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De corta y pega


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Nuestro mundo es muy dado a etiquetar, clasificar y si es posible empaquetar a todo bicho viviente, cortando y pegando lo que dicen los todólogos de mañana a la noche en las tertulias. Son pensadores al servicio del mejor postor, que si lo situamos en el mercado y le colocamos un precio en estas fechas a las puertas del verano, de las vacaciones y de unas Elecciones Generales, nos asombraríamos de lo mucho que presumen y lo poco que valen.

En ese afán de los intelectuales de pega que presumen de saberlo todo, terminan restándole magia a lo que vivimos y experimentamos, como si el mundo entero fuera predecible y por tanto definible. Por tanto no voy a ser yo, desde esta columna de opinión, el que incurra en el error de pretender decirles lo que debe y no debe ser un intelectual.

El uso y las costumbres han considerado al erudito, como aquella persona que dedica una parte importante de su actividad vital a la observación, el estudio y la experimentación, la creación, la investigación y la reflexión crítica sobre la realidad.

Aunque vivimos en una sociedad de maquillajes y disfraces, nuestra capacidad de seducción, no sólo en nuestros gestos y palabras, sino en ese extraño encanto de invitarnos a hacer aquello que deseamos y queremos entre el queso y la miel, superando condiciones costosas e imposibles, intentando que los acontecimientos vayan por delante de las leyes, mientras los hechos suceden y los tiempos corren.

Si algo ha caracterizado a lo largo de la historia a “los entendidos” de todas las tierras habitadas han sido la duda, la lucha y el ser incómodos, frente a cualquier poder establecido, no llegando en muchas ocasiones ni a estar de acuerdo con ellos mismos.

Tal vez por eso ni ustedes que se asoman a esta ventana del pensamiento, ni yo que tengo la osadía y el atrevimiento de emborronarla con estos grafismos; que ni soy ni aspiro a ser un libre pensador; logremos entender a esos mercaderes de alquiler que defienden tal o cual credo o política, según suenen el baile de monedas o sean las prebendas para lograr un puesto en la administración pertinente.

Por mucho que nos empeñemos no se puede ocultar ni nuestro genio ni nuestra necedad, pero estos falsos doctos en nómina del señor que contrata sus servicios, con sus discursos y panfletos pretenden convertir una fantasía inverosímil en auténtica entre la ramplonería y la demagogia.

Como decía Miguel de Unamuno “cada loco es loco de su cordura”, y este que les escribe humildemente y parafraseando al gran escritor y filósofo bilbaíno diría que “cada pillín, busca su botín”. Estos malandrines al servicio del amo de turno son capaces de fabricar las mayores fullerías y bellaquerías en función de lo sustanciosa que sea la bolsa.

Buhoneros del manejo de la palabra, pretenden unificarlo todo para bien agradar a su señor, creando imágenes irreales y comprando todo lo que se venda, para que no haya opinante que tenga una visión propia que pueda hacer pensar a los demás, negando que todo es cuestionable y colocando en riesgo los símbolos y las proposiciones que suelen ser rentables para el mantenimiento del poder.

Ellos no hablan ni hacen política, que es una de las artes más nobles a la que el ser humano pueda dedicarse, ni plantean temas de la comunidad, sino que dedican todos sus esfuerzos a defender sus intereses, promocionando al bufón candidato de turno, haciendo ver que de su mano llegará todo lo bueno y que si no lo apoyamos y votamos la catástrofe es inevitable.

Todo en su verbo y en su hacer es puro simulacro, ensayos de un gran espectáculo, en el que hoy han colaborado a montar una función y mañana dirigirán otra distinta según lo que mande y pague el patrón, sin haberse parado en diagnosticar cuál es el problema y por supuesto sin ser capaces de encontrar las soluciones.

No olvidemos que ante estos personajes que envilecen la actividad que ante estos personajes que envilecen la actividad pública, hemos de aplicar lo que decía Bertolt Brecht que “cuando la verdad sea demasiado débil para defenderse, tendremos que pasar al ataque”.