El pauperismo como consecuencia de la Revolución Industrial
- Escrito por Eduardo Montagut
- Publicado en Textos Obreros
La Revolución Industrial y el modelo económico-social en el que se desarrolló provocó un nuevo modelo de pobreza desconocido hasta el momento, en una suerte de aparente contradicción.
La miseria de amplias capas sociales es un fenómeno constante en la Historia, en todas partes y en todas y cada una de las épocas. La desigualdad es un hecho demostrable y evidente. Pero la llegada de la Revolución Industrial planteó por vez primera un problema nuevo en relación con la miseria. Efectivamente, en ese momento las condiciones de vida de gran parte de la sociedad fueron durísimas, aunque eso, en principio, no parecía una novedad, como nos hemos aventurado a afirmar. Pero es que la Revolución Industrial se basaba en una profunda y radical transformación en la manera de producir bienes y servicios. Los cambios tecnológicos y sus aplicaciones generaron una inmensa riqueza y una abundancia de productos como nunca se había visto hasta entonces. Las clásicas crisis de subsistencia, es decir, de escasez, debidas al bajo nivel tecnológico y a las estructuras socioeconómicas preindustriales fueron desapareciendo, y, en todo caso, las nuevas crisis serían de superproducción. La cuestión estaba en que toda esa novedosa abundancia no provocó que la pobreza disminuyese entre los que, precisamente, estaban generando dicha riqueza.
Esta contradicción evidente fue señalada muy pronto. Al respecto, Sismondi, un destacado historiador y economista suizo, discípulo del propio Adam Smith, es decir, del adalid ideológico de los nuevos tiempos económicos, se dio cuenta de esta contradicción porque afirmó que mientras crecía la producción el bienestar general disminuía. Sismondi planteó claramente el nuevo problema del pauperismo.
De ese modo, distintos pensadores y críticos de la situación generada en los nuevos tiempos comenzaron a hacerse preguntas acerca de las razones por las que tantos avances de todo tipo no generaban un grado mayor de bienestar, evitando situaciones calamitosas que anteriormente se achacaban a la escasez evidente, o se atribuían a otras razones, hasta de tipo religioso.
La industrialización estaba generando una mayor brecha en la desigualdad, y las relaciones planteadas por el liberalismo económico y político estaban, además, dinamitando los mecanismos que hasta entonces las instituciones políticas, corporativas y religiosas arbitraban para paliar, en cierta medida, las miserias. Ahora primaba un acusado individualismo. La tan defendida “mano invisible” del mercado que buscaba la armonía, y la idea de que el egoísmo particular conducía al bienestar general no se estaban cumpliendo.
Por eso, entre reformistas, socialistas utópicos, cristianos, y luego desde el marxismo y el anarquismo, se comenzaron a plantear, en primer lugar, fuertes críticas al nuevo modelo económico-social, y luego distintas alternativas. No bastaba con producir más y mejor, había que ver las razones por las que aumentaba la pobreza. ¿No sería deficiente el nuevo sistema económico-social de signo capitalista?, ¿no habría que plantear otros modelos? En eso lleva desde entonces la mitad de la Humanidad, por lo menos.
Eduardo Montagut
Doctor en Historia. Autor de trabajos de investigación en Historia Moderna y Contemporánea, así como de Memoria Histórica.