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Del sueño a la pesadilla del populismo. Crónica de una década


(Tiempo de lectura: 5 - 10 minutos)

Este nuevo libro sobre la década populista, trata de la ficción del asalto a los cielos que ha llegado a convertirse en una pesadilla encarnada en la ultraderecha, pero que además degrada y pone en peligro a la propia democracia.

Todo ello a partir de dos tesis: que el populismo deviene en totalitarismo y que los totalitarismos de derecha tienen siempre más capacidad sociopolítica para imponerse. Y que en la izquierda, aún no hemos desvelado la naturaleza del populismo y si el populismo no es derrotado teóricamente en la izquierda, reaparecerá de nuevo para apoderarse de ella.

La trilogía.

Forma parte de una trilogía que va de 'la izquierda herida' al 'Pandemónium' colectivo y ahora a 'Del sueño democrático a la pesadilla populista', y se trata de una crónica y al mismo tiempo un análisis para profundizar en las claves tanto de los precedentes que fueron el caldo de cultivo del populismo, en sus consecuencias con la polarización y el antagonismo en el caso dramático de la pandemia y para analizar lo que podríamos denominar la cronificación y degeneración del populismo en la España actual. Si en un primer momento la representación más genuina de lo que Aristóteles denominaba la "corrupción de la democracia" es decir, la demagogia y del delirio del populismo fue el independentismo y los nuevos partidos salidos de la indignación, hoy lo representa su opuesto contrapuesto del nacionalismo español de la ultraderecha representada por Vox. Hay que tener claro, para la utilidad del análisis, que este itinerario es poco menos que ineluctable. Por eso se trata de conocer las leyes de la ruptura del delicado equilibrio democrático. Hay que analizar la patología que supone este desequilibrio político que puede no ser transitorio. La crisis de la política democrática, corre el riesgo de convertirse en permanente afectando a las funciones más vitales de la percepción, la empatía, la inteligencia o la memoria de la democracia, desarrolladas por los órganos e instituciones como los partidos, el parlamento, el gobierno y el conjunto del Estado y de la sociedad civil organizada. Se corre el riesgo pues de generar una cultura populista alternativa a la cultura cívica democrática. Esto hace indispensable una reflexión y definición de los partidos como mecanismo indispensable de acumulado cultural que otorga realidad a la democracia, aunque no sea necesariamente la virtud.

Porque la democracia representativa, si bien fue sacudida por los primeros populismos, hoy corre el peligro de morir a manos de los totalitarismos exteriores así como del populismo interior, cada vez más monopolizado por la ultraderecha. No hay más que ver el pugilato vivido en la pandemia y ahora en la guerra. Por eso intento analizar la degeneración de los órganos y funciones más vitales de la democracia: en primer lugar en relación a la forma partido que ha ido desde el ideal del intelectual colectivo al partido como contenedor y ahora al espectro de una mera guardia pretoriana del líder, junto al asalto al parlamento como campo de maniobras y de batalla que impide el diálogo entre diferente, impidiendo el pacto que por definición es esencial para la democracia, aún más, es definitorio. Sin pacto, no hay democracia. Se sustituyen ahora por la mera agitación que disuade a la ciudadanía de la imprescindible participación. También de las dificultades para superar el fraccionamiento y la complejidad con gobiernos cada vez más compartimentalizados y presidencialistas..y en definitiva la contaminación populista que afecta al conjunto de las instituciones del Estado, como por ejemplo la judicialización de la política o del propio Tribunal Constitucional donde ya no opera la dialéctica del consenso, sino la imposición de la mayoría sobre la minoría, cuando no el intento de constituirse en una instancia superior de control al parlamento y de oposición política al gobierno. Algo que se extiende también a la sociedad civil y que abarca desde las redes sociales hasta los medios de comunicación tradicionales.

Las causas del populismo.

El caldo de cultivo del populismo ha sido, como en otras ocasiones históricas, de una parte el malestar social de los trabajadores y las clases medias con una pérdida de derechos y de poder adquisitivo a lo largo de décadas, que culmina como consecuencia de las políticas de recortes y privatizaciones con motivo de la crisis financiera. Una ruptura de hecho del pacto social de postguerra y en nuestro caso del pacto de la Transición Democrática. En este sentido, los indignados del 15M se lo atribuyeron frívola e injustamente al llamado régimen del 78 y por extensión a nuestra democracia, que es, por naturaleza, siempre imperfecta, en la que si no hay deseo de mejora y de cambio no hay vida. Al malestar social se suma la decisión consciente de la mayoría de la política de la democracia para desentenderse de ordenar con criterios de justica social la economía de la globalización y la connivencia de esa parte de los políticos con la economía especulativa y con la corrupción. Todo ello venía larvándose desde hace décadas con la desigualdad social, la polarización política y la corrupción. Es el caldo de cultivo de la antipolítica, que en España gozaba ya de un sustrato cultural previo, que fue muy cultivada por la dictadura, con aquello de que 'no se meta usted en política'.

Un tercer factor relevante es la fractura entre la sociedad analógica y la entrada abrupta en la sociedad digital en la que todo es uno o su contrario, no hay matices. No es de extrañar que triunfen en ella las organizaciones que dan soluciones simples a los problemas complejos. Un populismo que naturalmente ha de recalar en un fenomeno como Vox, no sólo a partir de la reacción españolista ante el populismo independentista del Procés sino también porque la estación término de todo populismo es el fenómeno totalitario. Conviene descubrir y entender este proceso como se hace con la Ley de Mitchell. Criticar los equilibrios de la Transición, descontextualizando y evitando el análisis histórico, es decir, desproveyendo de realidad al análisis y convirtiéndolo en soflama, desata a todas las fuerzas centrífugas que toda democracia contiene tanto a su izquierda y como a su derecha y que no albergan el concepto de pacto y representación.

