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¿Cómo terminará la guerra de Ucrania?


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Desde que empezó la ilegal y criminal invasión de Ucrania por el ejército ruso, toda la información que recibimos proviene de una sola parte, las agencias y medios de Ucrania o de los países occidentales, influidos en muchos casos –en el primero con toda seguridad– por sus respectivos gobiernos. La Comisión Europea, con el consenso de los Estados miembros, nos ha considerado menores de edad -incapaces de juzgar por nosotros mismos– y ha decretado la censura previa, sin resolución judicial alguna, de los medios de información rusos, que lógicamente ofrecen otra visión, para que no se contamine “la verdad” de una guerra en la que teóricamente no participamos. Y somos muy pocos los que acudimos a medios de otros países lejanos, aquéllos que nunca han condenado la agresión (solo suman unos 4.000 millones de habitantes), para contrastar las noticias que recibimos.

Este sesgo informativo, que es en realidad propaganda de guerra, ha hecho creer a muchos ucranianos –y ha colocado en todos los medios de información occidentales– la idea de que Rusia puede perder esta guerra, para algunos directamente ya la ha perdido o la está perdiendo. Esto es completamente irreal. La batalla del Donbass apenas ha empezado y está lejos de verse su final, pero Moscú no va a cejar hasta que lo ocupe en su totalidad. Y tiene muchos más medios de los que ha empleado. Podría haber destruido completamente Kiev desde el aire, dada su superioridad aérea, como hizo la Royal Air Force británica con Dresde y Hamburgo en la II Guerra Mundial. En el complejo industrial de Azovstal, en Mariupol, está empleando algunas bombas de penetración que pueden destruir instalaciones subterráneas, pero podría emplear muchas más y destruirlo por completo, lo que tal vez pase si los civiles consiguen salir de allí.

El armamento y equipos que la OTAN y otros países están proporcionando a Ucrania, junto con un masivo apoyo en el ciberespacio y en inteligencia, en especial de satélites, están permitiendo a los ucranianos resistir la presión del ejército ruso, que –no lo olvidemos– está en inferioridad numérica sobre el terreno, al menos de 2 a 1, cuando normalmente el atacante necesita superioridad. Kiev ha puesto a 500.000 efectivos sobre las armas. Pero una cosa es resistir y otra ganar. Ucrania tendría que resistir hasta que Rusia agotara sus recursos y eso puede tardar mucho tiempo en pasar.

Hay que entender que el Kremlin no se puede permitir perder esta guerra. Si viese a su ejército en una situación muy comprometida podría llegar a decidir el empleo de armas nucleares tácticas para decantar definitivamente la victoria a su favor. Afortunadamente esta opción es muy poco probable, y lo es sobre todo porque Rusia no se va a ver en esa situación, es decir, no va a perder. Pero no deberíamos descartar completamente esta posibilidad si Rusia se sintiera seriamente acorralada, por ejemplo, si es atacada en su propio territorio o si viera en peligro la pertenencia de Crimea a la Federación Rusa.

Las armas nucleares tácticas se emplean contra objetivos militares en el campo de batalla y tienen una potencia relativamente reducida, si podemos aplicar ese calificativo a armas que pueden tener hasta diez veces la potencia de la bomba lanzada sobre Hiroshima, pero en todo caso son armas nucleares con todos sus efectos, incluida la lluvia radiactiva que puede afectar a zonas bastante lejanas. Si Rusia las empleara, ¿qué harían EEUU y las otras dos potencias nucleares occidentales, Reino Unido y Francia? Solo tendrían dos opciones: o responder con otras armas nucleares, dando inicio a una guerra total que podría suponer la destrucción de gran parte de la humanidad y del planeta, dados los arsenales nucleares existentes, o limitarse a protestar enérgicamente o romper cualquier relación, lo que supondría en la práctica otorgar una patente de corso a cualquier país con armas nucleares para emplearlas en el futuro contra cualquier otro país que no las tuviera. Un escenario espantoso también.

