Los melancólicos de Atenas. Filosofía en crisis en el siglo VI
- Escrito por Adoración González Pérez
- Publicado en Cultura
“Todos los hombres excepcionales son melancólicos”
Problema XXX, Aristóteles
Es frecuente en nuestro tiempo el uso de esta palabra asociada a situaciones personales específicas que tienen que ver con ciertos estados de ánimo. Si bien en el mundo antiguo el término coincida con manifestaciones de ese tipo de origen fisiológico, llama nuestra atención la importancia que se dio en la filosofía de Aristóteles a esta capacidad del hombre como muestra de su genialidad. El tipo de relación que surgió entre esa melancolía y la excepcionalidad del genio, desde el punto de vista del filósofo, en lo que no entramos por respeto al conocimiento filosófico puro, marcaría diversas posturas y enfoques durante mucho tiempo. Lo recogemos para contextualizar un tiempo histórico donde la doctrina cristiana, mal llevada por sus grandes Padres e instituciones, causó verdaderos males a una cultura que nos ha dejado un impagable legado. Tal como describe R. Peretós Rivas (2015) (Aristóteles y la melancolía. En torno a Problemata XXX,1) los filósofos medievales del mundo cristiano, caso de Tomás de Aquino, consideraban que esas modificaciones del carácter podían ser positivas a la hora de equilibrar cuerpo y alma en aras de una mejor conducta. Y en ese terreno, la responsabilidad siempre caería en la sabiduría y providencia divina, de tal forma que la eucrasia o aspectos concretos del ánimo, encontrarían su causa en la voluntad divina, según se recoge en el estudio citado. (Esta doctrina aristotélica imperó por siglos en tratados médicos, artísticos y filosóficos., así lo define Ainhoa Suárez (2015), “En defensa de la melancolía”, última consulta 17 de abril, https://cultura.nexos.com.mx/en-defensa-de-la-melancolia/
Un primer periodo cultural que se desarrolla entre el siglo IV a. C. y el siglo I a.C., de gran calado en el mundo mediterráneo y del Oriente Próximo, estuvo marcado por la influencia de la cultura helenística. Algunos territorios que habían sido incorporados al Imperio de Alejandro Magno cobraron protagonismo durante mucho tiempo hasta la llegada de las legiones romanas. Fueron siglos de expansión del pensamiento griego, así como de sus principios sociales y políticos que se vieron convulsionados por la inestabilidad de algunas zonas de difícil control, que abrieron paso al dominio militar para mantener cierto orden.
El desarrollo de los acontecimientos históricos estuvo acompañado por la presencia de corrientes ideológicas, tanto políticas como religiosas, que crearon una diversidad bastante compleja si se tiene en cuenta que el pensamiento filosófico universal estuvo marcado, durante muchos siglos, por la filosofía griega. Los romanos incorporaron Atenas al imperio en el siglo II a.C., y durante más de tres siglos fue la ciudad más atrayente para aquellos que querían saber y conocer en profundidad y riqueza intelectual.
Pero, ahí surgió el conflicto, cuando este mundo cosmopolita, entre Alejandría y Atenas, tuvo que convivir con un amplio abanico de cultos profesados antes de la aparición del cristianismo. Si tal como recoge la historia de la Iglesia Ortodoxa, fue Pablo discípulo de Jesús, el primero en predicar la doctrina, a mediados ya del siglo I, los cimientos ya se habían establecido desde tiempos del emperador Constantino mientras que, en el terreno de las creencias y de los pensamientos, la civilización griega tenía mucho peso. El cristianismo judaico estaba versado en las aportaciones helenísticas. El idioma de las sinagogas era griego, y la traducción de los textos santos se hacía en ese idioma, dando una nueva fuerza cultural a la escuela de Alejandría.
