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Los hidalgos gallegos y sus quintas de recreo en la Edad Moderna


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En los orígenes del Reino de Galicia, encontramos la existencia de una monarquía privativa de corta duración, al quedar dependiente del reino de León y de la corona de Castilla. Tras la muerte de Fernando I, su hijo García fue proclamado rey de Galicia, y más tarde depuesto por Sancho de Castilla, y acabando en secuestro de cárcel. Tras morir este García el reino se divide administrativamente en dos condados, sirviendo de frontera el río Miño. Volverá a depender de León y Castilla hasta que, en tiempos de Fernando III quede totalmente bajo la corona castellana, y así habría de perdurar, en su régimen jurídico y administrativo, hasta 1833, cuando se establecieron las nuevas divisiones territoriales de España.

En cuanto a su pasado social, sabemos que los títulos, dignidades y honras nobiliarias se conseguían a través de la gracia y merced de los Príncipes y Reyes. Existía desde el siglo XVI un grupo de personajes poseedores de propiedades procedente de los estamentos nobiliarios, incluso algunos hidalgos, que habían ido alcanzando un estatus económico como dueños de tierras adquiridas por medio de acuerdos matrimoniales, entre otros procedimientos propios de la época. La manifestación más evidente del dominio y posesión de las tierras explotadas se hacía visible mediante la construcción de una casa palacete conocida en las tierras gallegas con el nombre de pazos. Existe un interesante estudio realizado de la mano de P. Saavedra (2009) ( La vida en los pazos gallegos: entre la civilidad y la rudeza, en Crhonica nova: Revista de historia moderna de la Universidad de Granada, número 35, texto disponible en https://dialnet.unirioja.es) que describe el modo de vida en esas propiedades y en diferentes aspectos que afectaron a lo largo de varios siglos a estas superficies de los que se fue transmitiendo una imagen literaria muy atrayente en los escritos y relatos de los siglos XIX y XX.

Nobles e hidalgos se equiparaban por su condición social de primogénitos o sucesores por linaje y lazo sanguíneo. Los privilegios obtenidos por concesión real, así como los títulos adquiridos por diferentes circunstancias no constituyeron diferencias fuertes excepto las de carácter económico. Lo que podríamos considerar hidalguía sin título fue también un hecho evidente pero no exento de poder económico, si bien las competencias entre los estamentos se valoraban más por el número de vasallos, en lógica repercusión sobre las propiedades a mantener. Mediante las uniones matrimoniales, dentro incluso de las mismas familias, las casas hidalgas de más nivel sacaron rendimiento. Bien parece que se convirtieron en notables mayorazgos con patrimonio considerable en la primera mitad del siglo XVI. En ellos, los primeros hidalgos ejercieron de señores de vasallos, que se sirvieron además de adquisiciones o mercedes reales, sin renunciar a la usurpación directa, para consolidar su estatus jurídico señorial.

Como señaló A. Presedo Garazo hubo “[…] un proceso de polarización social que permitiría a un nutrido grupo de potentes rurales acceder a la hidalguía… nobleza provincial (que) se consolidaría como clase rentista hegemónica durante el siglo XVII” […] La cita pertenece a uno de sus muchos estudios, en este caso, La hidalguía gallega: características esenciales de la nobleza provincial del Reino de Galicia durante el Antiguo Régimen, de la Universidad de Santiago (2001) (https://revistas.usc.gal). Desde finales de la Edad Media se registra, así, un número considerable de casas nobles tituladas y casas hidalgas, que alcanzó un alto porcentaje alto a lo largo del siglo XVIII. Se alude a una de las fuentes más conocidas sobre este aspecto, la crónica de Vasco de Aponte o de Ponte, sobre las Casas Antiguas del Reino de Galicia, escrita en el siglo XVI y rescatada en 1872 por Benito Vicetto, en la que están documentadas algunas de las familias nobiliarias más importantes del momento, aunque su base fuera esencialmente procedente de la tradición oral. (La referencia a esta crónica está documentada en internet y se cita, entre otros estudios, el de la Junta de Galicia, de 1986, a cargo de varios autores, publicada en Santiago de Compostela https://Wikipedia.org, última consulta 31 de julio 2022). En juicio del historiador, esta hidalguía de los pazos tuvo una singularidad determinada también por su entidad regional, dada la falta de una vieja aristocracia cortesana más representativa de la creciente centralidad del Estado Moderno, y aunque muchos de ellos, con título o sin él, poseyeron también casas en las ciudades meseteñas, dejaron su presencia en el medio regional a través de sus herederos que mantuvieron durante un buen tiempo las propiedades. Llama la atención en su definición de este estamento por no ser ni una parte específica de nobleza ni tampoco un componente vinculado al campesinado, sino que constituye por su condición y privilegios una élite concreta.

