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El Congreso de 1997. IV


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Volvamos al Congreso de 1997, aquella mañana de junio, cuando un Felipe González de 51 años, terminaba su discurso, invitando a repensar el socialismo para el siglo XXI. El silencio espeso en la sala, que había absorbido hasta ese momento sus palabras, se convirtió en aplauso, ovación puestos en pie, lágrimas y gritos de Felipe, Felipe, Felipe… Por un largo rato – larguísimo rato, como si se aplaudiera a Maria Callas, tras su última aria – todos aquellos cargos, todos aquellos poderes municipales y autonómicos, todos esos ex ministros y directores generales, ahítos de despacho y de cinismo administrativo, se sintieron, de nuevo, bajo la bóveda del teatro Jean Vilar de Suresnes en 1974. En su retirada, Felipe les recordó quienes eran, de donde venían y, que los había llevado hasta allí.

No estaban al final del arcoíris, ni hollaban un paraíso en la tierra. Que diablos: aquella España no era un falansterio y, tal vez, ninguno de aquello viejos militantes, salvo los más liberales al estilo de Indalecio Prieto, soñó jamás con un país tan poco obrero y sindical, pero no les había quedado tan mal la cosa. Había sido una epopeya tranquila, sin patroclos muertos a las puertas de Troya, ni exiliados que penaran por Ítaca. Habían hecho un país nuevo, sin arrasar a sangre y fuego el viejo, poquito a poco, ley tras ley, con sus tropiezos y sus borrones, como cualquier persona que acomete algo y, se niega a ser infalible.

A mi modo de verlo, con sus miserias, con todo lo que no acaba de funcionar, con sus injusticias, con su crueldad y su fatalismo, esta España de hoy, que tanto debe a aquel octubre de 1982, es uno de los mejores rincones del mundo. Se ha asentado, en el lado privilegiado del planeta, ese espacio donde hasta el más pobre come, donde ni el analfabetismo ni la violencia, se enseñorean de nada, donde las mujeres, con todos sus problemas aún por solucionar, por lo menos no tiene que temer, el garrotazo de un policía de la virtud y, donde todos podemos escribir lo que nos dé la gana. Todo eso se conquistó, sí, en 1978, pero se asentó y se garantizó, a partir de 1982. Y basta darse un paseo por el mundo, para cuidarse mucho de darlo por supuesto y eterno, como a veces hace, algún joven que otro, que nació con el camino asfaltado y, se hizo adulto en un país con frecuencia superficial, frívolo, narcisista, apolítico y alegre, porque puede permitirse el lujo de ser así. Para que hoy, demasiados, sean niños grandes a los cuarenta años, González y los suyos, tuvieron que ponerse corbata y, fingirse más adultos y experimentados, de lo que realmente eran (éramos). Es cómodo y fácil hoy y, no tiene consecuencias, escupirles y pedirles cuentas y, culparlos de las incomodidades de hoy, cuando cada afán exige un reo, pero, esencialmente, se es perezoso, a la hora de tomar cada uno su arado para sembrar.

Algún seudomarxista despistado de 18 años, pero que aparenta por los menos 100, anda por ahí, incluso antes del 15 M, gritando que el PSOE y el PP, la misma basura burguesa son. Si pueden refunfuñar a gusto, es porque viven ya en un país libre y avanzado, en todos los campos, que en gran parte le debemos a Felipe y, a todos los que, con toda la ingenuidad y civilidad del mundo, le votaron y lo hicieron presidente.

El pueblo siempre tiene memoria histórica, por muchos años que pasen y, cuando los españoles vayan a votar, cuando deseen votar socialista, identificarán ese socialismo con el PSOE, porque sus padres, sus tíos, sus primos o sus abuelos, fueron del PSOE o, al menos, siempre le votaron. La memoria histórica está ahí y siempre lo estará.

Pues eso.

Por el momento, se acabó.

Nacido en 1942 en Palma. Licenciado en Historia. Aficionado a la Filosofía y a la Física cuántica. Político, socialista y montañero.