Mucha cal y poca arena
- Escrito por Manuel Peinado Lorca
- Publicado en Opinión
Un empresario sudafricano asesinado a tiros; dos aldeanos indios muertos en un tiroteo en agosto; un activista ambiental mexicano asesinado. Aunque separados por miles de kilómetros, esos asesinatos se deben a una misma causa: son algunas de las víctimas de una creciente ola de violencia provocada por la lucha por uno de los productos más importantes, pero menos apreciados: la arena común y corriente.
El mundo se enfrenta a una escasez de arena. ¿Cómo es posible que nos estemos quedando sin algo que se encuentra en prácticamente todas partes y que parece un recurso ilimitado? La respuesta es sencilla: aparte del agua y del aire, la arena es el recurso natural más consumido en el planeta. El mundo usa cada año unos 50.000 millones de toneladas de "revoltón", el término que usa la industria para la mezcla de arena y grava, que suelen extraerse juntas. Es una cantidad de arena más que suficiente para cubrir la mitad de España.
El periodista Vince Beiser es autor de The World in a Grain: The Story of Sand and How It Transformed Civilization (“El mundo en un grano: la historia de la arena y de cómo transformó la civilización”; Riverhead Books, 2019), un libro que es la apasionante historia de uno de los recursos naturales más abundantes en el mundo, la arena, y el papel crucial que desempeña en nuestras vidas.
El mundo en un grano es la historia real de un recurso natural enormemente importante y cada vez menos abundante que se vuelve más esencial cada día y de las personas que lo extraen, lo venden, construyen con él y, a veces, incluso matan por él. También es un análisis que pone de relieve los graves costes humanos y ambientales provocados por nuestra dependencia de la arena, una dependencia que ha recibido poca atención pública.
Aunque pueda parecer sorprendente, gracias a la crisis de Ucrania la arena ha adquirido estos días una especial relevancia porque, con los precios de los combustibles fósiles disparados, su escasez está condicionando la producción estadounidense de petróleo y gas natural por fracking. Cerca del 70% del gas natural y del 65% del petróleo que se producen en Estados Unidos se extraen mediante esa técnica que requiere la inyección masiva de toneladas de arena mezclada con agua y otros productos químicos.
Pues bien, debido al incremento de la demanda, el precio de la arena para fracking se ha triplicado desde el año pasado. Esa demanda es solo una parte de un problema que, aunque pueda parecer extraño, atañe a un recurso natural que no es en absoluto infinito. Y aún más increíblemente, nos estamos quedando sin arena.
Extracción ilegal de arena en Muñique, Lanzarote. Foto cortesía de la Voz de Lanzarote.
Después del agua y del aire, la arena es el recurso natural que más consumimos, incluso más que el petróleo. Cada construcción hecha con cemento, cada carretera asfaltada, cada pantalla de ordenador, cada chip de silicio y prácticamente todas las demás piezas de nuestros equipos electrónicos están hechos con arena. Desde las pirámides de Egipto hasta el telescopio Hubble, desde el rascacielos más alto del mundo hasta la acera que lo rodea, desde las vidrieras de Chartres hasta su teléfono móvil, la arena es el ingrediente que hace posible nuestras ciudades, nuestra ciencia, nuestras vidas y nuestro futuro.
¿Y cuál es el problema, cabe preguntarse? Nuestro planeta está cubierto de arena. Enormes desiertos desde el Sáhara hasta Australia tienen dunas gigantescas. Las playas de las costas de todo el mundo están repletas de arena. Incluso podemos comprar bolsas en cualquier almacén para hacer unas pequeñas reformas.
El problema radica en el tipo de arena que estamos utilizando. No toda la arena es igual: parte de la que es más fácil de conseguir es la menos útil. La arena del desierto es en gran medida inútil para utilizarla. La abrumadora mayoría de la arena que cosechamos se destina a hacer cemento, y para fabricarlo los granos de arena del desierto tienen una estructura inapropiada. Erosionados por el viento en lugar de por el agua, son demasiado lisos y redondeados como para que puedan unirse para formar cemento estable.
La arena que necesitamos debe ser más angulosa y se encuentra en los lechos, orillas y llanuras de inundación de los ríos, en los lagos y en la orilla del mar. La demanda es tan intensa que los lechos de los ríos y las playas de todo el mundo están siendo devastados y las tierras de cultivo y los bosques están siendo destrozados para extraer los preciosos granos. En un número cada vez mayor de países, las bandas criminales de piratas de arena han generado un mercado negro que a menudo resulta letal.
