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Complicaciones del “español”


(Tiempo de lectura: 5 - 9 minutos)

La lengua española es de una riqueza extraordinaria, así por su léxico como por sus expresiones, idiotismos y locuciones. Gracias a ello podemos expresar con notable facilidad no sólo cualquier idea sino también cualquier sentimiento por muy íntimo que este sea. Pero existe el código restringido que es lo que consideramos como empleo de refranes y de frases hechas, idiotismos, locuciones, modismos y que son el escollo principal, por ejemplo, del aprendiente de español.

En los cursos de lengua para extranjeros y aún en los de traducción no sólo se puede comprobar la imposibilidad de encontrar una equivalencia suficientemente representativa para expresiones como agüita fresca o fresquita el agua, o como muchísimas gracias, o términos como veranillo, o como chiquirritín, sino que también las encontramos desde el punto de vista de las locuciones y las expresiones. A decir de Cantera, Ortíz de Urbina, Gomis Blanco (2007) en no pocas ocasiones hemos oído el comentario e incluso en cierto modo, la queja, de que en los diccionarios así bilingües como monolingües no aparecen registradas numerosas locuciones y expresiones de uso normal y frecuente en español. Por ejemplo: Los últimos de Filipinas, abrazo de Vergara, pasar las de Caín, acabar como la comedia de Ubrique, llover más que cuando enterraron a Zafra, pasar por el Rubicón, patio de Monipodio, caerse con todo el equipo….y sin duda, debemos captar el significado exacto para poder dar el valor real a cada expresión, de cada idiotismo.

Para Núñez Román (2015) arguye que se podría replicar a favor de una mayor atención del hecho fraseológico en los ciclos formativos obligatorios, que la fraseología -por ejemplo. al igual que se aprende el vocabulario general, es adquirida de manera natural por parte de un hablante nativo “a partir de la repetición y retención de las formas y de los significados de dichas estructuras” (Forment Fernández, 1998, 341). Los hablantes nativos disponen de un amplio repertorio de fraseologismos, adquiridos a través del uso, que conforman lo que Solano Rodríguez (2007) denomina “competencia fraseológica”, que debería ser añadida al resto de habilidades lingüísticas. Esta competencia fraseológica estaría apoyada en una “conciencia fraseológica” (Solano Rodríguez 2007), es decir, un conocimiento inconsciente por parte del hablante de la existencia de este tipo de estructuras, de las que hace un uso correcto aun cuando en muchas ocasiones las unidades fraseológicas, contengan aberraciones sintácticas o semánticas, como en a ojos vista o como los chorros del oro. Esta autora reflexiona sobre la “competencia fraseológica” en el ámbito del Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas y la adquisición de una lengua extranjera. No obstante, consideramos que se trata de un concepto interesante que se debe importar a la enseñanza de la lengua materna.

Francisco Núñez-Román (2015: 156) aporta la idea de que la fraseología es manifiestamente superior si la comparamos con la producción de un hablante no nativo. Es cierto que, como ha afirmado Ettinger (2008), es posible comunicarse en una lengua sin apenas hacer uso de fraseologismos, como lo hace un aprendiz por ejemplo de L2 hasta bien avanzado el dominio de esta; no obstante, el conocimiento y uso de la fraseología de una lengua supone un notable salto cualitativo y enriquece con numerosos matices el mensaje.

Tradicionalmente, y desde la perspectiva de la didáctica de la lengua, la fraseología ha sido emparentada con el léxico, debido sobre todo a una de sus características: su significado unitario. En efecto, amén de su carácter poliléxico (una unidad fraseológica está compuesta por al menos dos palabras), cualquier unidad fraseológica se caracteriza por presentar un significado conjunto y, en la mayoría de los casos, este significado no es deducible a partir del significado individual de sus componentes, presentando un mayor o menor grado de idiomaticidad.

Esta característica hace que las unidades fraseológicas sean percibidas por los hablantes como un único bloque de significado, y que, por lo tanto, sean almacenadas como un elemento más del léxico. En este sentido, Prado Aragonés (1999, 157), al relacionar los objetivos que hay que alcanzar en el desarrollo de la competencia léxica en Educación Primaria, indica que el alumno deberá reflexionar sobre “las múltiples posibilidades creativas y expresivas que la lengua ofrece con el conocimiento de modismos, refranes y frases hechas”. Si analizamos los componentes de una unidad fraseológica (UF), podemos observar que la fraseología es también reducto de una parte del léxico que únicamente podemos encontrar dentro de una unidad fraseológica. Hablamos de las denominadas palabras diacríticas, es decir, palabras que no se usan fuera de una construcción fraseológica. Son ejemplos de unidades fraseológicas formadas por palabras diacríticas a troche y moche, a tocateja, por arte de birlibirloque, en cuclillas o en un santiamén; en estos casos, las palabras troche, moche, tocateja, birlibirloque, cuclillas o santiamén no pueden usarse de manera independiente fuera de la unidad fraseológica que constituyen.

Aunque se trata de uno de los obstáculos más importantes en el aprendizaje de ciertos niveles de la lengua -así como el gran escollo para traductores- en el caso de estudiantes de grado inicial y dependiendo de los objetivos del estudiante de español, supone una interesante ocasión para reflexionar sobre el origen y la evolución del léxico de su lengua. La fraseología es útil también para el desarrollo de la comunicación oral, puesto que, desde el punto de vista de la producción, es un componente sustancial en el proceso de ampliación del vocabulario.

