Elegía por Ramón Lobo, corresponsal de guerra
- Escrito por Rafael Fraguas
- Publicado en Opinión
La muerte del último de los corresponsales de guerra españoles, Ramón Lobo, confirma la desaparición de un género periodístico que tiñó de humanidad la más inhumana de las actividades en las que los seres humanos pueden incurrir. Detrás de los loores corporativos vertidos sobre los profesionales que han dedicado –y en ocasiones, perdido- sus vidas a este menester, se oculta el pesado fardo de un deber temible por ellos asumido: el de informar sobre el campo de batalla de aquellas situaciones en que seres humanos aniquilan a seres humanos, tarea que deja en cada corresponsal el estigma poliédrico de una dolorosa e inmensa oquedad.
Se trata de una mezcla de impotencia ante la barbarie que la guerra, toda guerra, implica, teñida por ráfagas de soledad infinita, de orfandad profunda ante la ausencia de instancias morales a las que recurrir para guarecerse y explicar lo que se contempla en los frentes sin incurrir en la obscenidad de glosar el instinto homicida que en las batallas sale a escena con toda su brutalidad. Desolación, crueldad, atrocidades, destrucción… toda una secuencia de males que en proporción creciente signan aquellas situaciones en que las mentes y los corazones de los hombres se ofuscan tanto como para abismarse y enzarzarse a tiros en una sinfonía de sangre. La misma que involucra, por sus consecuencias directas e indirectas, a miles de personas, no solo combatientes, sino también a millones de personas que habitan en la retaguardia, atrocidad ésta confirmada a partir de las dos pasadas guerras mundiales y salvajemente proseguida en la recua de guerras habidas desde entonces hasta nuestros días.
El riesgo moral siempre acechante es el de habituarse a las atrocidades bélicas, insensibilizarse ante la destrucción y devenir en partícipe inconsciente de la barbarie. El corresponsal de guerra, contrariamente a lo que se piensa, no ocupa un lugar intermedio en los conflictos que cubre. No existe tal lugar o promontorio equidistante. Necesariamente debe insertarse –empotrarse se dice- en uno de los bandos combatientes e imaginar lo que acontece en el otro extremo del frente. Debe, además, distinguirse visiblemente de los combatientes, no solo en el atuendo –si lo hace y la unidad en la que va empotrado cae en manos del adversario, será igualmente aniquilado por las tropas del otro lado- sino, sobre todo, en su actitud y en sus emociones; y ello habida cuenta de que los combates desatan una verdadero vendaval de ellas, desde la furia bestial a la euforia triunfal o el frenesí asesino. Deberá también destacar los hechos de armas relevantes y sus efectos no solo en su dimensión de poder, geopolíticos o geoestratégicos, sino señaladamente en su vertiente humana. Narrará quién hay detrás de cada guerra, por qué surgió, quién manda, qué persigue, cómo se propone conseguirlo y a cuántos seres humanos comprometen sus decisiones.
La gente de a pie suele desconocer una circunstancia singular: los corresponsales de guerra no deben llevar consigo mapa alguno puesto que si en plena histeria del combate, cuando se desata la furia homicida y los seres humanos se convierten en bestias sedientas de sangre enemiga, una mera anotación figura en su mapa, tan solo eso, puede bastar para ser acusado de espionaje y ejecutado de manera inmediata. Habrá de conservar una cautela suprema para dar testimonio objetivo y neutral de cuanto presencia, porque él es en ese momento los ojos y los oídos de miles de lectores, radioyentes o telespectadores que desean saber objetivamente qué está pasando. Su responsabilidad social es, pues, enorme. Pero cosechar testimonios válidos sobre la escena bélica resulta ser todo un reto, puesto que los que se ofrecen más a mano son los de los prisioneros, bien que toda conversación con cada uno de ellos implica poner al prisionero en trance de ser eliminado si dice la verdad o si, por miedo a sus captores, miente, intoxica necesariamente al corresponsal para salvar su propia vida. Tampoco los lugareños afectados por la guerra pueden ser informativamente fiables por la cuenta que les trae: una filtración de su identidad puede acarrearles venganzas del mando militar, generalmente histerizado por temor al espionaje o a la derrota, amenazas que incluyen la muerte.
Es sabido que para eludir el comprometer a sus fuentes, muchos corresponsales de guerra se refieren a fuentes bien informadas tras conversar con taxistas o tenderos, treta ideada o bien para sellar la imposibilidad de informarse oficialmente o bien para proteger a las fuentes básicas e impedir que su identidad resulte conocida.
Cometido cardinal y enormemente contradictorio de todo corresponsal habrá de ser, al cabo, el de humanizar algo tan abyecto como la guerra, a costa de informar de la deshumanización que siempre, siempre, implica. Tal ha sido el papel que Ramón Lobo -compañero valiente y muy querido, repleto de vitalidad, de sentido del humor y de compasión infinita por las víctimas de las contiendas- ha desplegado a lo largo de su vida en los frentes de batalla, al entender de este opinador, en su día corresponsal de guerra en el Medio Oriente y en África.
Lobo figura así con asiento propio en La Tribu, colectivo simbólico de los corresponsales de guerra, hoy a extinguir, del que en su día hablara y escribiera el inolvidable Manu Leguineche, reportero universal y paternal patriarca de un grupo de idealistas como él y como Lobo, comprometidos en la noble tarea de informar a costa de sus propias vidas. Descansa en paz, querido colega.
Rafael Fraguas
Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Negra y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.
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