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Café y cigarro…


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Fichar en el trabajo se exigió como un derecho de los trabajadores para evitar el abuso patronal de la horas extras.

Entre los críticos con este sistema, se enunciaba que España ha dejado de conformar un tejido industrial con un puesto de trabajo físico. El sector servicios lo capa prácticamente todo, ocho de cada diez trabajadores, aproximadamente, desempeñan su labor en el sector servicios.

Nuestro tejido presenta diversas dificultades para el control horario: cómo vamos a registrar la jornada laboral de un comercial que tiene diversas citas en distintos puntos de la ciudad y que come mientras cierra contratos. O regular en qué momento un servicio de atención sanitaria debe echar la persiana. Es algo tremendamente complicado en la economía de servicios, y rara vez que se ha solventado la duda en beneficio de la clase trabajadora y de la ciudadanía usuaria de los servicios.

Estos días saltaba a la prensa la decisión de la Audiencia Nacional, con respecto a la empresa GALP, que aprueba no considerar tiempo de trabajo efectivo las pausas de café o cigarro de sus empleados.

Más allá del recorte de derechos en los trabajadores y trabajadoras que supondría obligar a la recuperación de estos minutos y la burocracia que supone abrazar pleitos sobre qué tiempo se mide y cuál no: café, comer, ir al baño, atender llamadas personales, acudir a otro departamento, atender citas en otros edificios de la empresa, quedarse atrapado en un atasco de una sede a otra sede, etc.

Estas sentencias judiciales y el debate que suscitan acaba alabando el presentismo laboral. Estela Martín, abogada y directora de Comunicación de Sincro Business Solutions ya denunció en mayo del pasado año que el registro horario suponía una vuelta atrás, afirmó, y no ha estado desacertada, que la medida “perjudicará a las compañías que más se han preocupado por conciliar y flexibilizar, e incluso puede suponer un arma de doble filo para los empleados, pues la empresa podrá intentar utilizar este registro para justificar algunos despidos”.

Mientras que compañías punteras en sus respectivos sectores mejoran la conciliación de su plantilla con el teletrabajo o la flexibilidad horaria, se vuelve a considerar que el trabajador eficiente es el que no se levanta de la silla. De una forma elitista y excluyente, haciendo referencia al sector servicios por el minúsculo agujerito del personal de oficina, y olvidando al tejido industrial y por supuesto, al campo y a la ganadería.

La productividad en España es de las más bajas de Europa, en 2019 la Comisión Europea nos ponía a la cola de los 28, tenemos un problema estructural que se refleja en el indicador de Productividad Total de los Factores.

Se vuelve a poner en valor al trabajador que no se levanta ni para ir al baño, que trabaja como si tuviera una sonda que desborda en el tobillo y recarga el ambiente de la oficina.

Para que mejore la productividad ya nos ha mostrado la literatura de la sociología del trabajo que se necesita motivar a los empleados. La falacia de la eficacia y de la eficiencia embiste a los departamentos de personal de las compañías y de las PYMES. Asumir que los trabajadores cumplen las tareas porque están sentados en la mesa es obviar que nuestro mercado de trabajado es diverso y plural, más horas no suponen mejores resultados ni que se añada valor a la empresa y al servicio.

Más horas de trabajo suponen menos conciliación y menos oportunidad de consumo. Aunque, lo del consumo lo han solucionado con el salario en especie, el salario emotivo y los calendarios solidarios. Da igual las horas que trabajes, seguirás sin poder acceder a una vivienda de alquiler dentro de la M30.

Politóloga por la Universidad Complutense de Madrid.