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Josep Pla y el presidente Tarradellas contra las izquierdas catalanas


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El escritor franquista Josep Pla y el político exiliado Josep Tarradellas se entrevistaron largamente en Castelnau (Francia), los días 21, 22 y 23 de enero de 1960. Como consecuencia de aquella conversación, Pla redactó un informe de 10 páginas destinado a un pequeño grupo de personalidades catalanas de la época que habían comenzado a preparar lo que hoy llamamos la Transición hacia la democracia.

El informe es una de las piezas más vergonzosas de la historia de las élites catalanas. En realidad, la pretensión del selecto y muy burgués grupo era establecer las bases que les permitieran controlar la situación cuando, llegado el momento, el régimen franquista tuviera que dejar paso a una democracia real, y sobre todo, evitar que las izquierdas adquirieran protagonismo en el futuro de Catalunya. La composición del comité directivo que emanaba del informe escrito por Pla no dejaba lugar a dudas:

“Para prevenir el caos, se debe crear un equipo de trabajo formado por muy poca gente, cuatro o cinco (Tarradellas: política; Ortínez: burguesía; Vicens Vives: intereses clericales; Sardà: economía) políticos especializados en las cuestiones básicas. Este equipo debe ser el “noyeaux” del futuro partido conservador catalán”.

Todos los elegidos respondían a un perfil político y social muy determinado, aunque actuaban en ámbitos diversos: Josep Tarradellas fue, durante la Segunda República y el exilio, un político autoritario, maniobrero, y cada vez más escorado a la derecha; Manel Ortínez, gran empresario y financiador de Tarradellas, representaba a la burguesía catalana fabricante; Jaume Vicens Vives, historiador de prestigio, con un pie en el catalanismo moderado y el otro en el franquismo opusdeísta, estaba bien conectado con la jerarquía católica catalana; y Joan Sardà, brillante economista dentro de la ortodoxia capitalista, fue el creador del Plan Nacional de Estabilización Económica, promovido en 1959 por el gobierno de Franco, y era el hombre del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional en España.

El coordinador del invento era el escritor Josep Pla, quien durante la Guerra Civil fuera uno de los responsables del Servicio de Información del Noreste, es decir del espionaje franquista en Catalunya. De hecho, no es en absoluto descartable que Pla siguiera trabajando para Franco en 1960, y que por tanto el dictador estuviera al corriente de la iniciativa.

Para justificar sus aspiraciones de futuro, el Informe Pla enjuicia el sistema de partidos catalán del pasado de modo concluyente y descalificador:

“Del pasado no hay nada aprovechable: es un cementerio literal. No se ha de resucitar ni Esquerra ni la Lliga ni ninguna otra organización de esta clase”.

La renuncia a recomponer las formaciones políticas que antaño sostuvieron tanto el nacionalismo republicano de Macià y Companys como el regionalismo liberal de Cambó, obligaba a que el “futuro partido conservador catalán” (sic) tuviera unas características ideológicas que dejaban de lado el catalanismo histórico. Para entonces Tarradellas ya era el hombre sin carnet de partido, distante de ERC y del “nacionalismo de izquierdas”, que fue durante el resto de su vida. Por otro lado, la prematura muerte de Vicens Vives, en junio de 1960, dificultó la conexión con el ámbito eclesiástico, alejando las posibilidades de cobertura que podía haberles ofrecido el uso de la marca democristiana catalana, Unió Democràtica de Catalunya (UDC), hibernada desde el final de la Guerra Civil.

Sucedió sin embargo que en la fiesta apareció inopinadamente un personaje no invitado: Jordi Pujol. El 19 de mayo de 1960, un grupo de jóvenes interrumpió un concierto en el Palau de la Música Catalana cantando a pleno pulmón el Cant de la Senyera y lanzando octavillas contra Franco. Años más tarde, el nacionalismo pujolista atribuiría a Pujol la organización del incidente y la redacción del texto de las octavillas, lo que en ambos casos era falso; en realidad, Pujol ni siquiera estuvo presente en el acto, aunque fue detenido en su domicilio horas más tarde. Juzgado y condenado a siete años de prisión, de los que cumplió tres, Jordi Pujol se convirtió de inmediato en el héroe predilecto de una causa, la del catalanismo burgués, muy necesitada de líderes y héroes.

El proyecto de país esbozado en el Informe Pla y el que aspiraba a crear y dirigir Pujol diferían radicalmente. Unos y otros pretendían hegemonizar Catalunya, pero actuaban desde sectores diferentes del bloque de clases dominante. Mientras Pujol impulsaba en pleno franquismo la creación de instrumentos que esperaba generaran consenso “nacional” en torno a su liderazgo -Banca Catalana, Televisión de Catalunya, Gran Enciclopedia Catalana; y una vez muerto Franco, el partido CDC-, el grupo de trabajo que creara Josep Pla seguía atando cabos para asegurar una transición pacífica en Catalunya consensuada por arriba con las élites franquistas “aperturistas”.

