El catolicismo social en la Sevilla de principios del siglo XX
- Escrito por Antonio Manuel Moral Roncal
- Publicado en Historalia
Para hacer frente a los desafíos de la modernidad contemporánea del siglo XIX e impulsar la Rerum novarum de León XIII, a finales del mismo surgió el Movimiento Católico. Este término organizaba la acción pública de los católicos frente al triunfante mundo liberal en diversos frentes: político, social, propagandístico y educativo. Esa acción se materializó en un conjunto de obras, dirigidas por asociaciones, que tendieron a ser coordinadas con el clero.
Algunos analistas tacharon el Movimiento Católico de antiguo, tradicionalista, antiliberal y antimoderno. Sin embargo, la práctica del mismo asumió herramientas cada vez más modernas a principios del siglo XX: utilización de repertorio innovador de protesta (mítines, recogida de firmas, manifestaciones, aplecs...), abundante utilización de una red de prensa para divulgar sus ideas y acciones, impulso del asociacionismo en todos los campos posibles, incluso el político y el sindical, etc. Indudablemente, no se abandonaron ni las escuelas ni las romerías, procesiones, rogativas y celebraciones religiosas, pero se impulsó nuevas herramientas para la acción social católica. Además, de forma lenta pero significativa, el movimiento comenzó a disparar la llegada de seglares a sus ámbitos de decisión. Y junto a los seglares hombres, las mujeres, cuya participación cada vez fue más importante, aunque subordinada. En la Iglesia católica, muchas de ellas encontraron un espacio de sociabilidad y movilización importante, sobre todo a nivel local y provincial.
En 1906, el primado de Toledo, cardenal Sancha, dio instrucciones al marqués de Comillas para que activara la propaganda que, como resultado, creara una organización social, sólida y numerosa de católicos en el ámbito social. En Sevilla, la situación inicial se basaba en la existencia de algún que otro círculo de obreros vinculado a las obras salesianas y a la congregaciones marianas de los jesuitas. En la provincia también se habían creado una decena de círculos católicos de obreros y en la capital hispalense funcionaba un centro cuyo objetivo era la preparación de jóvenes de clases medias y altas que trabajasen para mejorar la situación de las clases trabajadoras. Inicialmente tuvo un fin formativo, invitándose también a obreros, pero el último objetivo fue, en definitiva, dejar hecho un organismo para ellos que sería una realidad más cerca años más adelante. En la ciudad de Huelva quedó constituido otro Centro Católico que, en 1906, contaba con más de 300 socios. El periódico El Correo divulgó sus actividades entre la población, lo cual fue un importante medio para aumentar su impacto social.
Bajo el pontificado de Enrique Almaraz Santos (1907-1920) en la capital hispalense, estas obras adquirieron un notable desarrollo, como ha estudiado Ruiz Sánchez. Nada más llegar a la sede, el prelado puso en marcha un boletín quincenal de acción social; formó una junta diocesana a la que debían seguir las correspondientes juntas parroquiales; impulsó la asistencia de católicos sevillanos a la Asamblea Regional de Corporaciones Obreras, celebradas en Granada en 1907. Un año más tarde se celebró en Sevilla la Tercera Semana Social. Todo ello fue el marco impulsor para el desarrollo de obras económico-sociales como Montes de Piedad y Cajas de Ahorro, que en Écija llegaron a existir con una cooperativa de consumo, al tiempo que se trató de impulsar una sociedad que arrendase fincas de labor para luego subarrendarlas en pequeñas parcelas a los jornaleros y obreros del campo mediante el pago de una renta muy pequeña.
El impulso del arzobispo hizo que se fundaran en la provincia 20 centros católicos hasta 1910, de nombres muy dispares, pero con un mismo objetivo: intentar levantar una red de catolicismo social aumentando el número de cajas de ahorro, cooperativas panaderas, montepíos, bolsas de trabajo, etc. Indudablemente con presencia de patronos junto a los obreros. El Centro de Huelva construyó, además, una barriada obrera y escuelas.
Sin embargo, con el paso del tiempo, parecía que los católicos andaluces estaban en otro siglo, pues estas fórmulas de centros mixtos entre patronos y obreros había comenzado a ser abandonas por las diócesis del Norte de España, buscando nuevas fórmulas. Se expandió, a partir de 1910, la idea de responder ante la nueva realidad social mediante organizaciones católicas estrictamente sindicales en las que el tema de la discusión pasaría a ser su confesionalidad.
El cardenal Almaraz inició este giro a partir de 1916. Apoyó el establecimiento de dos o tres sindicatos en cada una de las provincias de Sevilla, Huelva y Málaga. Un propagandista católico, A. Monedero, analizó la situación social en un viaje por esas zonas, subrayando que la diferencia más sustancial con otras regiones españolas era la desigual distribución de la propiedad, es decir, el exceso de latifundios. La solución para ayudar a los obreros debía pasar por procurar el compromiso de los grandes propietarios, con el objeto de mejorar sus condiciones de vida. Los latifundistas debían ser los primeros en apoyar estas iniciativas sociales católicas, cediendo terrenos en venta o en arrendamiento para que fueran trabajadas por los proletarios.
A partir de 1918, se intentó hacer varias campañas de concienciación entre los patronos, en un momento histórico marcado por los ecos de la Revolución rusa por toda Europa y el surgimiento del "trienio bolchevique" en España. Se abogó por fijar los jornaleros y obreros a la tierra mediante arrendamientos colectivos, pagaderos en plazos, y la parcelación subsiguiente con dos beneficios para los propietarios: lo recaudado por la cesión y la seguridad de sus bienes y conciencia. El fruto fue la construcción de tres federaciones: la de Sevilla reunió 22 sindicatos, la de Jerez unos cinco y la de Moguer logró agrupar las existentes.
Estas organizaciones favorecieron la creación de más cajas de ahorro para luchar contra la usura, cooperativas agrícolas para la compra de herramientas y material a precios bajos, sociedades de socorros, actividades formativas y, especialmente, compra o alquiler de tierras para distribuirlas en lotes y crear colonos. En 1920 quedó constituida en Sevilla la Casa Social Católica, donde se establecieron sindicatos de empleados, oficios, muelle, etc. Contó con más de medio millar de afiliados y fue sede de mutuas, cajas de ahorro y otras instituciones católicas. En definitiva, en un periodo de tiempo relativamente pequeño, los católicos de la diócesis sevillana lograron impulsar su presencia en la vida pública notablemente, consolidando el movimiento católico en una región que, hacía décadas, aparecía más lenta en su desarrollo.
El lector interesado puede acudir a
José Manuel Cuenca Toribio, Catolicismo social y político en la España contemporánea (1870-2000), Madrid, Unión Editorial, 2003
José Manuel Cuenca Toribio, Catolicismo contemporáneo de España y América, Madrid, Ediciones Encuentro, 2000.
José Andrés-Gallego, Antón M. Pazos, La Iglesia en la España contemporánea, Madrid, Ediciones Encuentro, 1999.
José-Leonardo Ruiz Sánchez, "Recristianización y movimiento católico en España. El caso de Sevilla", en F. Montero y J. de la Cueva, La secularización conflictiva. España (1898-1931), Madrid, 2007, pp.139-169.
Antonio Manuel Moral Roncal
Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea por la UAM.