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La tecnología en la era de los descubrimientos


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En muchas ocasiones se ha hablado de la modernidad de los medios técnicos que permitieron los descubrimientos desde finales del siglo XV, pero conviene matizar la importancia de los supuestos adelantos. Muchos de esos medios eran rudimentarios, y no se mejoraron hasta bien entrada la Edad Moderna, pero fueron compensados por la osadía humana, por las fuertes motivaciones económicas, políticas y de otro tipo que impulsaron a aquellos personajes a aventurarse por rutas desconocidas y que podían llevarles a perder la vida con mucha facilidad. En todo caso, nos adentraremos en esta cuestión tecnológica para saber qué instrumentos se emplearon.

En primer lugar abordaremos las embarcaciones. Las galeras habían sido, y seguirían siendo durante largo tiempo, unos barcos muy adecuados para la navegación en el Mediterráneo, pero tenían varios inconvenientes para ser empleadas en aguas abiertas. Eran muy bajas y no podían hacer frente al oleaje oceánico, aunque tuvieran velas. Los marinos vizcaínos y de la Bretaña, habituados a las características del Cantábrico, empleaban el navío, de más alta borda, de forma redondeada, un velamen más sofisticado y completo con más de un mástil y con un gobernalle de codaste. Pero también tenía un inconveniente, era un barco muy pesado y lento. Los portugueses comenzaron a probar nuevos modelos. Derivada de estas investigaciones surgió antes de mediar el siglo XV la carabela, que se convertiría en el barco adecuado para las exploraciones y descubrimientos. La carabela era una embarcación más larga que el navío del norte, con proa afilada para avanzar entre las olas, con un velamen muy potente, que combinaba la vela latina para maniobrar con velas cuadradas, y un tamaño no muy grande aunque suficiente para llevar una tripulación adecuada, algunos soldados y los víveres necesarios para la supervivencia. La carabela era más ligera que el navío, podía ser empleada para navegar durante largas travesías en alta mar.

En relación con la navegación fue fundamental el empleo de la brújula fija, que apareció en el siglo XIII, y que permitía orientarse, aunque había que tener en cuenta la declinación, que variaba según los lugares. Para ello se perfeccionaron tablas, fruto de los estudios de los astrónomos y de la experiencia de los marinos.

Las cartas de marear eran, a la altura del siglo XV, unos mapas muy precisos. En la Baja Edad Media los cartógrafos genoveses y catalanes habían elaborado unos portulanos muy elaborados del Mediterráneo. Los portugueses, por su parte, y gracias al esfuerzo organizativo de Enrique el Navegante, completaron estos mapas con los rumbos africanos.

La determinación de la posición de la nave en el Océano se medía tradicionalmente con cálculos estimados en función de la velocidad y de los rumbos seguidos. Todavía no había proyecciones cartográficas porque había que demostrar que la Tierra no era plana. Mercator no trabajaría hasta muy entrada la segunda mitad del siglo XVI. Para poder navegar se empleaba el astrolabio, que fue eficaz en la ruta que emprendieron los portugueses bordeando el continente africano porque era una navegación casi meridiana. En el caso de la navegación hacia el oeste, como la de Colón o la de sus sucesores, no servía y se navegó con mucha intuición. Es un ejemplo más de que aquella aventura se debió más a la motivación humana que a los adelantos técnicos.

Doctor en Historia. Autor de trabajos de investigación en Historia Moderna y Contemporánea, así como de Memoria Histórica.

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