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El ejemplo de la III República francesa para los republicanos españoles (1885)


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El republicanismo español siempre estuvo muy atento al nacimiento y desenvolvimiento de la III República Francesa, como también interesaba mucho el sistema republicano federal norteamericanos, es decir dos modelos distintos de plantear la República, uno más centralista o unitario en la expresión de la época, y el otro federal. En todo caso, la República francesa por su cercanía siempre se tuvo muy presente para intentar demostrar los beneficios de la adopción de un sistema republicano en tiempos de la Restauración. Pues bien, en septiembre de 1885, el periódico de librepensamiento y eminentemente republicano, Las Dominicales del Libre Pensamiento tomó un artículo del periódico de Burdeos, La Petit Gironde sobre los primeros quince años de la III República, con el fin de dar a conocer a los lectores el valor de una República.

El periódico de Burdeos quería demostrar que no era verdad que nada había cambiado en Francia en los primeros quince años de la III República, y que no se había avanzado en cuestión de libertades y reformas en relación con el Segundo Imperio. Esta consideración no engañaba a los viejos republicanos, pero sí lo podía hacer a las nuevas generaciones, y que desconocían los sacrificios y energías gastadas para traer las nuevas instituciones. Para demostrar el cambio el propio periódico aludía a la comparación que había realizado, por su parte, el Lyon Republicain, entre el Segundo Imperio y la III República, entre 1870, el último año del sistema regido por Napoleón III y 1885, ya asentada la República. Por otro lado, es significativo que el periódico de Burdeos quería demostrar los avances, pero no ante las posibles críticas de los sectores conservadores o monárquicos, sino de las que recibía de los ámbitos políticos más radicales, de la izquierda más extrema.

En ese último año del Segundo Imperio se habían multiplicado distintas conmociones sociales (Neuilly, Villette, boulevard Montmatre y los fusilamientos de los mineros de Ricamarie). Pero, además estuvieron los complots de los agentes provocadores y de las blusas blancas, y la opresión oficial ejercida con ocasión del plebiscito nacional sobre el sufragio universal. Se reconocía que al final del Segundo Imperio había aumentado la libertad para la prensa, pero también habían llovido los procesos contra la misma, llenándose las cárceles con periodistas, y muchos periódicos tuvieron que cerrar abrumados con las multas.

Por su parte, la policía impedía las reuniones no prohibiéndolas sino enviando agentes provocadores para sembrar el desorden. El clero, contenido un tiempo con Luis Felipe, había vuelto a invadirlo todo gracias a la Ley Falloux y a la protección de la emperatriz: escuelas, hospitales, cuarteles, cementerios, y administraciones municipales estaban a disposición la Iglesia.

Pero el periódico no podía dejar de aludir al hecho capital del final del Segundo Imperio, la guerra con Alemania, hecha contra la opinión pública, pero que no tenía ningún medio para impedir la decisión del emperador.

Después del desastre la República habría tenido que vivir cinco años de intensas luchas parlamentarias para poder liberar el territorio francés, con el pago de la indemnización y puesta en marcha de un Gobierno republicano que los antiguos partidarios (presumimos que el periódico se refería a los monárquicos) querían impedir a riesgo de perpetuar la provisionalidad y bajo la amenaza de una guerra civil. Por eso se preguntaba la publicación si no era nada la reorganización de la fuerza militar y la construcción de una red de fortalezas; si tampoco eran nada las importantes obras de infraestructuras emprendidas (ferrocarril, canales, puertos, caminos), ni la apuesta educativa con las escuelas abiertas y que habían permitido escolarizar a unos dos millones de niños.

Pero solamente había resultados materiales, sino también “morales”: prensa libre, derecho de reunión, libertad de asociación de los obreros, una administración reintegrada a sus límites, municipios donde se elegía a los alcaldes, los ministerios siendo responsables ante el parlamento, la magistratura reformada y protegida de los ataques del poder ejecutivo, el clero sometido a la ley, y la libertad de conciencia asegurada en la enseñanza y en la asistencia pública.

El periódico de Burdeos, además de valorar los avances que había traído la III República, estaba elogiando la labor de los oportunistas republicanos franceses, que dominaron la escena política entre 1879 y 1885, una cuestión que tenemos que tener en cuenta.

 

Doctor en Historia. Autor de trabajos de investigación en Historia Moderna y Contemporánea, así como de Memoria Histórica.

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