No he dejado de revolverme en mi asiento durante los 90 minutos de representación.
La compañía LaJoven en un estreno absoluto según anticipaba el programa on line sube a escena Ulloa: un…un…una…una…sobre Los pazos de Ulloa de la Pardo Bazán (1851-1921).
El texto de Irma Correa y la dirección artística de José Luis Arellano García.
No sé dónde ocurría la ¿acción? ¿la trama? ¿el argumento? Por fijar alguna coordenada: un despoblado rural, un descampado urbano, un garaje destartalado, encima de un andamio, en una casa “ocupada por okupas” politoxicómanos…
Solo he sido capaz de reconocer algún nombre del original: Pedro, Primitivo, Julián, Perucho, Sabela y Nucha…aparece Jessy, que lo mismo la inventó la coruñesa y a mí se me pasó por alto, y un Chori (o así he entendido el nombre del “broncas” que amenazaba a esa grupo ruidoso de destroyers).
Unos tubos fluorescentes iluminan que no hay tierra ya para milagros: en inglés, por lo de la globalidad e internacionalización de unos “pagos” gallegos salidos de madre, o sea, de contexto.
Momentos de lirismo impostado y metido con espátula al recitar unos versos de Baudelaire (1821-1861); el clásico, vamos, Las flores del mal.
Música discotequera y aspavientos desaforados con un foco que algunos momentos cegaba al público.
Violencia, mucha violencia, de género sobre todo, y maltratos: empujones, bofetadas, enganchadas por la ropa (¡cómo se funden el teatro y la televisión!).
Ay!, qué inocente soy…! Y mira que ya luzco una edad… Iba convencida de encontrarme en versión más o menos rejuvenecida a doña Ana de Ozores y don Fermín de Pas, o a Pepita Jiménez y don Luis de Vargas, vecinos de éxitos literarios de los pazos de doña Emilia. Luego he pensado: vale, se aproxima a Los gozos y las sombras…pues tampoco.
Sin más, que estaba completamente desubicada. Y eso me pasa por buscar pistas y referentes que me ayuden a la comprensión dramática o alivien la falta de estética escénica, no sé…algo del original que con tanto gusto e interés leí en mis años mozos.
Me he imaginado al garbancero don Benito, allá en 1888 en uno de sus paseos por Barcelona discutiendo con la fémina aristócrata llegada del extrarradio peninsular, y hablando acaloradamente sobre el estado de los dominios de Ulloa. Que ya eran una propiedad maltrecha, dominada por el caciquismo, la abulia y el abandono, el poder y la “naturaleza”.
Cuántos escritos publicó la feminista avezada para aquella época llena de convulsiones, analizando las teorías y la filosofía del momento; claro y magnífico exponente del naturalismo decimonónico.
Su narrativa deslumbra con el paso del tiempo por la virulencia con que destacaba vicios e imperfecciones, abusos y desmanes en una Galicia que conocía muy bien.
Lo que más me gusta y aprecio es el hecho de que en esta ocasión va la autora por delante de su amado Galdós, personaje que siempre ensombreció a la dama.
Ella, que nunca tuvo pelos en la lengua, se lio la manta a la cabeza y después de redactar y redactar en favor de los derechos de las mujeres, según consejo paterno (muy adelantado su progenitor), abanderó un feminismo incipiente y soterrado pero que descollaría con su voz en el Ateneo: institución muy respetada y eminentemente masculina, que se la puso por montera.
Me cuesta escucharla en su habla, profiriendo exabruptos o utilizando un lenguaje chocarrero; si algo transmitía en sus obras era el decoro lingüístico, a cada cual como le corresponde; un registro idiomático según emisor, contenido y orden social.
En Ulloa, solo predominaba uno, mejor, una forma de comunicación: el grito, el insulto, el taco ene veces repetido…en definitiva, la incomunicación, el claustro de un paraje teóricamente abierto: al caos y a la miseria.
Ni un destello de los caracteres recreados por la noble novelista, vivaces, respondones, sometidos y apáticos también.
Mucha enajenación en unos seres desfrontados, que puestos ahí encima de las tablas, no sabían muy bien ni qué hacer ni hacia dónde ir. Igual se trataba de eso.
Con la luz mínima de la sala, intentando ver la hora en mi reloj, llegó el final de una performance poliartística.
A Los pazos de Ulloa (1886), le siguió una segunda parte La madre naturaleza (1887)…para no ser representada, seguro, sino leída, y así con ese díptico narrativo poder reconstruir un momento literario e histórico que tanta huella ha dejado en la actualidad.
Sí resultó encomiable el esfuerzo de la compañía LaJoven al promocionar proyectos de jóvenes y darles una oportunidad de teatralizar a los clásicos, con mayor o menor fortuna.