El elogio fúnebre en la Ilustración
- Escrito por Eduardo Montagut
- Publicado en Historalia
En un anterior artículo en este mismo medio de El Obrero (22 de agosto de 2022) publicamos una visión general sobre el elogio fúnebre en la Historia. Hoy queremos seguir profundizando en relación con la época ilustrada.
Tradicionalmente se han considerado los elogios académicos y fúnebres como una fuente histórica poco recomendable. Desde la perspectiva literaria tampoco han merecido una atención prioritaria. No cabe duda que, aunque la objetividad en la historia no existe ni desde la interpretación del historiador ni desde las fuentes que maneja, algunas como éstas de los elogios pecan de ser verdaderos panegíricos y, en muchas ocasiones, son solamente florituras sin mayor transcendencia. Esta probable adulación puede llegar a ser tan evidente como en los elogios a monarcas del Antiguo Régimen. Si los autores son individuos de altura intelectual quizás, aunque no siempre, se salven y no solamente en lo formal o literario. Una lectura atenta de los mismos puede ser muy útil para conocer las posturas de estos escritores no sólo ante la labor del ensalzado sino también sobre sus propias ideas o las de una época. José Miguel Caso así lo demostró en un trabajo sobre los elogios de Carlos III que redactaron Jovellanos y Cabarrús. Parte de sus respectivos pensamientos y opiniones pueden rastrearse en sendos discursos, siempre y cuando se parta de la constatación del marco de obligado respeto que un monarca absoluto merecía en el pasado. Como ejemplo sobre el papel de los hombres considerados como ilustres, re-saltaremos la idea que Jovellanos tenía de la élite política precisamente en su elogio a Carlos III. Señala que si los ministros no estudian la economía política como saber indispensable para la consecución del bien común, deberían ser derrocados por «clases destinadas a trabajar». Más interesante me parece esta frase:
«...los que mandan se deben al pueblo que trabaja y obedece; por lo mismo, no son sus intereses los que deben privar, sino los del pueblo; hay, pues, una virtud cívica que califica a las clases superiores; en caso contrario, se pierde esta clase, porque ésta no está en relación con el nacimiento sino con la conducta pública».
La Ilustración pretendía un grupo de hombres útiles, cuya posición privilegiada en la sociedad se basase precisamente en esa capacidad para servir, no en la sangre como vehículo de transmisión de las virtudes, cerrando un largo debate durante todo el Antiguo Régimen sobre la cuestión. La Ilustración no pretendía un reparto del poder ni un nuevo concepto de la soberanía, a excepción de algunos que pertenecen a generaciones más jóvenes acordes ya con la soberanía nacional y los derechos del hombre. Los ilustrados querían utilidad y no la encontraban en la vieja nobleza a pesar de ser muchos de ellos de origen hidalgo. Les interesaba menos el origen de los individuos pero creían fuertemente en la jerarquía de la sociedad en cuya cúspide se encontraba el soberano. Parte de este ideario será recogido por la versión más conservadora del liberalismo a través del sufragio censitario, por ejemplo, constituyendo en España la corriente del liberalismo doctrinario.
Creemos que el estudio de los elogios en el periodo ilustrado puede completar nuestro conocimiento sobre el papel del hombre destinado a regir la sociedad en aquel momento histórico. Ahora no nos importaría tanto el elogio como vehículo donde se vierten ciertas ideas sino como género con una finalidad en sí mismo. Con los elogios se quiere perpetuar la memoria de un hombre, considerado sobresaliente y su obra. El objetivo no era exclusivamente retórico o puramente de agradecimiento al deber cumplido sino, sobre todo, ejemplificador o pedagógico, tanto para los contemporáneos como para las generaciones venideras. Estas ideas de conservación de la memoria de los prohombres que han destacado en alguna faceta de la vida fueron retomadas con fuerza, posteriormente, por los liberales y constituyen una verdadera preocupación en el siglo XIX con la política de levantar panteones de hombres ilustres, dar nombres de espacios urbanos a hombres preheminentes o levantar estatuas y monumentos conmemorativos Es el reflejo en lo material y aparecen como la faceta artística que, nacida en la filosofía sobre el nuevo hombre y de la pedagogía ilustrada, floreció en el pasado siglo con importantes derivaciones en el actual. Nuestra sociedad moderna es, en gran medida, heredera de los cambios que surgieron en el siglo XVIII.
Eduardo Montagut
Doctor en Historia. Autor de trabajos de investigación en Historia Moderna y Contemporánea, así como de Memoria Histórica.