Lo que quiebra la confianza
- Escrito por Francisco Aranda
- Publicado en Opinión
Quiero empezar con una afirmación en la que creo firmemente: la política es una actividad noble por naturaleza, aunque haya quien la desprestigie.
En una sociedad, la colectividad, representada por la totalidad de su población, ejerce el mayor grado de confianza en los gobernantes y legisladores, con la delegación de confianza en aquellos y aquellas llamados a gobernar desde las instituciones públicas, cuando ejercemos nuestro derecho al voto. La sociedad delega su propia capacidad de gestión pública, y esta delegación es un elemento no sólo a respetar sino que ha de ser la guía de actuación desde las instituciones. Porque estamos hablando de algo colectivo, que nos pertenece a todos. Es una gestión delegada que hace la política de los asuntos colectivos.
Por ello creo que la actividad política, aun siendo ejercida por miembros iguales de la sociedad, y por ello mismo, poseedores de una confianza adicional de sus conciudadanos, tiene y se le ha de exigir un plus de transparencia, de honestidad, de buen ejercicio de su labor, y de rendición de cuentas. Está en juego la base misma de la democracia, esa que nos hace a todos ser co responsables de nuestro futuro.
En este sentido, sobre el debate de la profesionalización de la política, me parece imprescindible que ésta sea un espacio de encuentro de la sociedad misma, y un claro reflejo de ella. Las capacidades se han de valorar desde diferentes aspectos, pero sobretodo por la capacidad de aportar al ágora política cualidades respecto a la gestión, a la asunción de posiciones de acuerdo, a la defensa de los derechos e intereses de la ciudadanía, al buen decoro y a la ética.
También creo que el no creerse imprescindible, como en tantos otros aspectos de la vida, adquiere una dimensión de importancia en este sector.
Es por ello que yo, por ejemplo, que he desarrollado mi vida política, mi implicación y mi activismo dentro de la familia socialista los últimos 26 años, asumo que mis ideas, todo y ser mías, también se nutren de las ideas colectivas que el conjunto de mi partido periódicamente va renovando, así como los postulados colectivos se construyen con la aportación de diferentes puntos de vista, internos y externos.
Es este compromiso, que hace que los partidos sean permeables, el que hace precisamente que no todas las ideas individuales sean finalmente las de la mayoría, y se articulan mecanismos para el debate interno y la asunción de los postulados mayoritarios.
Es en este ámbito donde enmarco mi perplejidad por quien ante, dicen, un obstáculo insalvable en la ideología mayoritaria, en la estrategia o en la táctica, no sólo cambia de partido, sino que practica el transfuguismo, en una concepción, de entrada, personalista de la política y, en muchas ocasiones sin guardar relación real con esa diferencia política que sirve de coartada.
Estas semanas y al hilo del revival tamayazo en la Región de Murcia, hemos asistido a un espectáculo impúdico de compra venta de voluntades, para evitar una acción democrática y constitucional, como la moción de censura.
La ciudadanía tiene razón al asistir perpleja a acciones que suponen una cierta traición por aquellos que, por seguir aferrados a un cargo, ponen por delante una concepción personal y patrimonial de la política, vistiéndolo casi siempre de acciones llevadas por la ética personal, y en muchos casos, nos dicen, por evitar un mal mucho mayor. Pero no es así.
Es aquí donde vuelvo al principio. A aquello de la confianza. Y a la humildad.
Los que nos dedicamos a la política lo hacemos por la creencia de que con nuestra acción podemos honrar esa delegación que nos hace el colectivo. O al menos debería ser así. Es verdad que la propia diversidad de la población hace que existan debates y posiciones diversas, antagónicas y legítimas, y que, en el juego de las mayorías, una sociedad avance en esa confrontación de ideas y proyectos.
Es verdad también que, para evitar lo que se ha venido en llamar la tiranía de la mayoría, existan mayorías reforzadas para determinadas cuestiones. Esto último se entiende muy fácil, aunque algunos no se den por enterados. En Catalunya es un debate que hace tiempo que subyace, pero que daría para otro artículo.
Por ello, y yendo a la cuestión central de este artículo, creo que la ruptura de la confianza ciudadana se produce cuando se detectan prácticas que atentan contra esta confianza.
Como en los casos de corrupción, en primer y más importante lugar.
Pero también en los casos de bloqueo institucional, de no aceptación de las derrotas o de las mayorías, en el deshumanizar al adversario, en el insulto, en la mentira y en los casos de abuso de autoridad (cuando un poder público se ejerce abusando de la autoridad conferida, cuando un poder público actúa rompiendo las normas de confianza, se rompe algo más importante).
Y en los casos de transfuguismo, donde vemos que se venden los ideales propios al mejor postor.
Y es en ese juego de mercadeo, de desprestigio y de ruptura de la confianza donde siempre hay quien juega con ventaja, porque tiene la práctica de la costumbre.
Francisco Aranda
Diputado en el Congreso y Portavoz de Justicia del Grupo Parlamentario Socialista.