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Apuntaciones al cronos de la Literatura Juvenil/Infantil


(Tiempo de lectura: 5 - 10 minutos)

Ninguno se cae con los pies de otro, sino con los suyos propios

Del refranero

¿Existe una literatura infantil o se trata solo de -libros para niños-escritos especialmente para ellos con un enfoque y un sentido didáctico? ¿O, por el contrario, es una especialidad de consumo orientado desde las editoriales? Del enfoque y objetivos dependerá tener un país de lectores o no.

La relación que se establece entre el autor, la literatura y sus lectores depende de varios parámetros para su divulgación, pero lo más significativo será valorar su presencia o no en Internet. El fenómeno de los grandes tours en las librerías es principalmente estadounidense, dada la gran red de tiendas en el país. En España, el fenómeno (proveniente de los estadounidenses) de los fanfictions permite a los fanáticos inventar la continuación de sus sagas favoritas al apropiarse de la imaginación y el universo del autor. Por lo tanto, existe una ruptura entre la LI en general y los circuitos promocionales tradicionales en España, a saber, la prensa convencional o especializada. Hacer eco de un género que no disfruta de las gracias habituales de los medios de publicidad no es sencillo. Pero esta falta de entusiasmo por parte de la prensa también está vinculada al público interesado: los niños y adolescentes se expresan más en la Web. 

En cuanto a su proyección en el sector editorial, podemos concluir que al igual que en otros sectores, la LI y LJ no escapan al fenómeno de la sobreproducción. A los editores juveniles se les impone, al igual que a sus colegas de literatura para adultos, una cantidad de títulos que se publicarán por año. El sector infantil y juvenil no nos hace olvidar que hoy en día la publicación es ante todo una industria. No obstante, la cantidad de valores en el mercado podría tener un efecto beneficioso: la posibilidad de encontrar la perla rara para el lector. Internet es, una vez más, una buena manera de clasificar, especialmente a través del filtro de sitios de prescripción y otros blogs influyentes en el campo. La vida de los libros para jóvenes suele ser más larga que la de la literatura para adultos porque a menudo se beneficia del efecto de “serie”. Las series que incluyen algunos personajes modelo y que participan en la historia en forma de colección; puede ser una razón coherente de motivación para continuar las aventuras y vicisitudes que les suceden a esos personajes. Para ello, también hay que conocer a fondo las novedades del mercado y en ocasiones estar atento y “vigilar” la elección de unas lecturas recomendables para unas edades frente a otras, que posiblemente no sean tan adecuadas o no estén tan dirigidas para esas diferentes etapas de crecimiento del alumnado que tanto debe cuidar el docente.

En general, la didáctica de la LI y LJ no solamente tiene como propósito enseñar una serie de directrices del currículum. La literatura tiene, como decimos, su función creativa, de entretenimiento, de placer y de deleite.

La creación de libros destinados a la edad infantil, es decir, literatura para niños, data al menos, del siglo XVIII, cuando los autores (en España) toman conciencia de la necesidad de establecer una distinción entre la recepción de obras escritas y los lectores de esas obras, lectores jóvenes; iniciados en el contacto con el libro. Por tanto, se comienza a enfocar la creatividad y los objetivos de esa escritura en otras direcciones. En 1744, un revendedor de libros, Jhon Newbwrry, inauguró la primera librería infantil en Londres, y allí escribía y editaba él mismo sus propios textos en ediciones de fácil acogida, sencillas, baratas e ilustradas.

La Bibliothèque Bleue, en Francia, con sus características portadas de color azul, es otro ejemplo de iniciativa que, en el XVII, también comenzó con una importante labor de difusión de historias populares y de tradición en forma de ediciones baratas: en un principio, librillos destinados a poblaciones desfavorecidas por la economía.

Según apunta Bravo Villasante (1989), fue en Alemania donde la literatura específica para niños y jóvenes cobró conciencia propia con una función escolar eminentemente práctica, donde las fábulas jugaron un papel fundamental. Aunque ya Perrault había dado forma literaria a cuentos de hadas escritos en verso (Cenicienta, El gato con botas y Caperucita roja), será en el siglo XIX cuando la literatura para niños alcance una mayor difusión. Los albores del romanticismo alumbrarán recopilaciones de narraciones orales tradicionales procedentes del folclore y reescritas para el universo infantil; los mitos y leyendas llenas de magia iluminarán los misterios de la imaginación infantil y la poblarán también de modelos poéticos de aprendizaje, como ocurre con los cuentos de los hermanos Grimm.

El proceso de alfabetización en Europa, y concretamente en Francia como país que ha generado cantidad de libros destinados a jóvenes y niños, generó casi de forma espontánea grandes nuevos lectores, entre los que se encontraban mujeres, obreros y niños, lo cual conllevó una demanda importante de cuentos, historias y poesía. La idea de imprimir y de editar libros baratos revolucionó las ediciones, provocando, por ejemplo, hacia 1870, tiradas de obras de Jules Verne que alcanzaron los 30.000 ejemplares.

La literatura infantil nace en el siglo XVII en Europa como un mecanismo que acompañaba a la alfabetización de la población. La intención era ofrecer literatura tradicional de cada país a una mayoría lectora, de la que formaban parte los niños. Además, es en este siglo cuando se pretende formar y educar a la población. En España, de forma paralela, se plantea la LIJ (Jovellanos, Iriarte, Samaniego) subyugada a la educación de la sociedad. Todo tenía una finalidad didáctica.

A mayor obligatoriedad de instrucción y escolaridad, más creció la necesidad de disponer materiales y recursos propios o enfocados a las edades infantiles. Las ediciones destinadas a niños fueron tantos sumando adeptos, que, hacia el XIX, comenzaron a distinguirse tipologías de géneros entre los libros infantiles. A medida que las obras se extendían, también lo hacían (-España con algo de retraso-) la conexión y validación con los niños y jóvenes.

