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Intelligentsias y novismo (I)


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Cada generación quiere ser nueva, original, tiene necesidad de sentirse expedita y ligera, tiene que decir algo que no se haya dicho todavía, y contradecir lo que ya se ha dicho. Sino fuese así – escribía Giovanni Sartori – nuestra vida no tendría objetivo, ni la historia dinamismo. Pero no es fácil ser originales. El camino más fácil es la ignorancia. El que no sabe nada, puede despertarse cada mañana con una nueva ocurrencia, nueva para él. En los años sesenta mi generación, estaba convencida de que no había habido luz, hasta que fue encendida por nosotros, entonces veinteañeros. El más hábil entre ellos, decía sarcásticamente Sartori, redescubrió el paraguas. Sin embargo, la mayoría de las veces, el paraguas no se abría, y lo redescubierto estaba mal redescubierto (a lo mejor ya aparecía, mejor dicho y mejor explicado, en Aristóteles). Y muchos han buscado desde siempre la originalidad en el extremismo.

Pero el extremismo – decía mi admirado Ortega – es un “falsificador nato”, es aquel que cambia la innovación por la exageración. Y exageración es lo contrario de la creación, es la definición de la inercia. Los exageradores son los inertes de su época. El hombre creador conoce los límites de su original verdad y, por lo mismo, está sobre aviso, pronto a abandonarla en el punto donde empieza a convertirse en falsedad. El intelectual extremista prospera, en cambio, robándoles las ideas a los demás y haciendo pasar su distorsión por una innovación. En realidad, su originalidad estriba en ruido, en decibelios, en la inflación de las palabras, en exagerar la verdad hasta transformarla en no-verdad.

Recordemos que el primer retrato completo, del personaje que hoy identificamos con el nombre de “intelligentsia” nos lo proporcionó, en 1927, el libro de Julien Benda titulado “La traición de los clérigos”. Irónicamente, para designar a aquellos intelectuales venidos a menos, utilizó la palabra “clerc”, un término que en francés también significa “escribiente” y, en su sentido propiamente etimológico, “clérigo”. En aquel texto Benda contrapone los laicos, “aquellos que desempeñan la función de atender a los quehaceres mundanos”, a los clérigos, los “que no están dedicados a la obtención de fines prácticos”. A lo largo de los milenios, los clérigos se mantuvieron totalmente ajenos a las “pasiones políticas”, pasiones a las que más bien se oponían, mirándolas desde lo alto “como moralistas”. Pues eso.

(Continuará)

Nacido en 1942 en Palma. Licenciado en Historia. Aficionado a la Filosofía y a la Física cuántica. Político, socialista y montañero.