Pigmalión, la fonética y sus consecuencias
- Escrito por Mercedes Peces Ayuso
- Publicado en Cultura
«Elisa no está nada influida por la necia tradición romántica, según la cual todas las mujeres gustan de ser dominadas, cuando no maltratadas de palabra y de obra»
Pigmalión, 1913, George Bernard Shaw
Shaw es el hombre gradual, que quiso cambiar el alfabeto latino británico, profundo antivacunas (la que le habría caído hoy), vegetariano convencido, política e intelectualmente controvertido, crítico de música y literatura, y premio Nobel sin estudios universitarios, ni falta que le hacía. Su figura ha pasado a la posteridad como dramaturgo y profundo reformador del teatro, no exento de polémicas por su pensamiento fabiano y sus ideas políticas, pero fuente de inspiración para generaciones futuras. Quiso alejarse de las representaciones melodramáticas y estereotipadas de la escena británica y apostar por el teatro de autor comprometido y con mensaje, iconoclasta y contradictorio. Tanto, que este hombre controvertido y poco clasificable, decidió que parte de sus cenizas se esparcieron por la estatua de Santa Juana de Orleáns (a la que dedicó una obra), él, que tanto criticó a la religión establecida.
Pigmalión se estrenó fuera del país, en Viena concretamente, por el hastío del autor ante las críticas de la prensa británica contra sus escritos, y es una obra de madurez que será llevada varias veces a la pantalla y obtendría el Oscar. Se basa en el mito recogido por Ovidio en Las metamorfosis sobre el rey de Chipre Pigmalión, de origen fenicio (Pumayyaton), y su Galatea, aquí llamada Eliza, un guiño a la Dido/Elisa de Cartago, hermana del anterior rey de Tiro, que da para otra reseña. En la obra de Shaw, el cambio de estatua a ser con vida se produce metafóricamente por obra y gracia de un profesor de fonética a través del lenguaje, porque al autor le importa muchísimo la dicción y la capacidad de interactuar a través de él en las diferentes situaciones de la vida. Somos lo que hablamos y cómo lo hacemos, el lenguaje nos define y (de)limita, sobre todo el inglés con sus enormes diferencias entre lo hablado y lo escrito. Shaw pretende hacer una reflexión al respecto basándose en el mito, pero no centrándose en el amor por una estatua inerte, sino por la capacidad de superación y la predisposición al cambio. Por eso, aquí, el artista no obtiene los favores de su obra, porque esta, más autónoma y sin necesidad de diosas que la alienten, cansada de ser un mero experimento, se unirá a quien ella decida, gracias a sus nuevas dotes y su adaptación al medio, con el que se codeará merced a su refinada dicción. En la base de todo, el dilema entre fondo y forma y la necesidad de su reforma. Sabemos que lenguaje es fundamental para materializar el cambio a todos los niveles y el buen uso del mismo nos hará menos maleables y más críticos, más reflexivos, menos dogmáticos y proclives al exabrupto, más libres y tolerantes, conscientes de que: «En cada país puedes encontrar personas fanáticas que tienen sienten fobia contra los judíos, los jesuitas, los armenios, los negros, los francmasones, los irlandeses o simplemente los extranjeros como tales. Los partidos políticos no están al margen de explotar estos temores y envidias». Y lo hacen con la lengua. Pues eso. Shaw dixit.
Mercedes Peces Ayuso
Licenciada en Filología Hispánica (1984-89) y en Filología Alemana (2001-04) por la universidad de Salamanca, con diplomaturas en italiano y portugués. Vivió 10 años en Alemania, donde dio clases en la VHS (universidad popular) de Gütersloh, Renania del Norte-Westfalia, desde 1993 a 2000.
Posteriormente, ya en España, decide dedicarse a la traducción y corrección de libros y textos de diversa índole, labor que sigue ocupando a día de hoy.
Es miembro de la AEPE (Asociación Europea de Profesores de Español), de ASETRAD (Asociación Española de Traductores e Intérpretes) y otras entidades relacionadas con la traducción.
Asimismo, colabora como traductora honoraria para diversas ONG.