En España, algunos estudiosos han reforzado la idea de que algunas obras, como Los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo o aquellas del Conde Lucanor en la Edad Media, fueron textos originariamente destinados para ser leídos por niños y jóvenes. En el siglo XIX numerosos autores escribieron para niños, y algunos de los más representativos son Fernán Caballero, Juan Valera, Pardo Bazán, Clarín o Pérez Galdós, sin olvidarnos de Ramón Llull, quienes presentan en su bibliografía obras infantiles y/o juveniles de excepcional calidad literaria. La mayoría de los autores del panorama decimonónico han pensado en lectores jóvenes y por ello han contribuido con dichas aportaciones de calidad. Cuentos tradicionales, otros de invención creativa aportan a la tradición literaria española el acento característico de tan apreciada literatura.

En Madrid, la editorial Calleja Editorial, que llevó el nombre de su dueño, –Saturnino Calleja– en 1876 se propuso hacer asequibles a los niños y jóvenes textos escolares, un gran avance en la especialización de este tipo de literatura. La conocida expresión “-tener más cuento que Calleja-“ da testimonio de aquel valeroso empuje. Aunque fuera de forma esporádica, los autores de la Generación de la República o del 27, como Benavente, Valle Inclán, Alberti o Lorca, escribieron poesía y teatro destinados a niños, incluyendo algunas adaptaciones muy importantes de leyendas y cuentos populares que la Institución libre de enseñanza o Ramón Ferrer i Guardia incluyeron en sus modernos programas didácticos, además de literatura francesa traducida. De 1904 es la revista Patufet para niños, que alcanzaría tiradas de 60.000 ejemplares y que se vería interrumpida junto a las nuevas tendencias pedagógicas en escuelas de experimentación por la Guerra Civil. El impulso por tanto de la alfabetización fue a partir de dichas iniciativas destinadas al primer eslabón de la educación: los niños en contacto con las obras literarias. Desde ese momento surge la motivación, cuando existen obras que son merecedoras de tal iniciativa.

La evolución de las didácticas y pedagogías más vanguardistas creadas por docentes y filósofos españoles sufrió un evidente estado de congelación en el tiempo. Con todo, en la década de los años treinta destacan las obras de Elena Fortún (Celia y su hermano Cuchufritín entre otras), quien publica la serie en la revista Blanco y Negro en 1929, y las de Antonio Robles (Ocho cuentos de niños y muñecas, en 1930, o Los Hermanos monigotes, en 1934); ambos fueron figuras posteriormente clave en los períodos de entreguerras, aunque ya se encontraban en el exilio por entonces. Manuel Bartolomé Cossio, desde el Patronato de Misiones Pedagógicas, en 1931, puso en práctica estas misiones para acercar a los pequeños pueblos bibliotecas, lecturas, conferencias, audiciones y música coral y de discos, exposiciones con reproducciones de pinturas célebres, proyecciones fijas y cinematográficas y representaciones teatrales. El Patronato de las Misiones Pedagógicas fue creado por Decreto el 29/05/1931.

Se llegarían a reunir más de quinientos voluntarios de diverso origen: maestros, profesores, artistas, y jóvenes estudiantes e intelectuales. Entre ellos se encontraban la filósofa María Zambrano, el dramaturgo Alejandro Casona, el cineasta José Val del Omar, los poetas Luis Cernuda y Miguel Hernández, el pintor Ramón Gaya, el músico Eduardo Martínez Torner, y una nutrida “-infantería-“ de la que más tarde saldrán los nombres de María Moliner, Rafael Dieste, Maruja Mallo, Diego Marín, Antonio Sánchez Barbudo, Pedro Pérez Clotet o la académica Carmen Conde y su marido Antonio Oliver.

Como se puede leer en Canes Garrido (1993) entre 1931 y 1936, la labor del Patronato (y a pesar de los intentos de sabotaje durante el Bienio Negro), llegó a cerca de 7.000 pueblos y aldeas, a través de 196 circuitos de Misiones Pedagógicas, con la participación aproximada de 600 “-misioneros-“. Hasta el 31 de marzo de 1937, se repartieron 5.522 bibliotecas, que en conjunto sumaban más de 600.000 libros. El Coro y Teatro del Pueblo realizó 286 actuaciones, y las Exposiciones Circulantes de Pintura del Museo del Pueblo, pudieron verse en 179 localidades.

Es a partir de la Segunda Guerra Mundial (Teresa Colomer, 2007) cuando esta ingente etapa de creación literaria cesa llegando a la ruptura total hacia los años 70, cuando se produce una disolución ya generalizada con la literatura destinada especialmente para niños y jóvenes. A partir de la posguerra, los textos sufrían una censura y debían ceñirse a unas normas rigurosas y edificantes que no se salieran de la finalidad pedagógica como única forma de ordenación. La LI como pasatiempo o forma de recreo queda consolidada en el siglo XVIII con las fábulas de Iriarte y Samaniego (BNE, 2017). No obstante, numerosos autores del siglo XIX habían publicado en revistas o cuadernillos gran cantidad de literatura de corte juvenil o infantil, como las Aucas (Auques) o Aleluyas, cartulinas, postales o ilustraciones con texto, todas obras características de los periódicos de la época.

Doctora en filosofía y letras, Máster en Profesorado secundaria, Máster ELE, Doctorando en Ciencias de la Religión, Grado en Psicología, Máster en Neurociencia. Es autora de numerosos artículos para diferentes medios con más de cincuenta publicaciones sobre Galdós y trece poemarios. Es profesora en varias universidades y participa en cursos, debates y conferencias.