Samir, el secreto entre las sombras - Capítulo VIII
- Escrito por Rosa Amor del Olmo
Tánger 1950 y Nabila
— ¿Puedo saber quién es usted? -había preguntado Samir Bouhachi recién llegado a Tánger y mientras esperaba no se sabía el qué en el Café Central.
— Soy Nabila. Había respondido la joven mirando al recién llegado.
Aquella mujer, era, hablando más llanamente, todo lo que en ella revelaba el contento de su propia suerte, la serenidad y temple del ánimo.
Nabila era por así decirlo “historiadora por herencia”, su padre y su abuelo eran profesores y traductores. Habían participado en la terrible y sangrienta guerra del Rif, tenía en su casa Riad gran cantidad de documentos, muchos de ellos, secretos. Una de las mejores estancias de su casa era la enorme biblioteca que Jadiya limpiaba casi a diario con la obsesión de la señorita de tenerlo todo perfecto.
Cuando Nabila encontró en el café a Samir, lo llevó a su Riad unos metros más abajo, en pleno Zoco. A medida que caminaba por las laberínticas callejuelas de la medina de Tánger, el sonido del tráfico y los vendedores ambulantes comenzaba a desvanecerse. De repente, llegó a una puerta como de palacio. Una placa que decía “Riad” y una leyenda "التَّكْرِير يُعَلِّم الحِمار" que de momento Samir no supo descrifrar.
— ¿Qué significa? -preguntó Samir.
— Mirándole de refilón Nabila respondió: significa algo así como “la constancia, enseña al burro”.
Por primera vez en mucho tiempo Samir, soltó una carcajada.
— ¡Ah! ¿Qué tiene de gracioso señor…Bouhachi? -afirmó Nabila con seriedad.
— Pues, pues tiene de gracioso que me imagino una fila de burros queriendo entrar en esta casa que no sé lo que es y usted impidiéndolo.
— Esta es mi casa, señor Bouhachi, es un Riad.
Como nuestro profano amigo no sabía lo que era aquello, pronto lo descubrió. Se detuvo frente a la puerta y entró en aquel oasis lleno de tranquilidad en el medio de la ciudad caótica.
En el centro de la casa había un patio rectangular, rodeado de columnas y arcos decorados con azulejos de cerámica y estuco tallado. El suelo estaba revestido con azulejos de color turquesa y blanco formando patrones geométricos complejos.
En el medio del patio, una fuente de agua burbujeaba suavemente y la luz del sol se filtraba a través de una claraboya en el techo.
Desde el patio, se podía ver varias puertas y ventanas que conducían a las habitaciones del Riad. Jadiya al momento le sirvió unos pequeños platitos con olivas negras, variantes y otros pequeños pastelillos marroquíes. Recién habían terminado el Ramadán. Le ofreció un zumo de naranja. Samir dijo con voz muy concentrada y un poco ridícula -todo hay que decirlo- en árabe:
— شكرا جزيلا خديجة ، ذراعي اليمنى لا تعمل بشكل جيد بالنسبة لي, Muchas gracias, señorita…Jadiya, soy zurdo, no me funciona el brazo derecho.
— ¡Puede hablar español, señor Samir! -dijo Nabila con una voz entre risas. ¡Que educado es usted!
Todo lo que veían sus ojos estaba decorado con una paleta de colores brillantes, y amueblado con una mezcla de piezas antiguas y modernas. Las paredes cubiertas con estuco tallado y mosaicos, y los techos muy altos y abovedados. Sin duda le pareció el paraíso.
— Jadiya, acompañe al señor a su habitación. -ordenó Nabila.
En el segundo piso había alguna que otra habitación más, todo era una biblioteca y muebles de anticuario, siguió tras Jadiya hasta su alcoba. Tenía una cama muy grande y cómoda, con una colcha de seda y cojines de terciopelo. Una mosquitera cubría aquel reducto de descanso, con la ventana abierta de par en par, todo bien ventilado, con vistas al mar, preciosísimo, limpio. Samir, estaba encantado. Hacia años que no se sentía así, solo dormía sobre jergones. Pensó que ya se podía morir tranquilamente. El baño estaba alicatado con mosaicos, cuadros de estilo, bañera de piedra y una ducha separada. Desde la ventana, se podía ver la terraza de la azotea, donde las flores y las plantas se mezclaban con vistas panorámicas de la ciudad.
— ¡Le esperamos para la cena, señor Bohuachi! -repitió Nabila y añadió:
“Sé perfectamente como se siente, piensa que ya puede morirse, ¿no es así? No piense eso, ofende a Allah. Tiene que descansar unos días y luego ya veremos. De momento, aquí está protegido, puede estar tranquilo. Nada le va a pasar.
Mientras Nabila bajaba al comedor, sobre uno de los muebles aparadores había una cantidad enorme de fotos de periódicos, miles de fotos, recortes. Cogió uno al azar y leyó:
8-9 de agosto de 1921
Masacre de Monte Arruit
Tras pactar la entrega de la plaza, sitiada, sometida a un constante fuego de artillería y agotadas sus provisiones, la guarnición española de Monte Arruit es masacrada por los rifeños. Sobre los restos del campamento quedan miles de cadáveres, que permanecen insepultos durante meses.
