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¡Qué difícil es hincarle el diente a Friedrich Nietzsche!


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Conozco mi suerte. Alguna vez irá unido a mi nombre el recuerdo de algo gigantesco, de una crisis como jamás la había habido en la tierra, de la más profunda colisión de conciencia, de una decisión tomada mediante un conjuro contra todo lo que hasta ese momento se había creído, exigido, santificado. Yo no soy un hombre, sino dinamita.

F. Nietzsche. Ecce Homo

¿Fue Nietzsche anarquista, o tuvo algo que ver con esta ideología? Contra toda evidencia hay quienes siguen impertérritos opinando que sí. No se desaniman, cuando incluso el propio el propio autor del Crepúsculo de los ídolos lo niega. Y es que este es un país de papanatas donde la ignorancia y las medias verdades tienen muchos devotos. Es sabido que un lugar común, repetido mil veces, se acaba convirtiendo en una verdad.

Es cierto que en otros países, también desbarran, pero en pocos sitios como en la vieja Hispania se oyen campanas y, sin saber de dónde vienen, se opina con las consecuencias que son fáciles de imaginar.

Causa estupor el que todavía se sigan considerando anarquistas a José Martínez Ruiz, más conocido como Azorín o a Pío Baroja. La Generación del 98, excepto Antonio Machado, tiene un “tufillo” reaccionario. Algunos hablan de un “anarquismo de derechas” y otros, confunden el haber leído –no mucho- a Nietzsche y el coincidir con algunas de sus ideas, con una adscripción a la ideología libertaria.

Me propongo dedicar este artículo a poner un poco de orden en este maremágnum, a “desfacer” unos cuantos tópicos y entuertos dejando claro que, a mi juicio, la identificación de Nietzsche con el anarquismo es un engañabobos y una falacia.

Fue, eso sí, un individualista feroz y un pensador, que mazo en mano, daba golpes “a todo lo que se movía” pero, de ahí a considerarlo anarquista media un abismo. Otros, han querido hacer de él un proto-fascista o un nazi y, tampoco, se han enterado de nada.

Nietzsche es en realidad inabarcable e incalificable, un volcán en erupción ininterrumpida, un pensamiento potente que ocupa los espacios por donde transita y que no se detiene ante ningún muro establecido. Precisamente por eso, todas las cautelas para aproximarse a este filósofo contradictorio son pocas. Nietzsche es una auténtica montaña rusa y un pensador que experimenta una sensación de alegría y libertad ante los cambios y un sentimiento de tristeza y de anquilosamiento ante lo moralmente considerado correcto y ante cualquier asomo metafísico.

A lo largo de muchas de sus páginas, repletas de aforismos, se siente entusiasmado ante las mutaciones, ante el devenir. Arremete contra todo lo que se considera sagrado y siente una aversión especial hacia aquellos a quienes podemos considerar “los huéspedes privilegiados” de lo establecido y que aún no se han enterado o no quieren enterarse de que “Dios ha muerto”.

No es amigo de cálculos cicateros, desprecia lo que se considera científico y es “un eterno disconforme” con lo que se tiene por pensamiento filosófico, por los criterios morales admitidos secularmente o por los valores establecidos. De ahí, quizás su admiración por los presocráticos y sus constantes alabanzas a Heráclito. Gusta de las profundidades y, al mismo tiempo, se manifiesta y oculta mediante “máscaras”.

Tal vez haya que reprochar a Max Stirner la autoría de poner en correlación el pensamiento de Nietzsche con la ideología anarquista. Lo cierto es que en más de una ocasión y de dos, el propio Nietzsche llena de improperios a los anarquistas, de los que tiene una opinión negativa y a los que no vacila en calificar como “chusma” y otros apelativos igualmente cariñosos.

Más comedido en sus comentarios es Spencer Sunshine que señala como los anarquistas, históricamente, se han sentido atraídos por determinados planteamientos del autor de Así hablaba Zaratustra, como por ejemplo, su animadversión al Estado, su ateísmo, su anticristianismo y su ideal de hombre nuevo que se sitúa más allá de la dialéctica amo-esclavo y de cuantos descalabros ha venido produciendo a las posibilidades de libertad humana.

Una cosa es, sin embargo, coincidir o incluso admirar una faceta de Nietzsche como les ocurrió, sin ir más lejos, a Federica Montseni o a Salvador Seguí que en más de una ocasión lo citan o glosan y más recientemente a Albert Camus y, otra, establecer vinculaciones que vayan más allá de convertir la anécdota en categoría entre el pensamiento anarquista y Friedrich Nietzsche. Tanta reducción es enfermiza y distorsiona ampliamente las posibilidades de emitir juicios desprovistos de prejuicios.

Estas y otras ideas han sido estudiadas y analizadas con rigor por historiadores de la altura de Rafael Pérez de la Dehesa. Aquí, una vez más, tropezamos con el viejo problema de que se lee poco y mal. Hay que coincidir con Antonio Machado cuando afirmaba, que por estos pagos se desprecia cuanto se ignora.

Hagamos un esfuerzo de aproximación a este alambicado y poliédrico problema. Sobre la influencia de Nietzsche en España hay un texto, hoy olvidado, pero de incuestionable atractivo, me estoy refiriendo al libro de Udo Rukser aparecido a comienzos de los años sesenta Nietzsche in der Hispania, que analiza y se enfrenta a la influencia que el filósofo prusiano ha tenido en nuestro país.

Rafael Pérez de la Dehesa sostiene que Udo Rukser basa parte de sus afirmaciones en fuentes, que no son un modelo de exactitud ni de fiabilidad y, ya se sabe que cuando en textos de historia “alguien tropieza” hace caer a los que vienen detrás.

