Las revolucionarias - Capítulo III
- Escrito por Rosa Amor del Olmo
- Agitación en París: La Comuna morirá -
Armonía era una mujer de apariencia sencilla, pero con una fuerza interior inquebrantable. Su cabello castaño caía en cascadas desordenadas sobre sus hombros, y su rostro estaba marcado por las arrugas prematuras, un testimonio de las dificultades que había enfrentado en la vida. Sus ojos, profundos y determinados, revelaban una determinación férrea y una sabiduría adquirida a través de las experiencias difíciles que había vivido.
Aunque su nombre reflejaba un deseo de paz y equilibrio en un mundo tumultuoso, la vida de Armonía estaba lejos de ser tranquila. Como madre soltera, había enfrentado numerosos desafíos para criar a su hijo en un París marcado por la pobreza y la agitación política. Su amor inquebrantable por su hijo era su principal motor, y estaba dispuesta a arriesgar todo por un futuro mejor para él.
A pesar de su aparente fragilidad, Armonía también era una luchadora incansable. Había encontrado su voz en los círculos revolucionarios de la Comuna de París, donde se había unido a los focos de resistencia con el propósito de cambiar la sociedad para bien. Su compromiso con la causa revolucionaria no solo era impulsado por la búsqueda de justicia, sino también por la esperanza de que su hijo pudiera crecer en un mundo más equitativo y libre.
La historia de Armonía estaba marcada por una mezcla de sacrificio y valentía. Su papel en la novela no solo la presentaba como una madre apasionada y comprometida, sino también como una figura inspiradora que desafiaba las normas de género de su época al desempeñar un papel activo en la lucha por un París y un mundo mejores. Su historia se entrelazaba con la de Isabella y el misterioso Círculo de Tchaikovsky en un lienzo de pasión, idealismo y determinación mientras enfrentaban los desafíos de una París convulsionada por la revolución.
Tras la derrota y derrumbe del gobierno imperial de Napoleón III en la Guerra Franco-Prusiana (1870–71), París fue sometida a un sitio de más de cuatro meses (19 de septiembre de 1870 – 28 de enero de 1871), que culminó con la entrada triunfal de los prusianos -que se retiraron de inmediato- y la proclamación imperial de Guillermo I de Alemania en el Palacio de Versalles.
Debido a que París no aceptaba rendirse, la nueva Asamblea Nacional y el gobierno provisional de la República, presidido por Adolphe Thiers, prefirieron instalarse en Versalles y desde ahí doblegar a la población rebelde. Algunos desde Rusia, marcharon a la ciudad francesa.
El vacío de poder en París provocó que la milicia ciudadana, la Guardia Nacional Francesa, se hiciera de forma efectiva con el fin de asegurar la continuidad del funcionamiento de la administración de la ciudad. Se beneficiaron del apoyo y de la participación activa de la población obrera descontenta, del radicalismo político muy extendido en la capital que exigía una república democrática, y de la oposición a la más que probable restauración de la Monarquía borbónica.
Con todo, comenzó a bullir lo que se considera como instinto revolucionario, el terrorista independiente, que en España se cristalizó por completo. Al intentar el gobierno arrebatarles el control de las baterías de cañones que habían sido compradas por los parisinos por suscripción popular para defender la ciudad, estos se alzaron en armas. Ante esta rebelión, Thiers ordenó a los empleados de la administración evacuar la capital, y la Guardia Nacional convocó elecciones para el consejo municipal que fue copado por radicales republicanos y socialistas.
La Comuna un término commune que designaba y aún designa al ayuntamiento, gobernó durante sesenta días promulgando una serie de decretos revolucionarios, como la autogestión de las fábricas abandonadas por sus dueños, la creación de guarderías para los hijos de las obreras, la laicidad del Estado, la obligación de las iglesias de acoger las asambleas de vecinos y de sumarse a las labores sociales, la remisión de los alquileres impagados y la abolición de los intereses de las deudas.
Muchas de estas medidas respondían a la necesidad de paliar la pobreza generalizada que había causado la guerra. En realidad, aquella lucha no era otra que la necesaria causa de cambio de cualquier sociedad que respirara bajo el yugo opresor se sabía que esa era la situación: guerra, imposiciones, hambre, pobreza, oligarquía que se sucedería a lo largo del tiempo y en todas las circunstancias. Los grandes males de una sociedad son como las enfermedades, vuelven una y otra vez y lo hacen cada vez con más fuerza.
Sometida casi de inmediato al asedio del gobierno provisional, la Comuna fue reprimida con extrema dureza. Tras un mes de combates, el asalto final al casco urbano provocó una fiera lucha calle por calle, la llamada Semana Sangrienta (Semaine sanglante) del 21 al 28 de mayo. El balance final fue de unos 30.000 muertos y el sometimiento de París a la ley marcial durante cinco años.
En sus Memorias la militante había escrito:
“Puedo estar orgullosa de que fui con mis hijos de San Petersburgo a París para la lucha, yo me encargaba de elaborar toda la propaganda necesaria para el cumplimiento de nuestro propósito, asimismo, estaba en el comité representativo. Yo luchaba como nadie y no me importaba dar la vida por el cambio de la sociedad y para ello si tenía que asesinar lo haría y de hecho lo hice sin que me temblase la mano ni una sola vez. Posiblemente habría matado a más de cien personas, sí, pero era lo que había que hacer, sin más. O ellos o nosotros, los únicos que podíamos llevar a término una revolución, el cambio de una sociedad y para ello había que aniquilar previamente todo lo que era la causa del horror. Las cosas para que se renueven tienen antes que morir para vivificarse y eso era nuestra causa, aniquilar lo que frenaba el progreso de las Naciones.
“Y yo, Armonía Jiménez escribo este testimonio de que cuando decidimos crear la Comuna de París, lo hicimos con conocimiento de que en su nacimiento fue un breve movimiento insurreccional. Al poco terminó por gobernar la ciudad de París del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871, instaurando un proyecto político popular autogestionario que para algunos se asemejó al anarquismo o al comunismo. Para nosotros era exactamente algo que había que hacer y nada más, como mis hijos Dezvi e Ismael, ellos, nacieron para la revolución y ese era su único cometido a lo largo de su vida, servir a la causa y para eso yo les había traído al mundo, para hacer algo grande por la historia”.