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La responsabilidad juvenil con el futuro


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La formación política en España es muy deficiente. Los mayores hoy, que ayer vivieron bajo la dictadura, no tenían otra opción para formarse políticamente que la de militar en un partido o sindicato clandestino. Arriesgaban así años de prisión, expulsión del trabajo y exclusión social. Quienes así obraron, componían un núcleo muy reducido de la población, como mucho llegaba al 5%.

Los hoy adultos, en los primeros años de la democracia, combinaban su ilusión por el fin de la dictadura con la imperiosa necesidad de mantener el empleo, ya que, a diferencia de la transición política, transición realmente económica no hubo: la crisis económica golpeaba entonces a los trabajadores mediante una de sus postraciones de mayor envergadura. Aún así, lograron adquirir un poquito de formación política desde el interior de partidos y sindicatos, con muy poca experiencia de vida democrática, recién legalizados. Hoy, los más jóvenes, que podían haberse convertido en las primeras generaciones politizadas de manera natural en clave democrática y libre, no urgida por condicionantes como la obligada clandestinidad o la apremiante presión económica, muestran, muy posiblemente a su pesar, una falta de cultura política clamorosa. Las causas de la ignorancia y la indiferencia hoy observadas, que hace ahora a los jóvenes más vulnerables y proclives a ser carne de cañón del simplismo y del irracionalismo de la antipolítica fueron, entre otras, los bandazos en las leyes de Educación, más la paulatina supresión de las asignaturas culturales, sobre todo, las de Humanidades, las mismas que proporcionan criterio, conciencia social y sentido crítico capaces de transformar la realidad y mejorarla. Quienes perpetraron tal supresión, al igual que la Educación para la Ciudadanía -un mínimo básico de civismo-, fueron las fuerzas más reacias a los cambios democráticos, aquellas que consideran traición al pasado todo avance social. Fueron -y son aún- las fuerzas ancladas en un quietismo heredado y oriundo del inmovilismo más reaccionario, que ven siempre en la juventud los peligros potenciales de cambios profundos en las estructuras de poder económico, social y, precisamente, político; se trata de las mismas fuerzas a las que parece dar igual mantener a los jóvenes de las clases mayoritarias en la precariedad, la apatía y en el desdén por los asuntos públicos.

Qué duda cabe que todos los jóvenes han pensado siempre en divertirse, algo tan natural como la vitalidad y la energía que suele acompañarles. Pero, a escala señaladamente occidental, nunca hasta hoy mismo la falta de compromiso en la mejora de la vida colectiva ha sido tan clamorosa entre el estamento juvenil, incluso en los sectores más empobrecidos. La idolatría tecnológica, que succiona la mayor parte del tiempo, libre o laboral, de los jóvenes con empleo y también en los sin empleo, contribuye a la ausencia no solo de formación, sino, además, a la falta de sensibilidad política, entendida en su dimensión cívica, participativa, democrática. Cierto es que nunca ha sido tan avasallador el aparato tecnomediático desplegado en contra de la movilización de los jóvenes a favor de causas como el pacifismo, incluso contra la sensibilidad ecologista si se decide a cruzar la línea roja tras averiguar que, si bien los recursos son limitados, su distribución y reparto pueden permitir cambios en clave igualitaria hoy inexistentes. Mucha energía juvenil va a dar, generosamente, a las organizaciones no gubernamentales, pero su propia asepsia apolítica, en demasiadas ocasiones, impide materializar sus justas reivindicaciones y luchas en avances en las ecuaciones reales de poder y en su transformación en mejoras democráticas para todos. Otras luchas minoritarias, por falta de formación política o sindical, son dirigidas sin insertarlas en reivindicaciones más generales que permitirían satisfacerlas con mucha mayor y más efectiva antelación.

El principal axioma que ha de presidir la formación política de cualquier individuo, sea joven o no, es la toma de conciencia de la situación que cada uno y cada grupo ocupa en la sociedad, así como la certeza en la fuerza colectiva que reside en los grupos sociales más amplios, precisamente los más dañados por la precariedad y la falta de poder y de cultura, como la juventud, especialmente, la femenina y los colectivos marginados. La sociedad, a su pesar, sigue dividida en clases con intereses distintos y enfrentados, donde los poderosos, que son la minoría, anulan, empobrecen y dañan a los que carecen de poder, que componen la mayoría social. Y su dominio, además, lo imponen imponiendo su ideología dominadora a los sectores sociales dominados. ¡Cuántos jóvenes precarizados, con salarios de miseria si es que logran emplearse, creen y actúan como si pertenecieran a la clase ociosa!.

Por todo ello su organización en partidos, sindicatos o asociaciones, ONG,s incluidas, es clave para limitar todo aquello que se opone a su desarrollo humano, que incluye, desde luego, su desarrollo económico, social, político y cultural. La siguiente condición para adquirir formación política, esto es, fuerza política potencial, es que para realizar todo tipo de política se precisa de un ideario, de una teoría que fije los objetivos a conseguir. Esta condición exigirá la elección de las personas vinculadas al saber más capacitadas para perfilar esas teorías basadas en la experiencia de anteriores luchas, personas capaces de asumir su aplicación a la realidad con su propio ejemplo. La decisión, la opción entre alternativas distintas, es una condición básica para el funcionamiento de todo tipo de sociedad. Y decidir debe ir precedido siempre por el verbo deliberar, y la deliberación ha de ser seguida por el voto. Desde luego, estos procesos deben basarse en algo tan explicable como la democracia, la defensa de los intereses y decisiones de la mayoría, respetuosa siempre con las minorías a las cuales igualmente se ha de proteger.

A estas alturas del desarrollo de la vida, la información y de las comunicaciones, o la de la propia tecnología, no cabe en la cabeza que se admita como algo natural que siendo el trabajo un proceso colectivo de extracción de la riqueza, el grueso de su apropiación vaya a parar a manos privadas. También la formación política sirve para llegar a esta contradicción e idear, en clave democrática, métodos para acabar con algo tan flagrantemente injusto.

Los jóvenes, con su voto o con su ausencia ante las urnas, tienen la ocasión de decidir el futuro de nuestro país el 23 de julio. Si su participación hace que el 70% de la población acuda a votar, la democracia, el bienestar general estará más cerca de verse satisfecho. Si no, un futuro de incertidumbre, temor y precariedad y retrocesos económicos, sociales y políticos se instalará durante un tiempo indefinido en el horizonte.

 

Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Negra y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.