La política de las “buenas” medidas
- Escrito por José Félix Tezanos
- Publicado en Opinión
La evolución de nuestras sociedades ha condu- cido a que se expliciten, junto a varias grandes metas, una serie de necesidades y aspiraciones sobre asuntos sencillos a los que apenas se presta atención en algunos debates políticos.
Grandes necesidades políticas
En el último debate general celebrado en el Senado entre el Presidente del Gobierno y el líder de la oposición, Pedro Sánchez centró su primera intervención en explicar lo que en su opinión deberían ser los cinco grandes pilares de medidas e iniciativas que podrían contribuir a que los españoles pudieran vivir mejor y más felices. Medidas sobre cuestiones centrales como su trabajo y sus ingresos, sus cuidados médicos y personales (Sanidad, Seguridad Social), su vivienda (la accesibilidad a esta, sobre todo de las nuevas generaciones), la calidad de sus entornos naturales, incluyendo la urgencia de hacer frente al cambio climático y a los riesgos de la carencia de agua (con el problema de Doñana en el horizonte), y las cuestiones relativas a la cohesión territorial y el reparto justo de las oportunidades en toda nuestra geografía.
Como yo suelo seguir estos debates en directo, en el Canal de TV del Parlamento, por un momento fui tan ingenuo como para pensar que, a partir de esta introducción, íbamos a asistir a un debate de altura sobre los asuntos cruciales que a todos nos interesan y nos conciernen.
Pero mis expectativas se truncaron en pocos segundos, en cuanto el Sr. Núñez Feijóo tomó la palabra y sin más preámbulos ni cortesías se lanzó a tumba abierta por la senda de la inquina personal y las descalificaciones sistemáticas. Todo ello para concluir que su misión política era “derogar el Sanchismo”. ¿Derogar? ¿Qué entenderán algunos por “derogar”? ¿Por qué recurrió el líder de la oposición a esta expresión de claras resonancias jurídicas y afirmación de “autoridad”, e incluso autoritarismo? Hay que recordar que, según los diccionarios de la Real Academia de la Lengua y el María Moliner, “derogar” significa “anular”, “abolir”, “destruir”, “suprimir”. Algo muy poco democrático. ¿Por qué no se limitó a decir sencillamente que aspiraba a ganar en las urnas en buena lid al actual líder del PSOE, cuya autoridad y legitimidad interna en dicho partido llega incluso a cuestionar y ridiculizar?
Lo grave es que aquello parece que no fue un pronto improvisado, y que su equipo había “evaluado” lo que significaba. Algo que se puso de manifiesto en la reiterada repetición ulterior de este estribillo por otros líderes del PP, situando tan peculiar propósito “derogatorio” en el frontispicio de la propuesta electoral nuclear del PP. Es decir, para aquellos que puedan preguntarse por las aportaciones y propuestas concretas del actual núcleo dirigente del PP a la felicidad y bienestar de los españoles para los cuatro siguientes años de legislatura, la cosa está clara: su gran propósito es “derogar” el sanchismo. ¿Cómo? Esto es otro cantar.
Las micro-políticas
Aquellos que estudian las raíces del riesgo de debilitamiento de la credibilidad en la democra- cia, del agotamiento del espíritu ciudadano, del retraimiento socio-político e, incluso, de la alienación política de las conciencias, además de prestar atención a las derivas agresivas de la vida política, deben fijarse de manera central en la poca atención política -cada vez menor- que se presta no solo a las grandes cuestiones centrales de las que depende nuestra vida y nuestra felicidad futura, como las que refiere Pedro Sánchez, sino a otros asuntos cotidianos e inmediatos que nos conciernen muy directa e inmediatamente. Cuestiones que prácticamente no se mencionan en los debates y en las iniciativas políticas, pese a lo mucho que afectan a nuestra vida en el día a día. Se trata de asuntos de aparente poca enjundia y alcance y sobre los que suele existir bastante consenso ciudadano. Pero a los que se mantiene alejados del foco mediático.
