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Chiclé


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Hace mucho tiempo que el motor político del Partido Popular tiene un problema con el chiclé. Los chiclés son las piezas que ajustan la riqueza de la mezcla de combustible y aire en el carburador, para que el motor lo obtenga de manera justa. En definitiva, lo que en declaraciones políticas consiste en airear controladamente discursos incendiarios. Un fallo en el chiclé de la maquinaria PP casi quema el motor. Incendios provocados que en otros contextos darían lugar a hectáreas de bosque quemadas y que en lo electoral produce una quema de la razón democrática impune.

Ha sido el caso de ETA y la ilegalización de partidos. Estaba el comité de campaña de los populares ocupado en ajustar el regulador para electrizar los electorados en España y sus contornos, cuando llegó Ayuso con su motor de combustión interna soltando tal humareda que, salvo en Madrid donde la contaminación “is free”, estaba asfixiando a los paisanos de provincias. Lo que a los madrileños alimenta a otros envenena y, si algo se preguntaba, solo decir que es lo propio de la dieta de proteína animal “Vox-Tox” que deglute Ayuso para muscular.

Dieron cambio al titular en los “abecés”. Empezó afirmando que ETA adulteraba las elecciones en el País Vasco dado que 180.000 ciudadanos se marcharon por culpa de ella. Le tuvieron que dar una segunda pensada y por ahora queda más sutil: la diáspora vasca. La línea argumental era claramente “Vox-Tox”. El Partido Popular o Vox tienen poco recorrido electoral en el País Vasco por culpa de ETA. Por eso la adulteración. Les va por poco que en Cataluña el independentismo les copie (que rabia les da) la jugada. En Cataluña el independentismo no triunfa por culpa de los “charnegos”. Dado que el hambre y la pobreza les obligó a escapar de Andalucía y Castilla La Mancha, es “obvio” que la pobreza adultera las elecciones en Cataluña. No basta con estar para ser, se es incluso cuando no se está, como también se está sin ser.

Todo lleva un aroma de Trump y las adulteraciones electorales. Ahora, en refuerzo aparecen los escándalos de compra de votos. Samuelson estaría feliz. Siempre consideró que un voto equivalía a la compra de una opción política o una promesa, así que la versión reversible de comprar votos por parte de las opciones políticas le parecería un justo intercambio. En todo esto hay un lado positivo si se quiere ver.

Las personas se abstienen pensando que su voto no vale nada o para nada. Ponerle precio, como sucede con los patrimonios intangibles formados por parques, cultura, tradiciones o paisajes, es evidenciar su valor. Y vayamos con un ejemplo. El censo electoral cerrado a 1 de abril de 2023 era de 35.002.219 votantes. Al parecer el voto se cotiza entre 50 y 200 euros, IVA aparte, lo que en su cotización menor significa que la riqueza electoral de los votos en las elecciones municipales es de 1.750.110.950 millones de euros o de 7.000.443.800 millones de euros en su mejor cotización. En definitiva, cada ciudadano y ciudadana con derecho a voto debería saber que lleva 200 euros en papeletas electorales en el bolsillo y que, si bien no debe venderlo, es siempre interesante gastarlo en las urnas. Al fin y al cabo, ya tiene constancia de que su voto “vale”. No solo en valor simbólico democrático para comprar las ofertas de los partidos. Es que vale 200 euros que si no los gastas se pierden…

Catedrático de Sociología Matemática.