El Congreso de 1997. I
- Escrito por Emilio Alonso Sarmiento
- Publicado en Tribuna Libre
“Debéis saber que no seré candidato a la secretaría general”, dijo Felipe Gonzáles en su primera intervención.
La frase, que se imprimiría horas después, en las portadas de todos los periódicos, cayó sorda en el auditorio. Ni un rumor se levantó, ni un suspiro. Tal vez los compañeros no se lo creían, hartos del cuento de Pedrito y el lobo. Muchos delegados habían asistido a tantos anuncios de retirada, que se habían vuelto algo más que escépticos. Otros estaban más pendientes de las peleas, entre partidarios de Alfonso de y de Felipe, guerristas y renovadores los llamaba la prensa, en esa guerra al estilo Sertorio contra Pompeyo, que entretenía a los socialistas desde 1990, que ni siquiera escuchaban a Felipe. Pero, conforme las frases de Felipe se fueron encadenando y, el discurso progresó, todos tuvieron claro que aquella vez era de verdad. Pero había habido ya señales de ello, en “petit comité”, había dicho: “Hemos hecho todo lo posible por perder las elecciones y, al fin, lo hemos conseguido”.
El presidente entonces del PSOE, el inolvidable y veterano Ramón Rubial, 91 años y, la sonrisa de los que lo entienden todo y, hace mucho ya que no se molestan en explicarlo, se inclinó hacia Felipe y le dijo: “No te ha entendido nadie”. ¿Es que no he sido claro? Le respondió Felipe. Sí - sonrío el veterano socialista vasco, la última conexión viva de aquel PSOE, con el de antes de la guerra civil – pero hay mucha cera en los oídos.
Por primera vez en años, yo no había ido a aquel congreso, sí había recibido invitación, pero ya estaba hasta el moño de guerristas y renovadores, pues no estaba incondicionalmente de parte, ni de los unos ni de los otros. Pero si asistía mi hija Sarah, que me llamó por teléfono y me dijo: Ven corriendo papá, que Felipe se va”. De manera que tomé el primer avión y, pude asistir a las horas finales del congreso, donde se debatía si el sucesor debía ser Joaquín Almunia o Pepe Borrell. Aporté mi granito de arena a favor del último, pero no sirvió de nada, pues Felipe puso todo su peso, a favor de Joaquín. Y así nos fue.
Pero el caso es que Felipe se iba. Un año y tres meses después de haber perdido las elecciones por la mínima, tras presentarse por sexta vez y, veinte años justos después de su primera campaña, el caballo cansado, el abogado sevillano, el hijo del vaquero, novio, padre y padrastro de España, se marchaba. Detrás dejaba un partido muy dividido y desorientado, porque ya no sabía vivir fuera de los ministerios, pero, en absoluto, un partido débil, pues habían votado por él, nueve millones y medio de españoles. El Partido Popular, sólo le había sacado trescientos mil votos, desmintiendo la creencia de muchos, de que el PSOE estaba hundido y, no había un solo ciudadano que creyera ya en esos truhanes.
Felipe había protagonizado una campaña a cara de perros, en la que llegó a identificar a sus rivales, como una jauría de dobermanes rabiosos. Quizá sacara a votar a los izquierdistas más temerosos, pero, en cualquier caso, el resultado confirmaba que había una enorme masa social, que trece años y medio después, seguía creyendo en Felipe. Eso era motivo de orgullo y, quizá fuera la razón, por la cual no se marchó de inmediato, al día siguiente tras la derrota y, aguantó hasta el congreso del partido, dejando creer a todos que seguiría allí, peleando con Aznar. Los delegados a aquel congreso contenían la respiración, asistiendo al fin del fin, al adiós de los de Suresnes.
Pues eso.
Emilio Alonso Sarmiento
Nacido en 1942 en Palma. Licenciado en Historia. Aficionado a la Filosofía y a la Física cuántica. Político, socialista y montañero.