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Tipos de interés


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Las economías occidentales sufren procesos inflacionarios desbocados que, donde más donde menos, se acercan al 10% en la tasa interanual. Una mala dinámica. El resultado de un aumento de continuado de precios que devalúa salarios, ahorros y activos. En definitiva, nos hace progresivamente más pobres. Una de las preocupaciones siempre fundamentales de los gobernantes. Limita la estabilidad económica y la confianza de los inversores, así como la capacidad de los consumidores. Sobre todo, empobrece a los más débiles. Si la tasa anual no sobrepasa el 2% no sólo no es preocupante, sino que se considera saludable y activadora, pero a partir de ahí todo son problemas. Aumentar los tipos de interés para frenar la dinámica alcista de los precios es una solución tradicional, aunque con notorios riesgos. Lo ha hecho la Reserva Federal estadounidense dos veces estos últimos meses y de forma bastante contundente hasta llegar a tipos del 2,5%. Hay quien dice que el Banco Central Europeo, que lo hizo la semana pasada un 0,75%, va tarde y de forma demasiado modesta. No hay una varita mágica. Si estiras la sábana para tapar la cabeza, probablemente acabes por destapar los pies. Porque ese es el problema.

Las economías occidentales después de casi dos años de recesión económica provocada por la pandemia llevaban varios meses de una reactivación muy interesante, con crecimiento de la inversión, la producción y el consumo, y evidente disminución del paro. Los cuellos de botella logísticos de componentes y materias primas creaban algunas dificultades, pero los efectos de la invasión rusa de Ucrania están resultando letales. Faltan algunas materias, pero sobre todo se produce encarecimiento de productos básicos. Así, el mundo occidental no tiene un problema de calentamiento de su economía por exceso de consumo, sino sobre todo por la contracción de la oferta ya que la dinámica de funcionamiento global de la economía se ha encontrado con obstáculos más o menos inesperados. Aunque necesaria, la intervención de los bancos centrales conlleva el riesgo de generar recesión económica, que las economías dejen de crecer. Por el momento, el aumento de los costes financieros impacta directamente a las empresas y las familias de forma negativa. Todo depende del grado de apalancamiento que se tenga. Las hipotecas con interés variable -que son las tres cuartas partes de los 6,5 millones que hay contratadas en España- notarán inmediatamente la subida del precio del dinero. En contrapartida, los ahorros se verán más remunerados. Las oscuras perspectivas, probablemente frenarán la disminución del paro y, puede que, incluso repunte.

Existe otro aspecto que es el efecto que todo esto tiene en las economías públicas. Los estados salen muy endeudados de la pandemia. Han tenido que responder a su impacto multiplicando acciones y, por tanto, mayor gasto público. Los déficits continuados han reforzado una deuda pública que mayoritariamente tiene un volumen similar o superior al PIB anual. Situación de natural compleja, que ahora empeora pues con la subida de los tipos de interés aumentan sus costes de financiación. En Europa donde a pesar de los esfuerzos unificadores de la Unión Europea conviven economías y endeudamientos estatales tan diversos, habrá que multiplicar las intervenciones del Banco Central para evitar lo que se llama la “fragmentación de mercados”, expresión que hace referencia a la posibilidad de que las primas de riesgo o diferenciales que deban pagarse por la financiación se dispersen mucho según las situaciones de cada uno. El principal punto débil es Italia. La combinatoria entre su extrema inestabilidad política y un endeudamiento del 150% del PIB puede resultar letal para el país, pero puede arrastrar a toda la UE, ya que es su tercera economía en importancia. Una crisis, la italiana, que evidencia la fragilidad de la Unión Europea y del propio concepto “Europa”, más allá de lo puramente económico. Se evitó en Francia una temible victoria de la extrema derecha y su euroescepticismo y posicionamiento pro-ruso que llevaba aparejado. En Italia la hegemonía de los grupos populistas parece ya incuestionable y la probable victoria electoral de Giorgia Meloni y sus Fratelli de Italia, puede resultar un durísimo golpe a las políticas y a la estabilidad de la Unión Europea. Un debilitamiento, el europeo, que hace años por el que afanan especialmente Rusia, pero también Estados Unidos.

Josep Burgaya es doctor en Historia Contemporánea por la UAB y profesor titular de la Universidad de Vic (Uvic-UCC), donde es decano de la Facultad de Empresa y Comunicación. En este momento imparte docencia en el grado de Periodismo. Ha participado en numerosos congresos internacionales y habitualmente realiza estancias en universidades de América Latina. Articulista de prensa, participa en tertulias de radio y televisión, conferenciante y ensayista, sus últimos libros publicados han sido El Estado de bienestar y sus detractores. A propósito de los orígenes y el cruce del modelo social europeo en tiempos de crisis (Octaedro, 2013) y La Economía del Absurdo. Cuando comprar más barato contribuye a perder el trabajo (Deusto, 2015), galardonado este último con el Premio Joan Fuster de Ensayo. También ha publicado Adiós a la soberanía política. Los Tratados de nueva generación (TTP, TTIP, CETA, TISA...) y qué significan para nosotros (Ediciones Invisibles, 2017), y La política, malgrat tot. De consumidors a ciutadans (Eumo, 2019). Acaba de publicar, Populismo y relato independentista en Cataluña. ¿Un peronismo de clases medias? (El Viejo Topo, 2020). Colabora con Economistas Frente a la Crisis y con Federalistas de Izquierda.

Blog: jburgaya.es

Twitter: @JosepBurgayaR