Las locuciones, además, se entienden como uno de los recursos básicos del texto oral, necesario para la comprensión global del mismo por lo que su conocimiento y uso adecuado mejora la competencia comunicativa de los alumnos. El uso del diccionario es una estrategia básica para el desarrollo de la competencia léxica en Educación Primaria, y la fraseología suele trabajarse casi de manera exclusiva en estrecha relación con el diccionario escolar. De hecho, por ejemplo, Prado Aragonés (2001), al examinar la selección y el uso del diccionario como recurso Francisco Núñez-Román que realiza en “Enseñar fraseología: consideraciones sobre la fraseodidáctica”, Didáctica. Lengua y Literatura 157 2015, vol. 27, 153-166 para el desarrollo de la competencia léxica, indica, entre otros aspectos que se deben tener en cuenta, que estos incluyan “modismos y frases hechas y también el sentido figurado, así como los distintos niveles de uso, sobre todo si son tecnicismos” (Prado Aragonés, 2001, 212), lo que permitirá al alumno conocer el significado de estas construcciones de nuestra lengua.

Hay que señalar que los diccionarios, tanto los generales como en especial los escolares, presentan notables deficiencias en la recopilación y presentación de la fraseología, como recoge Azorín Fernández (2000, 87): la fraseología, especialmente las combinaciones pluriverbales de carácter idiomático […] parece ser uno de los aspectos de la lengua materna (o extranjera) que, por sus implicaciones culturales y por las dificultades que presenta de cara a su actualización en el discurso, necesita de una mayor atención por parte del diccionario escolar. Es fundamental, por lo tanto, que el profesorado conozca los diversos repertorios fraseológicos disponibles, así como su organización interna, para sacar el máximo provecho de estos. En este sentido, es necesario un mayor esfuerzo investigador que permita conocer los conocimientos fraseológicos de los alumnos a través de la elaboración de fraseologías disponibles, equivalentes a los actuales estudios de léxico disponible, que nos darían una visión de conjunto fundamental para poder focalizar la atención en aquellas áreas temáticas más débiles y elaborar materiales didácticos más eficaces.

Entre los rasgos del código restringido el abundante empleo de refranes. Desde la Edad Media, los escritores han puesto infinidad de ellos en labios de personajes populares. Recuérdese cómo don Quijote -que era capaz de hablar muy culta y refinadamente- reprocha algunas veces a Sancho Panza el uso y abuso que hace de los refranes. El escudero, que sólo conocía el código restringido del castellano, sabía emplearlos siempre con oportunidad mientras que el caballero sudaba como si estuviera cavando (II-43) para utilizar uno con tino.

Los refranes, como sabemos, formulan aserciones que se aceptan como válidas y prácticamente indiscutibles por la comunidad. Tienen una forma fija, que permite retenerlos en la memoria, y evita el esfuerzo de crear oraciones para expresar lo que quiere decirse. A cambio, como sus presuntas verdades valen para todos, generalizan en exceso, y usándolos, el hablante renuncia a expresar lo que es particularmente suyo. Se explica así que los refranes se empleen abundantemente en el código restringido, de cual hemos dichos que apenas si permite manifestar en lo individual. Mientras lo que usan el código formal pueden realizar un esfuerzo para expresar sus sentimientos personales, quien solo habla mediante un código restringido echa mano de esa especia de monedas acuñadas que son los proverbios o refranes (o los tópicos: blanco como la nieve, bueno como el pan, limpio como los chorros del oro, alto como un pino, mondo y lirondo, a trancas y barrancas…)

El refrán, pues, ahorra esfuerzo idiomático y por tanto, esfuerzo mental. Dado el carácter de verdad absoluta que se le atribuye -se ha llamado “evangelios breves” a los refranes, Lázaro Carreter (1989)- usarlo facilita las aserciones categóricas y tajantes propias del código restringido. A veces, puede llegar a justificar aberraciones. Cuando Celestina (2015) intenta convencer a Pármeno para que le ayude a estafar a Calisto, contesta el criado: “No querría bienes mal ganados”. Pero la vieja replica, acogiéndose a la contundencia del refrán: “Yo sí. A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo”. (p. 67)

El Refranero forma parte del folklore de una comunidad. Su misión fundamental es -y sobre todo ha sido- confirmar un determinado tipo de cultura, con sus aserciones, prescripciones y prohibiciones. Los refranes son a modo de consignas, cuya vigencia ha ido perdiéndose a medida que han ido cambiando las creencias y las costumbres. Tienen a uniforma; de ahí el escaso papel que siempre han desempeñado en el código elaborado. Hoy es apreciable su retroceso entre quienes emplean el código restringido, aunque es dentro de él donde aún subsisten. Su desaparición no significará, sin embargo, que ha aumentado la capacidad idiomática de los hablantes, sino que sus supuestas verdades ya no les sirven. Pero tal vez sean sustituidas por otras verdades, que sin ser acuñadas en refranes resulten tan dominadoras y contrarias a la libertad personal de pensar como las de éstos.

Doctora en filosofía y letras, Máster en Profesorado secundaria, Máster ELE, Doctorando en Ciencias de la Religión, Grado en Psicología, Máster en Neurociencia. Es autora de numerosos artículos para diferentes medios con más de cincuenta publicaciones sobre Galdós y trece poemarios. Es profesora en varias universidades y participa en cursos, debates y conferencias.