Como señalara B. Gómez (2005), este hecho vendría a insuflar en el cristianismo una fuerza conceptual poderosa que le hizo asumir la idea de una fe universal única y verdadera, sentando las bases del comportamiento católico durante muchos siglos. Alejandría se convirtió en el centro más activo del pensamiento romano si bien no eliminó inicialmente las bases culturales del mundo griego. En un primer momento se pretendió dar coherencia a la doctrina eclesiástica haciendo necesaria la participación de la filosofía. Surgió una escuela de catecúmenos, a modo de Academia Cristiana, en la cual la filosofía griega era utilizada para los fines encomiásticos del cristianismo y así comenzaron las “desviaciones” por denominarlo desde un punto de vista modesto, dada la complejidad, como siempre ha pasado entre las consideradas religiones únicas. Se trataba de usar la especulación filosófica para sostener una religión positiva, que tenía como punto de partida la revelación divina contenida en la Biblia. (Bárbara Gómez, Relaciones entre el cristianismo primitivo y la filosofía griega, en X Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Escuela de Historia de la Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional del Rosario. Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias de la Educación, Universidad Nacional del Litoral, Rosario, 2005. última consulta en 17 de abril https://www.aacademica.org/000-006/29)
A partir del Concilio de Nicea del 325 se asientan los valores doctrinales del cristianismo que, como precedente remoto de un Concilio de Trento, consideró erráticos e incluso heréticos algunos movimientos liberales que cuestionaban los dogmas, como fue el caso de los gnósticos. Hubo intentos por mantener un equilibrio entre las diferentes tendencias con el ánimo de no perder el aporte de la sabiduría de los clásicos griegos, pero finalmente la filosofía acabó por considerarse dentro del terreno de lo herético. Así, siguiendo el estudio de Bárbara Gómez, entre los grandes ideólogos de la época estuvo Tertuliano, según la cita:
[…] ¿Qué hay de común entre Atenas y Jerusalén, entre la Academia y la Iglesia? ...! ¡Tanto peor para aquellos que han sacado a la luz un cristianismo estoico, platónico o dialéctico! ¡Por lo que hace a nosotros, no tenemos necesidad de curiosidad alguna fuera de Jesucristo ni de investigación alguna fuera del Evangelio! […]
Los considerados pensadores, intelectuales, sabios, incluso filósofos, lo tuvieron bastante arriesgado en esos tiempos. Todo lo que implicase una nueva forma de concebir la vida del individuo y la vida en general, rozaba los límites de la idolatría, hacía ignorantes a los hombres, que solo podían ser iluminados por la revelación de la verdad a través de Cristo, camino al que, lógicamente, no todos estaban llamados.
Fue significativa la duración de una Escuela de Filosofía en Alejandría que lideró la corriente de pensamiento en el Egipto helenístico-romano desde los siglos III al VII, donde defendieron su saber, eruditos y sincretistas de la filosofía de Platón y Aristóteles. Entre las varias ramas del conocimiento filosófico de todo este espacio cabe citar las dos escuelas, catequista y neoplatónica, ésta última fue fundada por Plutarco de Atenas hacia el año 400 y alcanzó el apogeo entre ese siglo y el siguiente, con figuras clave como Damascio y Simplicio, y otros seguidores que vivieron un momento duro de no entendimiento entre el pensamiento filosófico y el nuevo dogma impuesto por los cristianos.
Los melancólicos de Atenas
En el año 532 d. C., siete hombres partieron de Atenas, los llamados “siente sabios” llevando consigo poco más que obras de filosofía. Su destino era Persia, atraídos desde hacía tiempo por su filosofía y conocimiento más que por el sistema político que imperaba entonces. Eran miembros de la Academia que se vieron obligados a abandonar la ciudad. Había sido liderados por Damascio de Siria, que asumió el nombre de su ciudad de nacimiento, estudioso de la retórica, la ciencia matemática, la dialéctica y la filosofía, y que llegó a ser jefe de la escuela de Atenas en el 515 emprendían viaje a lo desconocidos. Catherine Nixey, cuyo magnífico libro La edad de la penumbra (2018, Ed. Taurus) inspiró en su día la idea de referir esto que aquí anotamos, dice de este personaje que era un hombre brillante y que no tenía mucha paciencia con los idiotas. Es posible que este juicio sirviera para apuntar sobre algunos como Tertuliano o Lactancio, si se nos permite la conjetura, pues si hubo quienes hicieron esfuerzo por conciliar la filosofía pagana al servicio del cristianismo, como Justino o el propio Clemente de Alejandría.
