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Iba yo a comprar el periódico


(Tiempo de lectura: 2 - 4 minutos)

Los periódicos eran mi vitamina y mi droga: mis gafas para asomarme al mundo. Los árboles cortados para fabricar diarios no me permitían ver el bosque de la realidad. Cuando lo intentaba, no sabía muy bien cómo enfocar la realidad con mis ojos civiles, limpios de legañas y de editoriales de periódico. Saltaba de la cama, me afeitaba, me colocaba debajo del chorro de agua caliente, me vestía, desayunaba un zumo, una taza de leche y una tostada con mantequilla, o queso fresco con membrillo, o una tostada de pan con aceite, me despedía de mi mujer, cogía las llaves y salía a la calle, a desafiar la lluvia o a disfrutar del sol. Y aquí, como un autómata, me dirigía al quiosco, compraba un par de periódicos y me iba al Café Comercial para tomarme un cortado con noticias. Era ahí, según mi mujer, donde traicionaba el realismo que recorre las aceras, que salta a los escaparates, para dedicarme a mi evasión predilecta. En la hora y media o dos horas que permanecía en ese viejo y acogedor local moría toda mi curiosidad por las cosas reales, de suerte que cuando salía del café era ya un quimerista perdido para la sagrada causa de la realidad, un evasor de evidencias, un ciego profesional a otra cosa que no fuera la verdad imaginaria de los diarios.

Ni que decir tiene que yo era un hombre de papel, convencido de que así había vivido desde mi adolescencia y así moriría. Pero no, el siglo XXI llegaba con otros juguetes. Me resistía, aun me resisto, pero cada vez menos, mantengo la costumbre de comprar el periódico el fin de semana, pero, por lo demás, ya me he acostumbrado a leer los digitales, sin entusiasmo, como un profesional distraído y algo distante de los caracteres móviles, aunque muy fiel. Los periódicos de verdad eran los otros, los de papel. Recuerdo que yo era un estudiante de bachillerato en el instituto de mi pueblo, corroído muy pronto por la pasión de los diarios, así que acudía al único quiosco que había, el de Colorín, para mirar las portadas y si era posible ojear alguno, hasta que un día la Colorina me dijo:

- Cuidado, niño, que los periódicos se resfrían.

La mujer de Colorín cuidaba del negocio y no hubiera acertado a imaginar que el papel sufriría una enfermedad de mayor entidad que un leve resfriado. Faltaban todavía décadas para que una gravísima afección amenazara con la extinción de la especie. Es cierto que los periódicos, cada vez más magros, siguen en los quioscos, pero la indiferencia ante ellos es grande. No es que los españoles hayamos sido nunca muy aficionado a leer diarios, pero es que ya no interesan ni a los periodistas, y si un joven de hasta treinta años se acercara un día a comprar uno, el quiosquero pensaría con razón que quizá fuera un extraterrestre.

De manera que yo, como Umbral, podría haber escrito durante años una sección titulada Iba yo a comprar el periódico (la suya se titulaba Iba yo a comprar el pan). Con todo, nunca imaginé que iba a llegar al extremo al que llegué el otro día. Estábamos haciendo mudanza en la casa familiar de Málaga y mi hermana me preguntó si no tenía papel de periódico, que es muy práctico para envolver. Le dije que no, pero fui al quiosco de la esquina y compré dos diarios. Siempre se dijo que los periódicos acaban sirviendo para envolver el pescado, pero en este caso la novedad (extraordinaria en mi caso) es que fui a comprar los periódicos directamente para que sirvieran como papel de envolver, ajeno a lo que pudieran contar. Y colorín, colorado…

Juan Antonio Tirado, malagueño de la cosecha del 61, escribe en los periódicos desde antes de alcanzar la mayoría de edad, pero su vida profesional ha estado ligada especialmente a la radio y la televisión: primero en Radiocadena Española en Valladolid, y luego en Radio Nacional en Madrid. Desde 1998 forma parte de la plantilla de periodistas del programa de TVE “Informe Semanal”. Es autor de los libros “Lo tuyo no tiene nombre”, “Las noticias en el espejo” y “Siete caras de la Transición”. Aparte de la literatura, su afición más confesable es también una pasión: el Atlético de Madrid.