Homo Deus
- Escrito por Josep Burgaya
- Publicado en Opinión
Recientemente y a partir del surgimiento del ChatGPT, se está produciendo un auténtico debate público sobre la inteligencia artificial (IA), especialmente sobre si ésta puede ser un soporte y el complemento a la inteligencia humana, o bien si de forma bastante rápida acabará por emularla y sustituirla. Muchos vemos peligros importantes y, justamente, sus principales impulsores están planteando ahora que hay que evitar que el tema se descontrole y alertan de los peligros reales. Los tecnooptimistas, en cambio, lo ven como el gran camino emancipador de una sociedad humana que le permita superar todas sus limitaciones, enfermedades y muerte incluidas, gracias a desarrollos tecnológicos que, basados en el cerebro humano, tendrán la potencia y capacidad ilimitada que les puede proporcionar la mecánica. Estaríamos así a las puertas de una nueva era en la que la sociedad viviría la auténtica y exclusiva revolución de entrar en otra dimensión gracias a una inteligencia artificial autoprogramable que, además, incorporaría algoritmos de inteligencia emocional. Elon Musk y Sam Altman crearon, en 2015, OpenAI, una empresa dotada con mil millones de dólares para el desarrollo de la IA, teóricamente sin ánimo de lucro. Es aquí donde se crea ChatGPT.
El concepto de IA no es nuevo, aunque sea ahora cuando ha saltado a la palestra del gran público. Tiene ya un recorrido de casi 50 años. Nace con los experimentos computacionales de los años setenta e intenta reproducir el funcionamiento del cerebro humano de forma mecánica y mayor potencia. La web semántica, los progresos en el aprendizaje y la comprensión tienen que ver con esa concepción. En cambio, la IA basada en el uso y tratamiento de datos es mucho más reciente. Tiene que ver con establecer sistemas de aprendizaje automático a partir de algoritmos estadísticos que establecen patrones y emulaciones del comportamiento humano. El ritmo de cambio se define como "exponencial". Se aniquila, en palabras de Éric Sadin, el tiempo humano de la comprensión y de la reflexión, “privando a los individuos y sociedades de su derecho a evaluar los fenómenos y dar testimonio (o no) de su consentimiento”. Desaparece el concepto de largo plazo.
El desarrollo de las posibilidades de la Inteligencia Artificial es el último objetivo de muchas de las innovaciones digitales de las grandes corporaciones de Silicon Valley. En este sentido, Larry Page y Serguei Brin, de Google, nunca han escondido que su pretensión va mucho más allá de desarrollar el mejor buscador de internet o de aportar enriquecimientos concretos al bienestar humano. Hay un sentido redentorista, una convicción teológica en la necesidad de desarrollar una inteligencia mecánica que acreciente y sustituya las limitaciones del raciocinio y la sentimentalidad humana. El proyecto maestro de Google consiste en superar los límites de la inteligencia humana, creando y entrenando algoritmos para que puedan pensar igual o mejor que nosotros, pero mucho más rápido. La digitalización de todo el conocimiento libresco, han confesado, no es para prestar un servicio a las personas, sino para proporcionar la información a la inteligencia artificial. Estamos frente a una ideología consistente en reconfigurar el futuro de la humanidad, un nuevo darwinismo que aspira a reorientar el curso de la evolución humana. Un planteamiento que resulta bastante aterrador.
De hecho, ya el precursor de los ordenadores, el británico Alan Turing, no pensaba éstos únicamente como máquinas, sino como un símil de niños “capaces de aprender”. Preveía que el desarrollo acelerado de la computación llevaría a las máquinas a competir con las personas en el ámbito intelectual. El director de ingeniería actual de Google, Ray Kurzweil, defiende que ya estamos en el umbral de saltos espectaculares en genética, nanotecnología y robótica. Que está cerca el momento en que podremos desnudarnos de nuestros cuerpos y cerebros humanos caducos, frágiles y poco eficientes; de lo que él llama los cuerpos biológicos 1.0. A su entender, el devenir es la fusión completa con las máquinas y que nuestra existencia se vuelva virtual, disponiendo de cerebros externos y recargables.
El editor de la revista Wired, Kevin Kelly, estima que hacia 2026 el principal producto de Google no será el motor de búsqueda, sino la IA. De hecho, Google tiene su apuesta estratégica central en la inteligencia artificial. Cada una de los 3.000 millones de búsquedas que la plataforma soporta todos los días sirven para enseñar a la IA de aprendizaje profundo. El motor del desarrollo de ésta lo forman los algoritmos que aprenden, pero el combustible son las enormes cantidades de datos que plataformas como Google pueden proporcionarles. Toda una paradoja, que la humanidad deba protegerse, a partir de ahora, de una inteligencia que ella misma ha desarrollado y que se está dotando de autonomía. Como lo define Bárbara Garson, se habría dedicado así un grado extraordinario de ingenio humano para desarrollar un ingenio artificial que derrotara al ingenio humano. Porque no está lejano el momento en que la ingeniería se desarrollará de forma automática, en la que la tecnología emancipada tomará las propias decisiones, convertida en una criatura que crecerá sola y cortará toda dependencia de las personas. Lo dicen quienes trabajan en su creación.
Josep Burgaya
Josep Burgaya es doctor en Historia Contemporánea por la UAB y profesor titular de la Universidad de Vic (Uvic-UCC), donde es decano de la Facultad de Empresa y Comunicación. En este momento imparte docencia en el grado de Periodismo. Ha participado en numerosos congresos internacionales y habitualmente realiza estancias en universidades de América Latina. Articulista de prensa, participa en tertulias de radio y televisión, conferenciante y ensayista, sus últimos libros publicados han sido El Estado de bienestar y sus detractores. A propósito de los orígenes y el cruce del modelo social europeo en tiempos de crisis (Octaedro, 2013) y La Economía del Absurdo. Cuando comprar más barato contribuye a perder el trabajo (Deusto, 2015), galardonado este último con el Premio Joan Fuster de Ensayo. También ha publicado Adiós a la soberanía política. Los Tratados de nueva generación (TTP, TTIP, CETA, TISA...) y qué significan para nosotros (Ediciones Invisibles, 2017), y La política, malgrat tot. De consumidors a ciutadans (Eumo, 2019). Acaba de publicar, Populismo y relato independentista en Cataluña. ¿Un peronismo de clases medias? (El Viejo Topo, 2020). Colabora con Economistas Frente a la Crisis y con Federalistas de Izquierda.
Blog: jburgaya.es
Twitter: @JosepBurgayaR