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Apuntes sobre la teocracia talibán


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La teocracia es un tipo de sistema sociopolítico en el cual el poder se justifica y ejerce mediante la invocación a la divinidad. Dios sería el origen y el fin último de toda teocracia. No es patrimonio exclusivo de ninguna religión, pues se configura en torno a muchas de ellas. Este sistema salta hoy al primer plano de la actualidad, encarnado en los estudiantes coránicos afgano-pastunes, talibán, que tratan de aplicarlo, a golpe de fusil ametrallador, tras haber recuperado el poder en Afganistán. Después de veinte años de ocupación militar y presencia política estadounidense, su retirada ha precipitado el acceso fulminante de los enturbantados combatientes islamistas al poder en Kabul, la capital del país. El rasgo diferencial que les caracteriza es que entienden y aplican el Islam como una religión teocrática, plenamente politizada. La fe proclamada en un Dios único se sitúa en el arco de bóveda de sus creencias.

La teocracia islámica que los talibanes se proponen aplicar no debiera extrañar mucho a quienes, desde Occidente, saben de qué trataban los regímenes confesionales en los que el poder político era considerado, asimismo, de origen divino. Recordemos la inscripción estampada en las monedas españolas -“Francisco Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios”- vigente aquí hasta años después de la muerte del dictador en 1975.

La teocracia talibán presenta, sin embargo, singularidades aún más específicas En su aplicación a la vida social, la característica más llamativa y sangrante consiste en una estricta feminofobia que aparta, segrega e invisibiliza totalmente a la mujer de la vida social, laboral y académica, para recluirla en el hogar. Además, las mujeres así excluidas, se ven sometidas a una sospecha incesante que lleva asociado un régimen punitivo desde el que se escrutan y fiscalizan todos los aspectos de su conducta. El atuendo, obligadamente velado, es todo un símbolo de esta humillante percepción machista. Los castigos abarcan todo un repertorio que incluye desde los latigazos hasta la lapidación a muerte.

En cuanto a la proyección social del discurso talibán, este queda fijado hacia una proyección de ultratumba. Se trata de una especie de predestinación, que remite al Paraíso el premio por las penalidades y los sufrimientos vividos por el creyente en este mundo terrenal. Por otra parte, sitúa en un Infierno a los réprobos y transgresores de un código de conducta basado en la observancia escrupulosa y, sobre todo, obsesiva, de normas interpretadas, generalmente, de forma leonina por quienes disponen del poder, asociado a las armas. El inmovilismo social sería el correlato del islamismo en clave talibán. El progreso mundano es irrelevante y solo cobra sentido si está referido a la grandeza de Dios, al que no se le pueden aplicar categorías o atributos humanos de ningún tipo por adquirir en el Islam talibán una dimensión cósmica, suprahumana. La iconofobia islámica, la inexistencia de imágenes de Alá y de Mahoma, consideradas blasfemas, explicaría esta particularidad.

Hierocracia

Comoquiera que cada teocracia es aplicada por distintos supuestos intérpretes de los designios divinos -a saber, reyes, dictadores, sátrapas o espadones de todo pelaje, siempre varones-, en Afganistán cabe afirmar que estamos en presencia de una hierocracia, es decir, un Gobierno teocrático de los sacerdotes y sus pupilos. Es una casta de hombres de religión, solo varones, sin otra cultura que la derivada de los estudios coránicos seguidos en las madrasas, a la que añaden cierta instrucción en el manejo de armas automáticas.

Se trata de estudios cuyo origen y sustancia, incambiados, se sitúan en el siglo VII de nuestra era, en una codificación del contenido del libro sagrado, el Corán, realizada por el califa Otman en torno al año 650, es decir, décadas después de las revelaciones recibidas directamente por el árabe quraysí Abulkasem, más conocido con el nombre de Mahoma, por boca del ángel Gabriel en una gruta cercana a La Meca. Allí, el futuro Profeta del Islam había asumido la condición de hanif, eremita, antes de extender combativamente por la península arábiga, a partir del año 632 de nuestra era, la nueva religión monoteísta a él revelada y enfrentada a quemarropa contra el politeísmo idólatra hasta entonces allí imperante. El islamismo considera Profetas a Abraham y a Jesús de Nazareth –Mahoma sería el último de los Profetas de las religiones del Libro, Islam, Cristianismo y Judaísmo- y rinde reverencia a la Virgen María. El término “musulmán” significa hijo de Salomón, otro dato más de algunos de los sincretismos procedentes de otras religiones que el Islam incluye en su acerbo.

Los cuatro inmediatos sucesores de Mahoma implantarían el denominado Califato Perfecto, hasta su escisión entre sunníes y chiíes. Posteriormente, el Islam, merced a la caballería, se expandiría por Siria y Persia -país éste no árabe-, desde donde irradiaría al resto del mundo, sobre todo a lo largo de la arabidad, por África del Norte y Central, más Asia Central y meridional e, incluso, por el Extremo Oriente, con total implantación en Indonesia y potente asentamiento en Filipinas. Según distintas estimaciones, el Islam cuenta hoy con unos 1100 millones de creyentes distribuidos en cincuenta países.