¿A qué cuestiones me refiero? Creo que a bastantes que pueden ser identificadas atendiendo a cómo discurre la vida ciudadana, en lo que se refiere a múltiples comportamientos, necesidades y demandas de la gente común. Y a los balances de satisfacción/insatisfacción que todos podemos hacer en nuestras vidas.
Uno de los ejemplos más notorios de esas “pequeñas cosas cotidianas” es el cambio de horario al que se nos somete dos veces al año, dando continuidad a una pretensión fallida de supuesto “ahorro energético”, que todo el mundo sabe que no se logra por esa vía. Por lo que estamos ante un ejemplo meridiano de inutilidad social bastante perjudicial personalmente. De hecho, actualmente más de dos tercios de los españoles opinan que esta práctica de cambio constante de horarios debería abandonarse ya (vid. gráfico 1), poniendo fin a las exigencias adaptativas que se activan cada seis meses.
Si tanta gente es contraria a esta práctica social inútil, sobre todo entre los que tienen más edad, las mujeres, las personas con más estudios, más actividad social, etc., ¿por qué nadie se ha ocupado hasta ahora de poner fin a este despropósito?
La realidad es que si no se cesa en esta práctica es porque se trata de una decisión que debe ser adoptada a nivel europeo. Es decir, que depende de la propia Europa. ¿Y por qué no se cambia, entonces, a nivel europeo?
La organización de los tiempos, las prácticas y los ciclos circulatorios
Otra disfunción bastante incómoda es la que tiene que ver con los tremendos tapones circulatorios que se producen en determinados momentos, que implican que los que vivimos en entornos urbanos perdamos muchísimas horas a lo largo de nuestras vidas, Con las correspondientes dosis de estrés que llevan aparejadas.
Se trata de un asunto “sin resolver”, que le costaría mucho entender a un hipotético ser inteligente procedente de otro Planeta. ¿Tan difícil es prevenir y evitar los odiosos atascos circulatorios en los que todos nos vemos atrapados contumazmente los mismos días, a las mismas horas y en las mismas fechas?
Lo que habría que preguntarse es ¿por qué en las sociedades actuales, con los medios técnicos y de comunicación disponibles, tenemos que entrar y salir de trabajar a las mismas horas todos los días? ¿Y por qué todos tenemos que tomarnos las mismas vacaciones en las mismas fechas, año tras año? ¿Acaso no podríamos espaciar inteligentemente y con sentido práctico tales usos sociales?
De hecho, en algunos países, las vacaciones de “mitad de curso”, o como se las quiera llamar, han pasado a ser una competencia de los órganos territoriales intermedios, que lo primero que han hecho es espaciar y diferenciar territorialmente estas vacaciones, con sus correspondientes efectos circulatorios positivos.
Algo que también podría hacerse en la organización de las jornadas laborales, en la distribución de los tiempos de descanso semanal, etc., permitiendo que todo en nuestras ciudades discurriera más fluida y agradablemente. ¡Evitando, de paso, el malhumor de los conductores en los atascos, y de los viajeros en los transportes públicos retrasados y masificados!
En definitiva, habría que lograr que unos “organizadores de los tiempos sociales” contribuyeran a facilitar que nuestra vida social transcurriera más cómodamente.
Nuevas formas y tiempos de trabajo
Uno de los mayores ejemplos de la tozudez y la pereza analítica-resolutiva que cualquier observador objetivo puede identificar en las sociedades desarrolladas de nuestro tiempo es el que tiene que ver con la organización de las formas y los tiempos de traba- jo. Un asunto que ya planteó John M. Keynes en los años treinta del siglo pasado, analizándolo con una lógica cartesiana aplastante. Keynes sostenía que en el mundo en el que vivirían los nietos de las generaciones de aquel entonces -es decir, en el mundo actual- la jornada de trabajo no pasaría de las quince horas semanales, a veces solo para “satisfacer al homo faber que todos llevamos dentro” -apostillaba-, “haciendo” o “produciendo” algo que nos diera sentido y nos proporcionara satisfacciones por la tarea realizada.
