Mio Cid, mi señor, Princeps Rodericus Campidocto
- Escrito por Mercedes Peces Ayuso
- Publicado en Cultura

«¡Qué ventura tan grande si quisiera el Criador
que en este punto llegase mio Cid el Campeador!»
(Afrenta de Corpes)
Cantar de Mio Cid, c. 1207, probablemente de Per Abatt
El Cantar de Mio Cid es la epopeya castellana, como el Cantar de Roldán es la francesa o el Cantar de los Nibelungos la alemana. La diferencia es que a nosotros las loas siempre nos terminan viniendo de fuera. El apodo Cid, sabido es que significa señor en árabe, denota el respeto del enemigo hacia la figura del guerrero, al que se teme, del que se es compañero y hermano de armas, pues Rodrigo fue un mercenario a sueldo del mejor pagador. Y peleón, Campeador, dicho en bonito. Ni siquiera sus hijas se llamaban como en la gesta. Hay que embellecer los nombres y así son doña Elvira y doña Sol, dos hijas malcasadas, vengadas y vueltas a casar con tronío. Que no se diga, señoras de Navarra y Aragón. Así se cura el deshonor. Aprended, pacatas de tele. Lo curioso es que también tuvo un varón, Diego, pero parece resultar poco relevante en la gesta dedicada al padre porque murió pronto en la batalla de Consuegra en 1097. Imaginad ahora el jaleo de territorios y añadamos un señorío en Valencia, un auténtico protectorado independiente, levantino y levantisco, creado y mantenido por el propio Cid y señora. Denominándose Príncipe Rodrigo Campeador se iba él a someter a nadie, ni a Sancho II, ni a Alfonso VI, ni a árabes, ni a cristianos. Ofrecía sus servicios a quien mejor quisiera pagárselos. Parece que era bastante colérico y brutal en la batalla, aunque por sus gestos y gestas, convenientemente recreados por la literatura, terminará siendo un dechado de virtudes cristianas ̶ si bien se le escapa la mala baba con sus cruentas venganzas de sangre, seamos honestos. En la nebulosa del mito, que el hombre sí existió, tampoco es real la Jura de Santa Gadea, ni la leyenda del pérfido Vellido Dolfos (léase asedio de Zamora y la enorme figura de Urraca). Así, la figura del piadoso y noble caballero cristiano empieza a expandirse con los romanceros del s.XV en adelante y vive su apoteosis legendaria con la llegada del Romanticismo y su búsqueda de raíces en la cultura y tradición.
La leyenda de Rodrigo Díaz de Vivar se fundamenta en la misma necesidad ancestral de un pueblo de tener héroes en los que reflejarse, cuyos cantos épicos amenicen sus tristes noches medievales y les insuflen ese legendario arrojo que se atribuye al guerrero. Los cantares de gesta cumplen una función social importante al dotar a las marcas de una sensación de territorialidad conjunta, y una esperanza de tiempos mejores y más seguros. Antes, queríamos unirnos, ahora, deseamos separarnos. Antes, nos reuníamos alrededor de un fuego, hoy manda la pantalla. Escuchábamos. Ahora oímos.
Antes, queríamos soñar, ahora, deseamos despertar. Por eso también los héroes han cambiado y ya no llevan tizonas sino grabadoras y no cazan en batalla franca sino al abrigo de escuchas y traiciones registradas. Y no pasa nada.
Antes, por menos, perdías la cabeza.
Mercedes Peces Ayuso
Licenciada en Filología Hispánica (1984-89) y en Filología Alemana (2001-04) por la universidad de Salamanca, con diplomaturas en italiano y portugués. Vivió 10 años en Alemania, donde dio clases en la VHS (universidad popular) de Gütersloh, Renania del Norte-Westfalia, desde 1993 a 2000.
Posteriormente, ya en España, decide dedicarse a la traducción y corrección de libros y textos de diversa índole, labor que sigue ocupando a día de hoy.
Es miembro de la AEPE (Asociación Europea de Profesores de Español), de ASETRAD (Asociación Española de Traductores e Intérpretes) y otras entidades relacionadas con la traducción.
Asimismo, colabora como traductora honoraria para diversas ONG.
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