Algunas de estas familias estuvieron relacionadas con las Casas nobiliarias de la Corona de Castilla, como este citado Sotomayor y Mendoza emparentado con la de 2 Medinaceli, que adquirió título, propiedades y honores por parte de los reyes. Algunos sucesores detentaron cargos como el de Justicia Mayor y diferentes dignidades que, por vía matrimonial o de su patrimonio se fueron incrementando y que, posteriormente irían pasando a otras familias gallegas por cesión o compra al no poder mantener los cargos y deudas acumuladas con el tiempo. Con un marcado carácter rural llegaron a destacar condados pertenecientes a una minoría selecta de señores con elevado número de vasallos y grandes propiedades que fueron consolidando su patrimonio con mayor o menor carácter según las diferentes comarcas.

En cuanto a la huella patrimonial hablamos de sus casas solariegas, quintas de recreo o pazos como fielmente se conocen, constituyentes de un paisaje agrario, particularmente vitivinícola, pero testimonio de su pasado histórico de gran interés. Sus construcciones arquitectónicas, por la dimensión de los edificios, por los conjuntos anexos a los trabajos agrícolas y en lo que, a tratamiento del paisaje ajardinado y la superficie cultivada se refiere, son actualmente un legado de gran nobleza.

Estos pazos fueron casas señoriales situadas en el campo que aportaban además un beneficio económico, tanto a la propia familia como al régimen foral de las comarcas al quedar relacionadas con propiedades eclesiásticas o nobiliarias que se encontraban dentro de sus límites, fueran de costa como de interior. Siguiendo el estudio de María Teresa Rivera Rodríguez (2007), Un ejemplo de influencias e intercambios en la arquitectura civil gallega (https://dialnet.unirioja.net) este fenómeno arquitectónico gallego es similar al de otras regiones peninsulares, y que sus orígenes se encuentran en las villas romanas evolucionando hasta las grandes mansiones señoriales del siglo XVIII y del XIX. Su estudio fue dado a conocer en el VI Congreso Nacional de Historia del Arte que se celebró en Santiago de Compostela, en 1986.

En ellas, hay un elemento destacable, la torre, que sobresale de la casa o la corona en una de sus partes. Haciendo referencia a la estructura medieval tiene su significado defensivo, pero además es otra pieza notable del lenguaje formal de estas construcciones del barroco gallego, si bien, en algunos casos tuvieron funciones específicas muy emparentadas con los típicos hórreos o graneros. Así lo define como un conjunto histórico potente, evolucionado desde sus orígenes de villa romanizada, hasta constituir un conjunto espacial casi parecido a lo que encontramos en la arquitectura aúlica de la Edad Moderna. En este terreno, la singularidad se complementa 3 por las construcciones secundarias destinadas a servicios agrícolas o ganaderos con denominaciones del lugar, alpendres, tullas, hórreos, lagares y bodegas. Tal como se conservan hoy, unas son imagen de antiguos latifundios privativos y aislados, mientras que otras fueron causa de conformación poblacional quedando integradas dentro de su espacio urbano.

Finalmente, hay que decir que el futuro de estas propiedades pasaría por dos momentos paralelos, entre ellos, el de un cierto éxodo familiar que afectaba a quienes, abandonando las posesiones rurales, se trasladaban a las ciudades tanto de su propia región como de puntos inmediatos, como Valladolid, Salamanca o incluso Madrid, motivados además por las circunstancias de servicio a los monarcas en sus empleos militares, administrativos o de Corte. En este sentido, ya en el siglo XVIII, muchas de estas casas de hidalgos seguirían siendo custodiadas por sus mayordomos y administradores que mantuvieron su valor comercial y de cuidado de las rentas. Por otro lado, los hidalgo que se mantuvieron en sus propiedades y casas, procuraron embellecer y agrandar el lugar haciendo acopio de sirvientes y mejorando el aspecto de los edificios, con estancias bien amuebladas y bellos parajes ajardinados que complementaron las superficies cultivadas. Este patrimonio tuvo un resurgimiento entre los siglos XIX y XX, como ejemplo de un arte regional barroco y singular, también descrito en la literatura del momento y como modelo de vida campestre que servía de consuelo a las presiones de la ciudad en una sociedad ya más industrializada y dinámica. En la actualidad, ya se ha superado el sentido de propiedad rentista que tuvo en sus orígenes, aunque algunas de ellas siguen siendo patrimonio de familias adineradas. En determinados momentos fueron compradas por ciudadanos adinerados que emigraron de América y en otros se han convertido en centros de explotación agraria directamente vinculados a la economía del vino que tanto carácter y riqueza aporta a su comunidad.

Licenciada en Geografía e Historia por la Universidad Autónoma de Madrid (1979). Escribió su Memoria de Licenciatura sobre EL Real Sitio de Aranjuez en el siglo XVIII.

Doctorada en Historia del Arte por Universidad Autónoma de Madrid (1991), Tesis titulada: El urbanismo de los Reales Sitios en el siglo XVIII.

Profesora de Educación Secundaria, en varios centros de la Comunidad de Madrid, ahora ya no en activo.