Afortunadamente, es mucho más verosímil que la guerra termine sin este cataclismo, cuando Rusia haya conseguido sus objetivos en el este de Ucrania. ¿Cuáles son esos objetivos? Como mínimo el Donbass, es decir, las provincias completas de Donetsk y Luhansk –las repúblicas populares ocupaban antes de la guerra solo un tercio de esas provincias- y, posiblemente también, si Moscú tuviera fuerza suficiente, Jarkov en el norte –la ciudad más “rusa” de Ucrania- y Zaporiya y Jersón en el sur para enlazar con Crimea. Más difícil parece que consiguieran también Odessa para enlazar con la Transnistria moldava, como sugieren algunos analistas, dejando a Ucrania sin salida al mar. Cuando Rusia considere que ha conseguido sus objetivos o ha llegado al límite de sus posibilidades convencionales, volverá a la mesa de negociaciones, y probablemente en ese momento Kiev ya se haya dado cuenta de que algunos de los que la animan a resistir están pensando más en el desgaste de Rusia que en la libertad o la seguridad de los ucranianos, y que una posición realista puede salvar muchas vidas, aunque no sea justa.

En la negociación, dado que Ucrania ya ha asumido su futuro de neutralidad –aunque aún se están discutiendo las garantías – y que el asunto de Crimea parece que se va a dejar congelado, la discusión se va a centrar en las zonas del este que estén bajo ocupación rusa. Probablemente Kiev plantee ahora dotarlas de la autonomía que no quiso darles en los ocho años en los que no se cumplieron los acuerdos de Minsk II, pero Moscú querrá hacer un referéndum (¡en territorio ocupado!) para que se hagan independientes bajo su tutela y le sirvan así de tapón frente a una Ucrania occidentalizada. Como Ucrania no podrá aceptar eso, seguramente la zona –el Donbass o el territorio afectado– quedará como un conflicto latente con una situación de hecho y otra de derecho, igual que Osetia del sur y Abjasia en Georgia. Pero si sirve para que callen las armas, si termina el horror, bienvenida sea una solución, aunque sea mala. La cuestión es si en este caso se mantendrían –cuáles y durante cuánto tiempo– las sanciones, que por supuesto hacen daño a los rusos –no a sus dirigentes– pero también a los europeos.

Después de todo esto, aun quedará ante nosotros el problema de Rusia. ¿Qué hacer con un país, o -mejor dicho- con un régimen que se permite atacar a otro país soberano, sin mediar ofensa por parte de éste? Es decir que se permite hacer lo mismo que hizo EEUU con Irak, pero sin ser EEUU. Es evidente que Europa tiene que convivir con Rusia, por razones geográficas y económicas. El hecho de que no sea una democracia liberal no debe impedírnoslo, como no nos impide convivir con otros países que tampoco lo son, como Arabia Saudí o los Emiratos, que por cierto también están interviniendo en Yemen, donde habrían muerto unas 250.000 personas, entre ellos más de 20.000 civiles, sin que en Europa nadie haya lanzado ni un suspiro.

No conviene condenar a Rusia al ostracismo, algo que ya se hizo en la época de Boris Yeltsin con el resultado que ahora vemos. Ni tampoco echarle en brazos de China para reconstruir un mundo bipolar este-oeste en el que los europeos seguiríamos actuando de meros comparsas de EEUU. Por supuesto, habrá que dejar pasar un tiempo. Pero si el régimen ruso actual se mantiene, la Unión Europea tendrá que tratar con él en el futuro un acuerdo amplio de vecindad, que incluya también un marco de seguridad en el continente, en el que ambas partes se sientan protegidas sin merma de la soberanía ni la integridad territorial de ningún Estado. Y plantearnos también si no es hora ya de construir una defensa común europea, autónoma y suficiente, que nos evite convertirnos en el campo de juego de potencias ajenas, que -naturalmente- tienen sus propios intereses.

 

Miembro del Consejo Asesor del Observatorio de Política Exterior, del Consejo de Asuntos Europeos y del Consejo de Seguridad y Defensa de la Fundación Alternativas. General de brigada retirado, fue segundo jefe de la División Multinacional Centro Sur de Irak entre enero y mayo del 2004.