El modelo chií

De la estirpe de Mahoma, que casó en distintas nupcias, solo sobrevivió una hija, Fátima, esposa de su primo y yerno Alí, padres asimismo de Husein y Hassan, considerados mártires y ser asesinados en distintas conjuras. Por descender de Alí, los clérigos de una rama del Islam, principal minoría de esta creencia, el chiísmo, se reclaman del linaje del Profeta. El chiísmo es la religión mayoritaria en Irán y en la costa oriental saudí. Ayatollahs, hoyatoleslam y ajunds, respectivamente grado máximo, medio y bajo del clero chií, pertenecientes a este linaje, se tocan la cabeza con turbantes negros, emamé shía, a diferencia de quienes, de distintas estirpes, lucen turbantes blancos, emamé safid.

Religión victimista, singularizada por una resiliencia muy acentuada, el chiísmo permite la práctica de la ocultación, taquiya, con objeto de preservarlo. La revolución inicialmente progresista y antiimperialista iraní, que derrocó la monarquía pro-estadounidense del sha Reza Pahlevi en 1979, sería ulteriormente hegemonizada y monopolizada por el clero chií, que estableció en Irán una República Islámica que ha servido de modelo pionero al surgimiento del Islam más politizado en distintos escenarios como el de Afganistán y desde diferentes corrientes doctrinales no solo chiíes.

La corriente islámica mayoritaria en el mundo es la sunní. El clero sunní -y también el chií, gestionan y aplican de modo inmediato la sharia, prolija legislación islámica, ya que el Islam es una de las religiones más judicializadas del mundo pues posee un repertorio exhaustivo de normas para regir la vida social, familiar e, incluso, la intimidad personal de cada fiel. La creencia y declamación monoteísta de la unicidad de Dios; el rezo, en prosternación, de la oración cinco veces al día; la peregrinación, hajj, a La Meca una vez al año; más el zakat, el diezmo o impuesto, son algunos de los principios básicos del islamismo en todas sus corrientes y sectas. Su simplicidad facilitó su expansión.

Lo fundamental de la religión islámica es la centralidad que Dios ocupa en la vida, social, política, económica…en todos sus aspectos. No es que los islámicos desdeñen el progreso social, ni el bienestar y el avance de los pueblos sino que, si estos no comparecen en la escena versados hacia Dios, merecen ser plenamente descartado. Ese teocentrismo, vertebrado en torno a un orden divino, es el componente fundamental de la teocracia en clave islámica. Por ello, el anarquismo es considerado por el Islam como consustancial al ateísmo y principal pecado en términos sociopolítico-religiosos.

Claves de la Yihad

El clero chií y el talibán sunní, pese a ciertas distinciones doctrinales, despliegan una militancia política muy comprometida y perpetua. Pero el clero no media entre el creyente y la divinidad, ya que entre ambos se establecen lazos comunicativos individualizados. La denominada Guerra Santa o Yihad, no consiste, como solemos creer, en algo similar a aquellas escenas de las películas del Lejano Oeste cuando cientos de jinetes pieles rojas, alineados sobre la arista de una loma, recibían la orden del cabecilla y descendían en tropel sobre el llano para cercar y atacar a los colonos. No. La Yihad es una llamada individualizada que experimenta el musulmán cuando cree ver en peligro el Islam. Y es entonces cuando asume el compromiso individual de propagar, ideológicamente, con la enseñanza incluida en el Libro Sagrado, el mensaje coránico. El Corán es considerado palabra misma de Dios.

Según algunos analistas, aquí reside el verdadero nudo desde el cual se desencadena la beligerante violencia de quienes se reclaman de la Yihad: al no existir mediación alguna entre el individuo y la divinidad, puesto que el clero gestiona tan solo aspectos normativos, no propiamente teológicos, de la vida comunitaria cotidiana, cualquier deformación psicopatológica del creyente, de cuño esquizoide o psicótico, puede llevarle a interpretar esa llamada interior, esa especie de vocación, como una incitación a tomar las armas para defender al Islam en peligro. Esto daría lugar a una aberración criminal, de origen psicopatológico, por cuanto que las religiones, y el Islam no es una excepción, son estrategias de supervivencia colectiva; incluso raramente legitiman el tiranicidio.

Hay sin embargo factores no estrictamente doctrinales, sino sociales y subculturales, que fortalecen ciertas formas de conductas esquizoides en entornos culturales árabes, al igual que en entornos occidentales, estadounidenses o europeos, existen determinantes psicosociales de conductas patológicas derivadas, por ejemplo, de frecuentes neurosis obsesivas o paranoides. Pero tales desviaciones conductuales en clave criminal no tienen fundamento doctrinal ni en el Cristianismo ni en el Islam.