Solución que Keynes y otros analistas racionales pensaron que era la única manera inteligente de organizar el trabajo y la distribución de bienes y recursos en sociedades que habrían -han- alcanzado la capacidad técnica de producir cada vez más bienes y servicios utilizando cada vez menos horas de trabajo humano aplicado. Cuestión que también analizó hace mucho tiempo Paul Lafarque, en su anticipatorio en- sayo sobre “El derecho a la pereza”, sentando las bases de una posibilidad de calcular “científicamente” los tiempos del trabajo humano socialmente necesario.
Por eso llama la atención que, mientras se llega a una estructuración inteligente, coherente y razonablemente consensuada de la organización de los tiempos de trabajo y a una distribución equilibrada de los recursos y los bienes -para evitar que nuestras sociedades se deslicen hacia el caos, la injusticia y la confrontación irracional-, los debates sobre estas cuestiones languidezcan en medio de argumentaciones cada vez más espesas y alejadas de la realidad. En tanto que algunos milmillonarios inteligentes empiezan a reclamar que les cobren más impuestos (“no es lógico ni justo que mi secretaria pague más impuestos que yo” -ha llegado a decir uno de ellos), mientras otros donan sus fortunas para crear fundaciones que abordan graves enfermedades en un orden mundial en el que nadie se ocupa de ellas.
Asunto este que no puede reputarse como “pequeño”, pero que debiera merecer un consenso general que atendiera al interés general, evitando los efectos negativos que tienen para muchos seres humanos; sobre todo entre las nuevas generaciones, a las que parece que se quiere condenar a una vida social y económica de segunda categoría. ¿A ver quién es capaz de explicar lo que está ocurriendo en un mundo como el actual, en el que contamos con tantas riquezas, conocimientos y recursos técnicos y humanos?
El embrollo de los “puentes”
Otro asunto que genera disfunciones, y que tiene soluciones lógicas y prácticas, es el de los frecuentes “puentes” que afectan continuamente a nuestra vida social y económica. Cuestión que es especialmente aguda en países como España, en el que existe una notable rigidez ancestral en la fijación de determinadas festividades; sobre todo, de naturaleza religiosa.
Por eso es frecuente que cuando determinadas festividades “caen” en martes, miércoles o jueves se organicen de facto esos disparatados “puentes” -e incluso acueductos- que acaban convirtiendo también en festivos -o al menos en “subproductivos”- los días intermedios entre fiestas.
Algunos países con sentido más práctico hace tiempo que han solucionado estas disfunciones con una solución tan sencilla como situar las fiestas importantes en lunes o en viernes, con lo cual todo el mundo sabe a qué atenerse de una manera segura, prevista y ordenada. ¿Tanto problema hay para que determinadas fechas se trasladen de un día a otro, o para que en el caso de festividades religiosas el día de descanso se traslade para todos a un lunes o a un viernes?
Mirando al futuro
El listado de estas cuestiones que he calificado como de sentido común, o de simple lógica, no se limitan a las que he referido aquí a modo de ejemplo, sin olvidarnos de la necesidad de una Administración Pública que se reclute y opere con criterios del siglo XXI. Lo que todas ellas tienen en común es que podían ser tratadas con racionalidad, buscando soluciones prácticas y una armonización de los diferentes intereses que pueden subyacer en cada una de ellas. Lo que supondría intentar sustraerlas de las rencillas y los debates bipolarizados con los que algunos intentan oscurecer y ocultar la endeblez de las posturas que sostienen.
Lo que debería llevarnos también a suscitar cuestiones como la necesidad de atenerse a criterios de veracidad, honestidad y ausencia de violencia en los medios de comunicación social, antes de que muchos de estos medios desaparezcan, o se hundan en la irrelevancia. Ocurriendo lo mismo con las redes sociales, que tienden a compartimentalizarse en torno a turbas fanatizadas e irreconciliables.
En definitiva, para hacer más amable y positiva nuestra vida en común se necesita altura de miras, inteligencia práctica y capacidad para mirar de frente al futuro. Y entenderlo. Lo que no es poco.
José Félix Tezanos
José Félix Tezanos Tortajada es un político, sociólogo, escritor y profesor español, presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas.