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Terremotos y pobreza


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La Naturaleza, que nos lo da todo, también nos lo quita y hace sentir de vez en cuando su capacidad destructiva de forma desaforada. Lo que es habitualmente espacio de vida se convierte de repente en espacio de tragedia. El brutal terremoto que ha afectado esta semana a un importante territorio de Turquía y Siria nos ha sorprendido por su capacidad destructora. Un episodio sísmico brutal y afortunadamente infrecuente que se ha explayado en un amplio territorio llevando desolación y muerte de forma ingente. Rara vez se dan estos fenómenos con tanta intensidad y con epicentros tan superficiales como para provocar el daño generado. A día de hoy, se habla de más de 20.000 muertos y de varias decenas de miles de heridos que colapsan los malogrados y escasos hospitales de la zona. El problema es la gran cantidad de desaparecidos bajo los escombros de los edificios derrumbados. Las cifras de hoy son sólo una muestra de las que habrá al final de este drama. Teniendo en cuenta las condiciones materiales y económicas de parte de la zona afectada, muchos de los fallecidos y heridos ni siquiera se contabilizarán. Aunque los terremotos no se pueden prever, éstos se han producido en una zona de especial magnitud sísmica conocida. No había previsión de que pudiera ocurrir, ni ninguna medida de contingencia preparada por unos estados que, curiosamente, tienen poca presencia efectiva en la zona y se han preocupado más bien poco por el desarrollo de estos territorios.

Seguramente habrá quien atribuya este desastre a las acciones imponderables y caprichosas de la naturaleza, al movimiento de las placas tectónicas, a fenómenos que ocurren siempre en zonas ya muy castigadas, como si fuera una especie de castigo divino que sólo admite la respuesta de la resignación. Pero no es exactamente así. La pobreza de la zona tiene mucho que ver con el colapso de miles de edificios que han sepultado a la gente que malvivía, así como de la falta de recursos para hacerle frente. Malas construcciones en zonas de peligro sísmico resultan una apuesta suicida, como es la incapacidad de respuesta de unos estados que, justamente, están en guerra en estos territorios desde hace muchos años. No hay progreso económico, falta maquinaria y los recursos sanitarios son casi inexistentes. Es territorio del Kurdistán, donde el estado turco libra una guerra sorda para los occidentales desde hace años y épocas con episodios de violencia extrema. Hay muchas armas, pero no todo lo necesario para la vida. La tentación del estado turco a confundir el socorrer a esta gente con el continuar la represión y control militar será muy grande. La situación no es mejor en el territorio sirio afectado. Aquí la llegada de ayuda estatal no es posible dado que es zona de guerra y de control por parte de milicias enfrentadas en el gobierno de Damasco. No pueden esperar ningún tipo de tregua del brutal régimen de Bashar el Asad. No hay ni siquiera corredores seguros para hacerle llegar la ayuda de la solidaridad internacional. Nunca sabremos del todo la brutalidad ni el sufrimiento que allí se está produciendo.

Ciertamente, en ocasiones la Naturaleza se comporta de forma cruel y mata. Cuando lo hace en zonas pobres y bastante pobladas resulta especialmente estremecedora. Las imágenes de desolación y sufrimiento que nos hacen llegar los medios de comunicación son para echarse a llorar desconsoladamente. Pero más allá de la mala suerte de esta gente, no deberíamos olvidar que lo que mata especialmente es la pobreza y que ésta no es una casualidad natural, sino una condena absolutamente humana debida a formas económicas totalmente injustas, pero también a gobiernos que practican la desidia respecto a sus gentes y que condenan a determinados territorios al retraso perpetuo. Buena parte de los efectos terribles de estos terremotos tienen que ver con esto. No hay medios de ningún tipo, los equipos de emergencia tardan en llegar, la gente debe desenterrar a sus muertos con las manos, las ingentes multitudes que se han quedado sin techo sufren el invierno y las lluvias prácticamente al raso. Más allá de la indignación de los afectados y de nuestra escasa solidaridad que se desvanecerá con rapidez, los muertos se enterrarán y nada cambiará. Los sátrapas que gobiernan a esta gente continuarán estando donde están y subyugándolos de manera autoritaria y cruel. Al turco Erdogan, se le disculpa casi todo. No en vano, hace una función geoestratégica de primer orden. Quizás, a no tardar, incluso se le premie admitiéndole como miembro de la Unión Europea. Vete a saber.

Josep Burgaya es doctor en Historia Contemporánea por la UAB y profesor titular de la Universidad de Vic (Uvic-UCC), donde es decano de la Facultad de Empresa y Comunicación. En este momento imparte docencia en el grado de Periodismo. Ha participado en numerosos congresos internacionales y habitualmente realiza estancias en universidades de América Latina. Articulista de prensa, participa en tertulias de radio y televisión, conferenciante y ensayista, sus últimos libros publicados han sido El Estado de bienestar y sus detractores. A propósito de los orígenes y el cruce del modelo social europeo en tiempos de crisis (Octaedro, 2013) y La Economía del Absurdo. Cuando comprar más barato contribuye a perder el trabajo (Deusto, 2015), galardonado este último con el Premio Joan Fuster de Ensayo. También ha publicado Adiós a la soberanía política. Los Tratados de nueva generación (TTP, TTIP, CETA, TISA...) y qué significan para nosotros (Ediciones Invisibles, 2017), y La política, malgrat tot. De consumidors a ciutadans (Eumo, 2019). Acaba de publicar, Populismo y relato independentista en Cataluña. ¿Un peronismo de clases medias? (El Viejo Topo, 2020). Colabora con Economistas Frente a la Crisis y con Federalistas de Izquierda.

Blog: jburgaya.es

Twitter: @JosepBurgayaR