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La cuestión económica en la Gran Guerra


(Tiempo de lectura: 3 - 6 minutos)

En este trabajo intentaremos abordar dos cuestiones. En primer lugar, nos interesará investigar las causas económicas que condujeron al estallido de la Primera Guerra Mundial. En una segunda parte plantearemos las transformaciones en este ámbito que generó la contienda.

La crisis económica de 1873 terminó con la etapa librecambista asociada a la Primera Revolución Industrial, inaugurándose una nueva fase económica o Segunda Revolución Industrial vinculada a la concentración industrial y financiera y, sobre todo, al proteccionismo económico con un fuerte rearme arancelario, que supuso el surgimiento de una verdadera guerra económica entre las potencias, generando interminables disputas y negociaciones diplomáticas. Cuando no se alcanzaban acuerdos y no se podían firmar tratados comerciales las relaciones políticas se perturbaban notablemente. Además, esta nueva etapa lanzó a la primera plana nuevas potencias económicas, como Estados Unidos y Japón fuera del continente europeo y dentro de él, Alemania, que muy pronto no sólo pudo competir con el Reino Unido, sino que llegó a superarlo en algunos índices económicos. La antigua preponderancia económica británica, nacida en el último cuarto del siglo XVIII y que había convertido a Inglaterra en el taller del mundo y en la defensora de tratados comerciales librecambistas que favorecían la venta de sus productos, realizados a un coste que les hacían imbatibles en todos los mercados, se había terminado para siempre. Bien es cierto que seguía siendo una potencia económica impresionante, con un imperio colonial inmenso y una flota muy poderosa, pero Alemania se había convertido en un país líder en las nuevas industrias (siderurgia, químicas, etc..), con un gran potencial demográfico, un sistema flexible de créditos, muchas materias primas y un alto nivel de concentración empresarial. Su problema era la falta de un imperio colonial del tamaño del británico o del francés. Precisamente, esta etapa se asocia con el auge del imperialismo europeo, en una carrera para dominar el mundo y que, a pesar de los esfuerzos por canalizarla, como se pretendió con el Congreso de Berlín, no hizo más que elevar las tensiones entre británicos, franceses y alemanes, principalmente, tanto en África como en Asia. Aunque el imperialismo no solo tiene un trasfondo económico, es bien cierto que las potencias europeas buscaban colonias para conseguir materias primas y fuentes de energía, colocar sus productos manufacturados, poder invertir sus inmensos capitales y tener una salida de escape para los sobrantes de mano de obra en las metrópolis.

Los alemanes comprendieron que para tener una fuerte presencia en el mundo debían contar con una flota, de la que carecían. Desde finales del siglo XIX emprendieron una activa política de construcciones navales para poder competir en los mercados internacionales y poner en peligro el casi monopolio británico de los mares. Este factor pesó mucho en el giro de la política exterior de Londres a principios del siglo XX, ya que hasta entonces había sido un miembro adyacente del sistema de alianzas bismarckianos, enfrentándose constantemente con París, especialmente en África, donde chocaban los dos imperios coloniales. Los británicos se asustaron ante la presencia constante de barcos, soldados y diplomáticos alemanes en todos los escenarios de conflictos coloniales, como en China o en Marruecos. Parecía conveniente solucionar los contenciosos con los franceses y llegar a la Entente Cordiale.

En materia financiera, los principales mercados seguían centrados en Londres y París. Los alemanes tenían serias dificultades para invertir su capital fuera de sus fronteras, por lo que reorientaron el capital hacia la inversión interna. En vísperas de la guerra los movimientos internacionales de capitales generaron muchas polémicas.

La Primera Guerra Mundial provocó importantes transformaciones en la economía. La magnitud de la Gran Guerra fue tal que todos los aspectos de la economía mundial se trastocaron. La constatación de que la contienda iba a ser muy larga, al fracasar los planes iniciales de la guerra de movimientos, hizo que los gobiernos europeos fueran conscientes de que la economía debía ponerse al servicio de la causa militar y que, por lo tanto, se hacía necesario introducir profundos cambios en las relaciones de producción. La guerra impuso que el Estado interviniese en la economía. Sin lugar a dudas, esta guerra fue un factor decisivo para que surgiera en la historia la economía planificada, aunque hay otros fenómenos que explican esta intervención en el siglo XX, con distintas motivaciones, como son la planificación comunista en Rusia, la planificación fascista y la relacionada con el posterior estado del bienestar en las sociedades democráticas occidentales de después de la Segunda Guerra Mundial.

El capitalismo había cambiado en la Segunda Revolución Industrial, abandonando el liberalismo económico radical a favor de los monopolios y con claras tendencias proteccionistas, especialmente tras la crisis de 1873, pero la Gran Guerra introdujo en la economía dos principios nuevos: racionalización y coordinación, porque se supeditaba a un objetivo que no era otro que vencer, aunque se respetase la propiedad privada de los medios de producción, con alguna excepción. El Plan Rathenau alemán es el ejemplo más evidente de planificación económica en este momento, pero todos los gobiernos hicieron algo parecido, creando ministerios y oficinas para coordinar la tarea económica.

La cuestión de los abastecimientos fue un grave problema para todos los contendientes. La producción agrícola descendió por la falta de mano de obra, de animales y de abonos; además la guerra dificultaba de forma evidente la importación de alimentos. Las carencias de comida, vestido y combustible se hicieron patentes muy pronto. Afectaban al frente, pero, sobre todo, a la retaguardia. Se impuso el racionamiento, que se fue extendiendo a más y más productos a medida que la guerra se alargaba. Alemania fue la primera que lo impuso, ya que, por su situación geográfica, entre dos frentes, le era muy difícil compensar sus carencias con importaciones. Los aliados tenían la ventaja de contar con imperios coloniales inmensos y podían importar más fácilmente alimentos. Franceses y británicos pasaron menos hambre que los alemanes. En todo caso, tuvieron que implantar también medidas de racionamiento.

La guerra trajo otras consecuencias económicas. Los precios aumentaron y, a pesar de que también lo hicieron los salarios, el poder adquisitivo en los países contendientes disminuyó considerablemente, mientras el mercado negro se extendía. La destrucción de muchas infraestructuras productivas y la necesidad de más productos y materias primas hicieron que las compras al extranjero se dispararan de tal forma que superaron, en muchos casos, las posibilidades de pago. Eso provocó que se multiplicasen los empréstitos y se disparase la deuda pública. El fantasma de la bancarrota sobrevoló por encima de Europa.

Doctor en Historia. Autor de trabajos de investigación en Historia Moderna y Contemporánea, así como de Memoria Histórica.

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