Los talibanes practican pues un Islam rigorista, de cuño sunní, que conciben como un sistema de creencias y de prácticas que configuran una religión política. No obstante, muestran influencias doctrinales, políticas pues, y apoyos económicos enjundiosos de otras corrientes islámicas, señaladamente la wahabita establecida por la monarquía de Arabia Saudí.

Ruralismo feudal

El sunnismo talibán tiene una poderosa base social en el campesinado afgano. Los campesinos viven allí bajo un régimen feudal, con grandes propietarios de tierras, cultivos de opiáceos y regadíos, que son a la vez señores de la guerra, prebostes etno-tribales potentemente armados y con huestes dotadas de experiencia en guerra de guerrillas. Como sucede en tantas otras latitudes, por la condición rural de su estructura social, cada campesino afgano está sometido en buena medida a las imprevisibles modificaciones meteorológicas; tanto, que sus efectos sobre las cosechas, de las cuales pagan cuotas al señor feudal que les arrienda las tierras, determinan la vida propia y la de sus familias. Ello aproxima a su equipaje cultural y doctrinal niveles elevados de superstición. Es precisamente esta cercanía a la superstición la que lleva a algunos tratadistas a considerar que los talibanes aplican un tipo de islamismo deformado, caracterizado por una aplicación no solo estricta, sino desproporcionadamente rigurosa y supersticiosa, fetichizada, de los preceptos coránicos enunciados e inmutables desde hace quince siglos.

Eminentemente rural, Afganistán posee una extraordinaria relevancia geoestratégica por hallarse incrustado en el corazón del Asia Central. Acreditan su relevancia geopolítica sus fronteras de origen colonial con China, Pakistán e Irán, no lejos de la Federación Rusa y de la India. Sin embargo, las fronteras auténticas existen entre las más de veinte etnias distintas –la hegemónica es la pastún, de religión sunní-, que junto con hazaras, de lengua persa y religión islámica chií, más takiyos, uzbekos, aymaq y baluchis, entre otras, pueblan tan montañoso territorio. Las etnias mayoritarias se extienden asimismo por países vecinos, destacadamente Pakistán, con importante presencia pastún, e Irán, que cuenta con al menos dos millones de refugiados afganos, señaladamente hazaras, tocados con el famoso gorro al modo de tarro invertido, pakol.

El poder interno real talibán -sus aliados exteriores son poderosos, como Arabia Saudí y, sobre todo, Pakistán- se basa en una alianza entre el campesinado pobre del extenso medio rural y los señores de la tierra y de la guerra; a ellos se asocia el lumpen-campesinado emigrado a las ciudades que no ha logrado integrarse en el medio urbano, cuyas periferias habitan.

Represión, repliegue y retorno

La ocupación militar estadounidense y británica, junto con la de otros aliados de la OTAN, a partir de 2002, desencadenó una represión feroz contra comunidades talibanes, inicialmente apoyadas por y aliadas de Washington, entre 1979 y 1989, para expulsar a los ocupantes soviéticos; posteriormente el régimen talibán, vigente entre 1996 y 2002, sería acusados de dar apoyo y refugio a Al Qaeda de Osama Ben Laden, al que se atribuyeron los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington. Replegados sobre las montañas del interior del país y gozando del santuario de retaguardia merced a la osmótica frontera meridional afgana con Pakistán, el movimiento talibán resistió aquellos embates. Hoy, ya con el poder en la mano, los talibanes ven una oportunidad de desquite y venganza

Con extrema sutileza, los estudiantes coránicos se han apropiado del relato ancestral y potencialmente nacional de un país atribulado por la guerra y a codicia foránea, que carece de historia nacional escrita y propia. En un salto de quince siglos, ellos, los talibanes, conectan nuestra actualidad con los cuatro primeros Califas, que establecieron el Emirato Perfecto que ellos aspiran hoy a reeditar, tras distintas experiencias como la emprendida –y a la postre fallida y militarmente derrotada en Siria y el Norte de Irak- por el Daesh, el Califato Islámico.

La duda suspendida hoy en el aire concierne al destino de millones de afganas y afganas que no sintonizan con esa forma desvirtuada de la religión islámica. Pero hoy, para su desgracia, se encuentran en manos de un belicoso colectivo, hasta ayer armado con meros fusiles ametralladores y a partir de hoy, ya en poder de un gigantesco arsenal desplegado irresponsablemente en Afganistán por los mercaderes de armas más codiciosos del mundo. La materia prima de los opiáceos, que se cultiva extensivamente en el país afgano, también permanece ya en poder talibán. Las armas del dogma se ven ahora pertrechadas por las armas de guerra, por la irresponsabilidad de los jugadores de un Gran Juego geoestratégico, que desde hace siglos pivota erráticamente sobre los desolados y escabrosos parajes de un país atribulado por la opresión social, la ambición y el atraso a los que sus pueblos se ven cruelmente sometidos.

Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Negra y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.