Tomemos perspectiva. El estado moderno fue la respuesta a la necesidad de las nuevas élites económicas emergentes de un marco previsible de regulación del negocio, al mismo tiempo que el aparato administrativo y las fórmulas más o menos democráticas facilitaban una vía legítima de acceso, a la participación primero y al control después, del poder (Weber y Marx). En el frente de conflicto ideológico, las libertades y la noción de democracia fueron los valores enarbolados frente a las legitimaciones del poder tradicional. Con el paso del tiempo, la estrategia de la burguesía desbordó lo censitario y, poco a poco, se extendió como un derecho político al resto de la sociedad. Un proceso triunfante que, por un tiempo limitado y en Estados muy concretos, pareció alcanzar la culminación lógica del capitalismo: una sociedad de consumo en la que la mayoría se sienten burgueses porque todos quieren querer lo que creen que pueden tener, mientras cedían el poder a una élite política, en general estrechamente ligada a las élites económicas, a las que dejan hacer mientras el show must go on. Punto final a las ideologías y a la historia (Bell, Fukuyama).