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El Congreso de 1997. II


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El discurso de Felipe González, en el congreso del PSOE de 1997, fue desigual. Brillante en su primera parte, lleno de verdades y, alguna que otra profecía a medias. Allí estaba el Felipe de antes, el que lo entendía todo al primer golpe y, sabía resumirlo en tres frases. Pero la segunda parte no sonó tan bien, era demasiado opositora, demasiado escocida por la derrota, demasiado sarcástica con el nuevo inquilino de la Moncloa. La primera parte, sin embargo, donde resumió su obra de gobierno, merecería un hueco en la historia de España y, asombra quizá más hoy que en 1997. Empezó por la Transición. La clave dijo, consistió en no vindicar el pasado, en concentrar los esfuerzos en reivindicar el futuro. Consistió en no quedar atrapados, una vez más, en el laberinto de una historia, que no hicimos bien en el siglo XIX y, una buena parte, del XX.

Conectaba así con sus mítines de 1982. Se había cumplido, más bien que mal, aquel sueño de romper la maldición española. El recuento de méritos apabullaba. Bajo sus gobiernos, se había creado un sistema de salud pública, universal por primera vez en nuestra convulsa historia; se había reformado la enseñanza en todos los niveles, universalizándolos también, de tal forma que, el mayor reproche que le hacía la derecha – dijo en su discurso – era que al colegio del Pilar podía ir juntos al fin, el hijo del chofer y el de su pasajero; se había transformado, lo que llamaba, el capital físico del país, todas sus infraestructuras de transporte, nivelándolo con el resto de Europa; se había modernizado la economía, no sin dolor ni crisis, pero se había pasado, de un sistema cerrado y obsoleto, a uno abierto y plenamente competitivo; se había descentralizado el poder, desarrollando el Estado autonómico y, se había, finalmente, entrado en Europa, rompiendo una distancia de siglos y, diluyendo todos los complejos culturales, sociales y políticos, que habían marcado el paso de nuestra historia, desde que Quevedo miró los muros de la patria suya, si un tiempo fuertes, ya desmoronados.

Sin caer en el narcisismo o en la hipérbole, Felipe tenía motivos sobrados para envanecerse, de la transformación más honda y espectacular, que España hubiera vivido nunca. Ningún gobierno posterior, ha tumbado ninguna de aquellas transformaciones, porque forman el núcleo de un Estado social que se da por supuesto. No se caen porque se plantaron bien, respondiendo al deseo, casi unánime, de unos españoles que querían, por encima de todo, vivir como unos europeos más.

Hay en ese discurso de 1997, sin embargo, una verdad difícil de limpiar, entre los gemidos de escozor con que se enuncia. Cuado Felipe hablaba de autocontención, sabía muy bien de que hablaba. En 2010, en una larga entrevista que le hizo Juan José Millás para El País, el titular de la misma fue de escándalo: “Tuve que decidir si volaba a la cúpula de ETA. Dije no. Y no sé si hice lo correcto”. Se refería a la operación conjunta, de las policías de España y Francia, que acabó en 1992, con la detención de la dirección de ETA, reunida en una casa de Bidart (Francia). Tras un trabajo de meses, las fuerzas especiales, habían localizado y rodeado la casa, controlando cada movimiento sin que los terroristas lo supieran. Una de las posibilidades que se planteaban, era la de asaltarla a sangre y fuego – entre otras razones, porque había un largo historial de intervenciones en pisos de la banda, en la que los inquilinos respondieron con metralletas – por lo que una parte del mando policial, no quería dar a los objetivos, ni un segundo para reaccionar – pero se impuso la orden de arrestarlos, con el menor uso de la fuerza posible. La operación salió bien, los terroristas acabaron ante un juez sin un disparo. Si Felipe confesaba a Millás, 18 años después, que tenía dudas sobre su blandura, era porque, con los años, se convenció de que el Estado, incluso asumiendo la guerra sucia, no había sido contra ETA, todo lo contundente que los estados suelen ser, ante amenazas tan graves.

Pues eso.

(Continuará)

Nacido en 1942 en Palma. Licenciado en Historia. Aficionado a la Filosofía y a la Física cuántica. Político, socialista y montañero.