Las consecuencias.

El populismo, entendido como una estrategia para acceder al poder, nos ha dejado profundas heridas en la izquierda y en la democracia, y este ha sido el caldo de cultivo para la ultraderecha. Desde la simplificación de los problemas complejos, su atribución al régimen de la Transición y a la casta política, la transformación del adversario en enemigo, el desprecio de las instituciones mediadoras, en particular de los partidos, los sindicatos, los medios de comunicación y más en concreto el carácter central del parlamento y la ignorancia de la división de poderes y de la primacía de la ley.

En resumen la antipolítica ha fecundado la anti democracia de la ultraderecha. No necesito extenderme en la absorción del legado de IU cuando hoy son sus mismos representantes los que se ven abocados a ponerlo en valor ante el declive electoral de la fórmula de Podemos.

Pero tampoco dejo de reconocer la aportación que supuso la politización del movimiento de los indignados, también de lo que ha significado en cuanto a la incorporación de toda una generación joven a la política y de su frescura y luego de lo que han aportado en el anquilosado debate parlamentario o la incorporación de una nueva agenda política con temas nuevos e incluso controvertidos. También su valentía para responder a la estrategia brutal de desdestabilización y de descalificación y acoso personal cuando han tocado poder en el gobierno. Lamentablemente o desvelamos al populismo como estrategia de acceso al poder es profundamente dañina para la democracia o todos estos aspectos se quedarán en epifenómenos de un mal que no abandonará nuestra democracia y continuará deteriorando nuestra cultura cívica, lo cual nos situará en un punto de no retorno. Este desvelamiento del devenir populista es el objetivo de este libro y de esta trilogía y quizás de más que quede por venir. El análisis de lo positivo no puede realizarse sin la crítica a las secuelas del populismo.

Un populismo que recala en Vox a partir de la reacción españolista ante el otro populismo independentista del Procés. Por eso la primera expresión en Cataluña fue el populismo liberal de Ciudadanos. Luego, se ha alimentado de la corrupción del PP y últimamente de la fobia al gobierno socialcomunista y del negacionismo y el oportunismo frente a la gestión de la pandemia.

La izquierda interrumpida.

Hay que destacar que precisamente lo más importante y lo mejor de las aportaciones de Unidas Podemos se ha producido con la entrada en el gobierno, a partir del abandono de la practica populista del sorpasso para volver a lo que llamaban el reformismo fuerte y el pactismo de la izquierda tradicional con la izquierda mayoritaria y con los agentes sociales para la gestión de gobierno en temas sociales y el avance en los derechos civiles fundamentales. Así ha ocurrido con la revalorización del salario mínimo, el ingreso mínimo vital, la reforma de pensiones, la reforma laboral, las leyes de igualdad de género y las leyes ambientales y contra el cambio climático. Sin embargo, el armazón intelectual, el pensamiento populista, no ha sido analizado críticamente desde el punto de vista teórico. Ha sido un abandono por la vía de las circunstancias prácticas y hasta del azar, sin solución de continuidad y sin aceptación total de todas sus consencuencias sobre la concepción de la democracia representativa siendo esta el punto clave e imprescindible tanto para no repetir errores como para saber como combatir a la ultraderecha y a los totalitarismo en general.

Por eso me permito afirmar que si la salida de Pablo Iglesias ha sido el principio de un deterioro irreversible de un Podemos al estar muy vinculado a un proyecto personal, a un relato populista y a un liderazgo carismático, el parto con fórceps de la reforma laboral ha significado el punto de inflexión de la legislatura y de la izquierda que representa hoy en Yolanda Díaz la posibilidad de otro tipo de liderazgo y la oportunidad de recomposición de una Izquierda democratica, seria y al tiempo amable que pretenda dialogar, sumar y acordar para mejorar la vida de la gente. Una izquierda tantas veces interrumpida en España.

Porque en la mayor parte de los casos no basta con mirar atrás a lo que pudo haber sido y no fue, sino que además hay que desvelar las causas de esas interrupciones, pero también porque hace falta esa izquierda, porque a pesar de haber estado interrumpida es imprescindible.

Es preciso asumir que cuando estalló la indignación los partidos ya teníamos una militancia escasa y polarizada, el parlamento bipartidista ya no era el centro de la vida política y las instituciones obedecían a la lógica del reparto. La democracia moría agotada por el imperio del liberalismo económico, En el tiempo del populismo esta situación no solo se puso de manifiesto ( Rosanvallon) sino que con él se ha deteriorado aún más pues su objetivo fue erradicar en primer lugar el liberalismo político. Ahí empieza la pesadilla populista. En definitiva, estoy convencido de que la democracia representativa no tiene alternativa ni en la vuelta al ágora mítica del mundo clásico ni en las redes sociales de la era digital. Son solo espejismos que luego se transforman en pesadillas.

Nuestra tarea es, como diría Camus, trabajar con humildad por la mejora de la democracia representativa y el Estado social: recomponer el pacto social, regenerar la vida política y con ello reanimar y revitalizar las instituciones democráticas como los partidos, la justicia o el parlamento. Entender que es ese arcano llamado cultura cívica y política sin el cual la democracia no puede existir.

 

Médico de formación, fue Coordinador General de Izquierda Unida hasta 2008, diputado por Asturias y Madrid en las Cortes Generales de 2000 a 2015.