición sagrada, sino en el propio Corán. Uno de los hechos más interesantes de la vida de Burton esos años, es el que tiene por protagonista a una mujer persa, a cerca de la cual existe un halo de misterio.

La mujer en cuestión es denominada en varias biografías, como “la Muchacha Persa”. Burton la menciona ya al comienzo de “The Unhappy Valley” y, de nuevo en “Sind Revisited”. Al igual que en lo tocante, a los primeros años de Burton en la India, toda la aventura está envuelta, por un halo de ambigüedad. Según su propio relato, la relación constó sólo, de un breve encuentro, en el que ni siquiera medió, una conversación cara a cara. Ahora bien, en la familia de los Burton y en la de los Stristed, según refiere Georgina Stristed (sobrina de Burton), era tradición contarlo de otro modo. Estando en misión en el desierto, muy posiblemente en el Beluchistán, Burton se encontró a una familia persa, que había acampado en las inmediaciones. Y añade que “eran persas que escoltaban, a una de las muchachas más bonitas, que he visto en mi vida, de regreso a casa de su padre, en Kurrachee”.

Burton hizo llamar a un esclavo de la caravana, para interrogarlo. El muchacho le dijo, cuando le preguntó por su señor, que “estoy al servicio de la “Beebee” (la dama), de la casa del gran Sardar, A*** a Khan. “A***a” es evidentemente, la forma por la que opta Burton, para transcribir “Ahgha”. El sardar o noble, no era otro, que el agha khan Mahallati. La joven doncella era, muy posiblemente, una de sus hijas o, cuando menos, miembro de la extendida familia del príncipe.

Pues eso.

(Continuará.)

Nacido en 1942 en Palma. Licenciado en Historia. Aficionado a la Filosofía y a la Física cuántica. Político, socialista y montañero.