Me produce escalofríos cuando leo que alguien sigue considerando anarquistas a Baroja y sobre todo a Ramiro de Maeztu. Bajo el paraguas Nietzsche en España, se han vertido auténticas falsedades, medias verdades e incluso disparates. Si bien, no puede ponerse en duda que en una etapa –más bien corta- de sus vidas, estos autores recibieron una influencia nietzschiana.

También, resultaría sin duda interesante y oportuno, hablar de la influencia de Henrik Ibsen en España así como de Ibsen en relación con el anarquismo español. Más, por obvias razones de espacio, hemos de dejarlo para una próxima ocasión.

Mención aparte merece la influencia del pensamiento de F. Nietzsche en lo que podríamos conceptualizar como el anarquismo individualista. Es interesante, a este respecto, recordar la figura de Federico Urales y su Revista blanca. Ahora bien, creo que es conveniente diferenciar, con toda nitidez, anarquismo de individualismo y que confundirlos no lleva sino a desenfocar completamente el punto de mira.

El interés hacia el autor de Ecce Homo, en aspectos como la transmutación de valores, la soledad, el desvalimiento y la angustia del hombre ante la existencia, no han dejado de interesar como lo atestigua el hecho de que mientras otros filósofos y corrientes de pensamiento han caído en el olvido o circulan en el estrecho ámbito de las publicaciones universitarias y académicas, Nietzsche no ha perdido un ápice de popularidad y constantemente aparecen nuevos estudios para descifrar aspectos obscuros, polémicos o contradictorios de su vida y de su obra.

Contamos con aportaciones de notable interés por estos lares, más allá de los escarceos de Fernando Savater, como las de Miguel Morey, si bien la monografía que me sigue pareciendo de referencia es la de Gilles Deleuze Nietzsche y su filosofía.

La llamada “Filosofía de la sospecha” no ha hecho más que acrecentar el interés hacia Nietzsche. La hermenéutica tiene hoy una importante vertiente a partir de los conceptos de sospecha y de desconfianza. ¡Cuánta razón tenían los sofistas, cuando apuntaban que tras la razón filosófica no hay otra cosa que intereses de poder!

Nietzsche es un pensador agrio, insultante e insolente. Su pensamiento y sus intuiciones nos siguen siendo de mucha utilidad para orientarnos en medio de tantas tribulaciones e incertidumbres como están a punto de caernos encima. Ahí está su capacidad crítica o en tiempos como estos de preocupación por el futuro del Planeta, su visión remozada de lo sensible y de la naturaleza no degradada, en ese discurrir concéntrico que es el eterno retorno.

Otro aspecto crucial es su capacidad de cuestionar la cultura occidental, haciendo hincapié en que hay que recuperar los instintos vitales del hombre, domesticados y maniatados a lo largo de lo que se llama, pomposamente, civilización.

Tiene sentido repensar, como él lo hizo, la hipocresía de muchos valores y, quizás por eso, es el precursor de una nueva forma de pensar adelantando lo que acostumbramos a considerar “la crisis de la modernidad”.

No quisiera dejar de mencionar que una filósofa de la talla de María Zambrano acostumbraba a dejar correr el pensamiento siguiendo la estela de F. Nietzsche en lo que algunos han denominado “la razón poética”.

He tratado de exponer sucintamente cuál es la relación o la falta de relación entre Nietzsche y el anarquismo. Sacar frases fuera de contexto, tergiversar y hasta “retorcer”, siempre me ha parecido deleznable, desde una perspectiva intelectual. Añadiré a lo dicho que el movimiento libertario es, decididamente partidario de las colectivizaciones. Pues bien, el término colectivizar a Nietzsche le producía un auténtico sarpullido. He aquí, otra de las diferencias palpables.

Hay sastres que hacen magníficos trajes, ahora bien, hacer trajes nietzscheanos a cualquier medida ideológica, ni es lo más honrado ni lo más conveniente.

Es incuestionable la influencia ejercida durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI por Nietzsche, pero de ahí a pretender vincularlo, sin más, con el anarquismo sin atenerse a pruebas y basándose en meras especulaciones, es lo que he llamado oír campanas… que es lo que desgraciadamente se ha venido haciendo con harta frecuencia. Esto, lógicamente, no me parece ético ni serio.

Nietzsche es a ratos, vitalista y a ratos, angustioso y atormentado. Asimismo, tiene una capacidad de rebeldía y de indignación que le da una impronta de actualidad muy saludable.

Por no citar más que un último ejemplo, Nietzsche fue radicalmente antinacionalista lo que no empece para que sea citado, incluso, como autoridad, en más de una proclama nacionalista donde se apela más al sentimiento que a la razón.

Espero que los lectores de “El obrero” hayan encontrado en estas reflexiones algunos argumentos para opinar sobre si Nietzsche tuvo o no vinculaciones con el anarquismo y, de paso, exponer los peligros que siempre tiene el intentar hacer un traje a medida cuando no se dispone ni de la tela ni del instrumental adecuado.

Profesor Emérito de Historia de la Filosofía, Colabora o ha colaborado en revistas de pensamiento y cultura como Paideía, Ámbito Dialéctico, Leviatán, Temas de Hoy o la Revista Digital Entreletras.

Ha intervenido en simposios y seminarios en diversas Universidades, Ha organizado y dirigido ciclos de conferencias en la Fundación Progreso y Cultura sobre Memoria Histórica, actualidad de Benito Pérez Galdós, Marx, hoy. Ha sido Vicepresidente del Ateneo de Madrid.