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Los dilemas voluntaristas


(Tiempo de lectura: 2 - 4 minutos)

Las personas somos libres pero las sociedades son esclavas. Es la principal conclusión a la llega que cualquier científico social que realmente lo sea, ya por leer a los clásicos o por su propia investigación. Los intentos voluntaristas por “sabotear” las maquinarias del poder social y la desigualdad (el marxismo, por ejemplo) fueron nada frente a las inercias del capitalismo y su ideología del deseo, también llamado consumo. Los voluntarismos de los últimos lustros por redefinir el capitalismo de consumo a través del concepto de bienestar y desarrollo quedaron en humo (¿recuerdan la versión de Los Panchos formado por Stiglitz-Sen-Fitoussi?); que bien sonaba la música y en que nada quedó la letra… En fin, es la diferencia esencial entre Karl Marx y Kafka. El primero era relojero y el segundo miraba la hora y se desesperaba por llegar tarde a una cita consigo mismo. En eso estamos.

Hace nada, desde la ONU, se recordó el dilema “solidaridad o suicidio colectivo”. No hay tal dilema, diría el relojero. De hecho, el dilema se anuda sobre sí mismo sin llegar a atar cabos. Será suicidio y asesinato colectivo. Suicidio porque el modo de vida del capitalismo de consumo es suicida para las sociedades que lo viven, y asesino porque destruye todo a su alrededor. Por ello, desde un punto de vista etnocéntrico nos preocupa el suicidio colectivo e ignoramos, deliberadamente, el exterminio que causamos. Nadie puede afirmar que los africanos en África o los espaldas mojadas se estén suicidando. Los estamos matando. Ya sea en origen, en el foso mediterráneo y atlántico o en el Río Grande. Siendo las sociedades esclavas de su modo de vida, no se espere cambio social desde dentro (solidaridad). Continuaremos matando, sea naturaleza o humanos, hasta morir.

Ahora sí que sí. El cambio climático tiene reglas propias. No le importa el beneficio, ni la calidad de vida de los seres vivos (sean peces o humanos), la inflación, ni las banderas, si el siniestrado cree en algún dios o su dios es el culto al vacío que deja. En realidad, una vez establecida culturalmente la idea de dios, ya da igual que el puesto se ocupe o la plaza esté vacante cuando la sequía nos ahogue y los diluvios nos dejen secos o las llamas lleguen sin llamar a la puerta de casa.

Y ya en las cosas de casa, el otro día andaba escribiendo por lo que me puse de música ambiente el debate de la nación. Como tantos, practico una cierta especialización por la que para análisis estadístico escucho barroco y para redactar, los debates políticos. Tiene su explicación, el análisis exige sensibilidad para captar los patrones y al redactar cuantas más palabras te rodeen mientras montan el número mejor. Pues estaba en ello cuando entró en escena Arrimadas y paré un momento. Momento “el amor era…” en Mejor Imposible.

No hay problema pensé, siempre usa las mismas palabras así que escucharla produce la satisfacción de ver todas las expectativas cumplidas. Y no defraudó. Confieso que, de todos y todas Arrimadas, como antes Ribera, son los más interesantes literariamente. Rivera desconectó completamente en las vacaciones de agosto de 2019 cuando toda España estaba en vilo sobre qué pasaría (elecciones o gobierno). Después volvió como si no fuese con él la cosa y sus votantes entendieron que ahora les tocaba a ellos irse de vacaciones. Pues bien, Arrimadas heredó un partido muerto, cierto es, pero después hizo todo lo posible para enterrarlo aún más. Quizás sea eso lo que la hace interesante, su increíble imagen gótica e imaginar al fantasma de Poe encarnado en Bal. Icónicamente, si Ayuso es una dolorosa, Arrimadas es Sally de Tim Burton. Pidió al presidente de gobierno que ahorrara reduciendo el número de ministros, tal y como ella pensaba hacer reduciendo el número de diputados de Ciudadanos, como prueba CyL y Andalucía. Insistió en que su único objetivo vital y político era echar a Sánchez; pensé, está marcándose un Lola Flores diciéndole a sus votantes “si me queréis, irse” (al PP). En fin. Como ven, es fácil completar sus intervenciones.

Para finalizar, la gran pregunta y se la hizo el presidente. ¿De dónde sale tanta inquina y odio personal? Quizás la respuesta se encuentre en el diccionario. “Inquina” es un nombre femenino que significa “Antipatía o aversión que se experimenta contra una persona o una cosa y que impulsa a tratarla de forma negativa o injusta, o a apartarse de ella”. Pues parece que no. En fin, espero enterarme algún día, a menos que sea una película de cine de culto y el no final sea realmente el final. Ya saben, como con los dioses.

Catedrático de Sociología Matemática.