Damascio ha sido considerado el último diádoco de Atenas cuyos escritos, junto con Simplicio y Eulalio, alimentaron el nuevo estoicismo de ese momento y como portadores de una escuela neoplatónica, según J.M. Zamora (2003) (Damascio y el cierre de la escuela neoplatónica de Atenas, en Revista Española de Filosofía Medieval, 10, UAM) formaban en realidad una comunidad filosófica que se autogestionaba con sus propias rentas. Posiblemente ejercía su enseñanza a los pies de la Acrópolis, algunas casas de compañeros situadas en las laderas del Areópago, aunque no se conoce con exactitud, pero pudiendo ser lugares de cierto simbolismo en el momento de recuperar los valores de este platonismo que acabó por extenderse por varias regiones de Siria y Asia Menor, hasta bien entrado el siglo VI.
Volviendo a Damascio, se indica que sus escritos eran demoledores, incluso contra sus propios colegas, tanto en el plano personal como en los debates del intelecto. Pero bien es cierto que fue un hombre arriesgado en la defensa de sus pensamientos y posiciones, llegando a encubrir y proteger a otros con el peligro de ser torturado o exiliado. En ese momento de crisis existía una dura persecución. Se entraba en las casas y se buscaban libros y objetos que se consideraban inaceptables, que podían ir a parar a las quemas públicas. La discusión sobre cuestiones religiosas en público se consideraba una “audacia maldita” y estaba prohibida por ley. Cualquiera que hiciera sacrificios a los antiguos dioses podía ser ejecutado. En muchas partes del Imperio se habían asaltado templos antiguos. El gobierno empezó a emplear espías, funcionarios e informantes para que les contarán qué pasaba en las calles, en los mercados y tras las puertas de las casas.
Salirse de las normas religiosas era peligroso y la filosofía se había convertido en una actividad de riesgo. En el año 312 las libertades empezaron a deteriorarse y, después, en el 529 se produjo el golpe final. Una de las medidas de Justiniano en su objetivo de consolidar la unidad religiosa del Imperio en Oriente fue prohibir la paideia pagana, con duras disposiciones contra herejes, paganos y judíos. Se cerró la escuela de Atenas y todos los que producían sus trabajos “bajo la locura del paganismo” ya no pudieron enseñar filosofía. Durante mucho tiempo, el pensamiento y los libros sufrieron terriblemente. El mundo cristiano, con su destrucción de la cultura clásica en todas sus manifestaciones, contribuyó así a una pérdida de sabiduría muy difícilmente recuperable.
Este grupo de hombres exiliados defendieron en sus ideas el ejercicio de la virtud, la huida del mundo y la asimilación a lo divino de los retos que la vida implicaba, incluso los de la política, tal vez bajo el criterio de prudencia, valentía, moderación y justicia del que hablaba la República de Platón. ¿Una forma más de melancolía?
Adoración González Pérez
Licenciada en Geografía e Historia por la Universidad Autónoma de Madrid (1979). Escribió su Memoria de Licenciatura sobre EL Real Sitio de Aranjuez en el siglo XVIII.
Doctorada en Historia del Arte por Universidad Autónoma de Madrid (1991), Tesis titulada: El urbanismo de los Reales Sitios en el siglo XVIII.
Profesora de Educación Secundaria, en varios centros de la Comunidad de Madrid, ahora ya no en activo.
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