El principal motor de esta crisis es la urbanización vertiginosa. Cada año hay más y más personas en el planeta, y un número cada vez mayor de ellas se mudan desde el medio rural a las ciudades, especialmente en el mundo en desarrollo. En Asia, África y América Latina las ciudades se están expandiendo a un ritmo y a una escala mucho mayor que en cualquier otro momento de la historia.
El número de personas que viven en áreas urbanas se ha más que cuadruplicado desde 1950 hasta alcanzar unos 4.200 millones en la actualidad y las Naciones Unidas predicen que otros 2.500 millones se incorporarán a los censos urbanos en las próximas tres décadas. Eso es el equivalente a añadir cada año ocho ciudades del tamaño de Nueva York.
Rascacielos en Dubái. Wikimedia commons.
Crear edificios para albergar a todas esas personas, junto con las calles y las autopistas para comunicarlos, requiere cantidades prodigiosas de arena. En la India, la cantidad de arena de construcción utilizada anualmente se ha más que triplicado desde 2000, y sigue aumentando rápidamente. China probablemente ha usado más arena en la última década que Estados Unidos en todo el siglo 20. Hay tanta demanda de ciertos tipos de arena de construcción que Dubái, que se encuentra la frontera de un enorme desierto, importa arena de Australia.
Desde California hasta Hong Kong, buques dragaminas cada vez más grandes y potentes aspiran millones de toneladas de arena del fondo marino, apilándola en zonas costeras para crear terrenos urbanizables donde antes no los había. En total, según un grupo de investigación holandés, desde 1985 los seres humanos han añadido 13.563 km2 de tierra artificial a las costas del mundo, una superficie que casi duplica la de Canarias.
Extraer arena para fabricar cemento y otros fines industriales como el fracking es una actividad aún más destructiva. La arena para la construcción se extrae principalmente de los ríos. Es fácil extraer arena de los lechos fluviales con bombas de succión, pero el dragado de un río destruye el hábitat de los organismos que habitan en el fondo. Además, el sedimento agitado puede enturbiar el agua asfixiando a los peces y bloqueando la luz solar de la que depende la vegetación submarina.
La conciencia del daño causado por nuestra adicción a la arena está creciendo. Varios científicos están trabajando en formas de reemplazar la arena del cemento con otros materiales, incluidas las cenizas volantes ꟷel material sobrante de las centrales eléctricas de carbónꟷ plástico triturado e incluso cáscaras de palma aceitera o cáscaras de arroz. Otras investigaciones están desarrollando cemento cuya fabricación requiere menos arena, mientras que otras también están intentando encontrar mecanismos más eficaces de reciclar cemento.
En la actualidad, nadie sabe exactamente cuánta arena se está extrayendo, ni dónde ni en qué condiciones. Gran parte de la extracción permanece ajena a las estadísticas. Eso sí, sabemos que cuanta más gente haya, más arena necesitaremos. Aunque en muchos países occidentales la extracción de arena de los ríos ya se ha eliminado en gran medida, conseguir que el resto del mundo siga su ejemplo será difícil. Prevenir o reducir el daño probable a los ríos requerirá cambios en la forma en que se perciben la arena y los ríos, y se diseñan y levantan las ciudades, un tipo de cambio social similar al exigido para abordar el cambio climático.
Necesitamos un cambio urgente de nuestro modelo de producción que entienda que los recursos naturales no son infinitos. Nos va, literalmente, la vida en ello.
Manuel Peinado Lorca
Catedrático de Universidad de Biología Vegetal de la Universidad de Alcalá. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada y doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid.
En la Universidad de Alcalá ha sido Secretario General, Secretario del Consejo Social, Vicerrector de Investigación y Director del Departamento de Biología Vegetal.
Actualmente es Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá. Fue alcalde de Alcalá de Henares (1999-2003).
En el PSOE federal es actualmente miembro del Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía y responsable del Grupo de Biodiversidad.
En relación con la energía, sus libros más conocidos son El fracking ¡vaya timo! y Fracking, el espectro que sobrevuela Europa. En relación con las ciudades, Tratado de Ecología Urbana.