No es de extrañar pues que las relaciones entre unos y otros, y especialmente entre Tarradellas y Pujol, fueran desde el inicio peor que malas. Tras la primera visita de Jordi Pujol a Tarradellas en Saint Martin le Beau, el viejo presidente catalán exiliado le dijo a Frederic Rahola, su secretario y persona de confianza: “Nunca te fíes de ese hombre”. La anécdota la explicó Rahola, y contradice frontalmente las memorias de Jordi Pujol, según las cuales en la primera reunión entre ambos líderes se despertó en ellos una gran admiración mutua. Otra de las muchas falsedades de Pujol.

A principios de los años setenta, la salud de Franco y de su régimen capotaban de un modo evidente. Con las “previsiones sucesorias” cada vez más cerca de tener que ser activadas, la residencia francesa de Tarradellas era un ir y venir incesante de políticos, intelectuales, empresarios y periodistas catalanes. Sin embargo, la izquierda hegemonizaba el antifranquismo en Catalunya (y en España), y el “futuro partido conservador catalán” seguía siendo solo una idea. Jordi Pujol, por su parte, continuaba lanzando proyectos supuestamente destinados a “fer país” (hacer país), mientras construía con paciencia y dinero ajeno su personal espacio ideológico y político, el propio de un populismo nacionalista tan mesocrático y reaccionario como el mismo personaje.

Franco murió el 20 de noviembre de 1975, entre rumores de un golpe de Estado militar. Durante los meses siguientes, el empuje de las movilizaciones populares en la calle y la presión exterior de los gobiernos europeos y de EEUU, obligaron a que unas elecciones en principio concebidas para renovar las Cortes franquistas terminaran convirtiéndose en elecciones “a Cortes constituyentes”, que se celebraron finalmente el 15 de junio de 1977. En esas elecciones, la izquierda arrasó en Catalunya: la coalición Socialistes de Catalunya quedó primera con el 28,6% de los votos, y segundo fue el PSUC (comunista) con el 18,3%; detrás de ellos quedaron la UCD, el partido del franquismo “aggiornato”, con el 16,9%, y la coalición Pacte Democràtic per Catalunya, liderada por Jordi Pujol, con idéntico porcentaje de votos. Los franquistas irredentos de la Alianza Popular solo recibieron el 3,6% de los votos catalanes.

El escenario más temido por el grupo del Informe Pla se hizo así realidad. La burguesía catalana temió que se repitiera su pesadilla histórica: lo sucedido durante el verano de 1936 y los meses siguientes, cuando el proletariado barcelonés se adueñó de la ciudad tras derrotar a los militares rebeldes. El propio Tarradellas, en su calidad de responsable de Economía en el Gobierno de la Generalitat republicana, tuvo que pasar por el trago de firmar los Decretos de S’Agaró, en enero de 1937, que dibujaban una política financiera pública al servicio de las colectivizaciones de la industria y los servicios iniciadas en el verano anterior. Ahora, en pleno 1977, las nutridas manifestaciones organizadas por las izquierdas triunfantes lanzaban una advertencia que rememoraba aquellos tiempos: “¡fascistas, burgueses, os quedan pocos meses!”; y en todas partes aparecía el lema de la Asamblea de Catalunya, controlada por los partidos de izquierda: “Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía”.

Tras la gigantesca manifestación del 11 de septiembre de 1977, una vez más protagonizada por las fuerzas de izquierda, desde Catalunya se lanza una operación que, como reconoció Jordi Xuclà en un artículo publicado en El País el 5 de octubre de 2021, ”en parte tiene el objetivo de frenar el establecimiento de un Consejo preautonómico presidido por socialistas o dirigentes del PSUC”. La idea ahora era restaurar la Generalitat de Catalunya, permitiendo el retorno de un Josep Tarradellas ya completamente alejado de los valores republicanos. El puente entre el grupo catalán impulsor de esta apuesta y el Gobierno de la UCD, presidido por Adolfo Suárez, fue el periodista barcelonés Carlos Sentís, otro antiguo espía al servicio de Franco en la Catalunya en guerra.

Tarradellas aceptó el envite y viajó a Madrid en octubre, donde tras un mal comienzo acabaría haciendo buenas migas con el parvenu Suárez. Se restableció la Generalitat de Catalunya, la única institución republicana que volvió a funcionar en la nueva democracia. Finalmente, en las primeras elecciones de la Generalitat restaurada, en 1980, apareció Jordi Pujol y les robó la cesta de la merienda a todos. Pero esa es, ya, otra historia.

Escritor. Ha publicado varios libros sobre literatura de viajes, investigación en historia local y memoria colectiva contemporánea. Algunos de sus títulos son “Un castillo en la niebla. Tras las huellas del deportado Mariano Carilla Albalá” (sobre la deportación de republicanos españoles a los campos de exterminio nazis), “Las cenizas del sueño eterno. Lanaja, 1936-1948. Guerra, postguerra y represión franquista en el Aragón rural” (sobre la represión franquista), y la novela “El cierzo y las luces” (sobre la Ilustración y el siglo XVIII).

En 2022 ha publicado “Una quimera burguesa. De la nación fabulada al Estado imposible” (una aproximación crítica al independentismo catalán).