Los daños colaterales de los compromisos rotos
- Escrito por Alberto Vila
- Publicado en Opinión
“Vivir en contradicción con la razón propia es el estado moral más intolerable.”
Tolstoi
Daño colateral es un término utilizado por los portavoces de las fuerzas armadas para referirse al daño no intencional o accidental, producto de una operación militar. El término comenzó siendo un eufemismo cuando fue acuñado por el Alto Mando de los EE.UU. durante la Guerra de Vietnam. Así, puede referirse a fuego “amigo”, o propio, o destrucción de civiles y sus propiedades.
Eufemismos aparte, esta denominación se populariza cuando llega al público durante la llamada Guerra del Golfo en 1991 durante los informes militares televisados, y era utilizado para referirse a las víctimas civiles durante el bombardeo de Irak. Las “armas de destrucción masiva”. Sugiere una banalización de la violencia.
La dificultad para diferenciar ficción con realidad, cuando se difunden imágenes sangrientas básicamente por TV, tiene bastante que ver con la banalización de la violencia. La política comunicativa basada en fake news es contribuyente de la desvinculación entre ficción y realidad. Las personas terminan “insensibilizándose”, “deshumanizándose”, frente al fenómeno de las catástrofes humanitarias o a los casos de corrupción política. Macrogranjas aparte. Víctimas de residencias incluidas.
Las personas siguen comiendo frente a la pantalla de la televisión, mientras los telediarios muestran sin pudores las entrañas de las víctimas de esa corrupción, o producen una cascada de justificaciones de un fascismo creciente. El riesgo de descontextualizar los escenarios, en dónde se desarrollan estos acontecimientos, suele tener que ver con lo efímero del “time prime”. La memoria colectiva es frágil. Tan sólo retiene frases generalmente diseñadas sobre un grano de verdad y el resto de mentira. De eso saben bien los expertos en campañas políticas. Hay responsables.
Hanna Arendt, que en su obra reflexionó sobre el totalitarismo en los años 50 del siglo XX, sobre la crisis de la tradición humanística en los años 60, y sobre la legitimación de la violencia en los movimientos de protesta de los años 70, es una voz autorizada para contextualizar la situación actual. Además de su contribución acerca de “la banalización de la violencia”, esta pensadora nos dice que allí donde hay comunidad política, hay poder, y no necesita justificación, sino legitimidad de origen. “El poder surge allí donde las personas se juntan y actúan concertadamente, pero deriva su legitimidad de la reunión inicial más que de cualquier acción que pueda seguir a ésta”.
Por eso, según ella, la legitimidad mira al pasado, la justificación al futuro, a un fin que se encuentra alejado. El pasado fue la victoria del 39. El futuro es radicalizar la toma del poder y consolidar las instituciones neofranquistas. Entre estas últimas podríamos contar a la Iglesia Católica que ha dado cobijo a los mantos franquistas que cubrieron a las vírgenes de los templos. Es decir, que va siendo hora que se acabe con esta insolente banalización de la violencia socioeconómica que han hecho los partidos de la Transición luego de cuarenta años de presunta democracia. Serán solo simples “daños colaterales” para ellos. Por todo ello se hace necesario no olvidar.
Recuperar la memoria histórica es un impostergable progreso moral en la convivencia de nuestro país, para recuperar su dignidad de una vez, luego de la desaparición de la dictadura. Esto debe aceptarse o, de una vez, proclamar un sistema plutocrático basado en la monarquía fuera de la ley por mor de su inviolabilidad. El grado de calculada violencia que provocan con sus mentiras los líderes de la nueva política, acerca de nuestro trágico pasado, es equiparable a la misoginia, la homofobia y la xenofobia de la que hacen alarde algunos de ellos. Del interés general ausente de la política tradicional, nada.
En realidad, estamos pisando una tierra repleta de sangre. Durante la dictadura de Francisco Franco, a partir de 1939, se practicó el terrorismo de Estado, donde, entre otras acciones, fueron fusilados más de 50.000 ciudadanos por diferencias políticas. También, se encarcelaron otros cientos de miles. De acuerdo a publicaciones de historiadores de la talla de Julián Casanova o Paul Preston tenemos información documentada. Precisamente, de este último en “El holocausto español”, estima en 150.000 víctimas inocentes a manos de los sublevados. En 2008, Baltasar Garzón, también hizo un recuento sobre la represión en zona nacional que llegó a 143.353 víctimas.
Pero las víctimas siguen produciéndose. La muerte no descansa. Las crisis humanitarias están en pleno desarrollo desde el momento en que se abandona a su suerte a los ancianos, a los enfermos crónicos desatendidos, a las familias empobrecidas y a la mejor juventud de la democracia. Manteniendo privilegios legalizados por unas normas injustas, merced a los compromisos rotos, se manifiestan estos daños colaterales inaceptables.
Cuando votes en las próximas citas electorales, querida persona que puedas estar leyéndome, recuerda que la conciencia nunca duerme. Que no basta con acudir a manifestaciones. Esa exigencia de humanidad y solidaridad deberá obligar a los que resulten elegidos para que estén en condiciones de soportar la presión de los lobbies religiosos, financieros y económicos.
Estas cuestiones fueron materia para formar el gobierno progresista. Eso votó mayoritariamente la ciudadanía. El fracaso única responsabilidad del peor socialismo que ocupa varios sillones de la Moncloa. Al parecer, el señor Pedro Sánchez carece de las aptitudes necesarias para enfrentarse a ellos. Existe un compromiso roto. Se producen víctimas inocentes.
Alberto Vila
Economista y analista político, experto en comunicación institucional.