Dos mil quinientos hombres (la quinta parte de ellos mutilados o enfermos) que quedaban con vida de la cercada columna Navarro, rindieron sus armas y fueron aniquilados.
Tan solo 69 hombres salvaron la vida de los 3.017 que había cuando se inició el asedio.
Era un recorte original. Lo dejó y cogió otro cuaderno que parecía reservado para algo y que se titulaba: Expediente Picasso leyendo lo siguiente:
Se cumplen años de lo que la historiografía ha llamado “desastre de Annual”, una expresión que apareció en la prensa española ya en agosto de 1921, pocos días después de los sucesos cuyo centenario ahora se conmemora y que supusieron la total destrucción de las tropas de la Comandancia Militar de Melilla durante la operación dirigida hacia la bahía de Alhucemas, punto vital para establecer contacto entre las zonas oriental y occidental del Protectorado español de Marruecos.
La fatal combinación entre las decisiones estratégicas de los mandos, la situación de las tropas y otros factores desembocó en un desastre de enormes proporciones, frente a la rebelión del caudillo rifeño Abdelkarim, que se hizo con el control del Rif y asedió Melilla, poniéndola en peligro.
Miles de soldados muertos (*), cientos de heridos y más de quinientos cautivos fue el trágico balance de la campaña.
Los sucesos desencadenaron en la Península una ola de indignación contra la guerra, en la que la movilización de reservistas ya había provocado importantes protestas, condicionó el devenir político del siglo XX español, pues terminó de deteriorar el régimen de la Restauración y propició el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera.
(*) La cifra de muertos no ha sido posible calcularla. El Expediente Picasso habla de 13.000, pero su trabajo se basa en estadillos hechos a posteriori. El cálculo más ajustado da como cifra máxima 7.915. Fue realizado por el coronel de Artillería Fernando Caballero Poveda y publicado en la Revista Ejército nº 522 en julio de 1983, bajo el título “Marruecos. La campaña de 1921. Cifras reales”, págs. 81-94
— ¿Le interesa la guerra del Rif, señor Samir?
— Bueno, disculpe, siempre he sabido algo, pero no tanto, -contestó Samir.
— No se preocupe, no le considero un intruso, si no hubiera querido que lo leyera, lo habría guardado bien ¿no cree? Respondió con cálida voz Nabila. Soy una estudiosa de esa época, porque mi padre y mi abuelo participaron…bueno, hicieron muchas cosas muy interesantes. Sepa usted que el gobierno español, fue muy terrible con su ejército y yo tengo pruebas, muchas pruebas confidenciales. Algún día haré justicia con la sangre que desde sus tumbas me llaman.
— Ahora vamos a cenar, usted está agotado y tiene que descansar.
Nabila se levantaba temprano todas las mañanas para rezar la oración del alba. Después de completar sus oraciones, se dirigía a la cocina para preparar el desayuno con Jadiya para su familia. Ahora su familia no estaba. Como es costumbre en aquel hogar, preparaba té de hierbabuena, olivas y tostadas con mermelada de naranja.
Nabila, era una musulmana practicante y, como tal, dedicaba una parte importante de su día a la práctica de su fe. Rezaba cinco veces al día, leía el Corán y asistía a clases en la mezquita local, para mejorar su conocimiento sobre la religión. Era la única mujer, pero todos allí la respetaban por ser hija de quién era hija.
A pesar de que la vida de Nabila, se centrara en su hogar y su familia, eso era solo una apariencia. También se preocupaba por su comunidad, dedicando tiempo a trabajar en proyectos de caridad y ayuda social, en especial para mujeres sin recursos. Siempre pensó que era su responsabilidad como musulmana ayudar a los necesitados y hacer una diferencia positiva en el mundo.
La vida de Nabila, estaba llena de amor, fe y servicio. Su familia y su religión eran los pilares de su existencia, y su devoción a ellos la guiaba en todo su quehacer. Para Nabila, su vida cotidiana no era solo una rutina, sino una expresión de su amor y gratitud hacia Allah, Dios y hacia aquellos que la rodean. Podría ser una de las mujeres más inteligentes de Marruecos en aquellos años. Samir supo verlo.
Samir durmió como en su vida durante tres noches y al tercer día se levantó. Parecía otro. Jadiya avisó a Nabila que pronta salió de su despacho a recibirle. La fuerte impresión que causó la joven musulmana en Samir, era algo lógico si se piensa en la dura y triste vida que había tenido nuestro joven protagonista. Pero es que era lógico igualmente porque Nabila era muy especial, inteligente y con relaciones en el gobierno marroquí.
Las conversaciones de aquellos días fluían con normalidad, lo que daba a Samir una sensación de armonía y sosiego en la vida necesarias para él y recomendable para cualquiera. Habían pasado tres semanas, el tiempo necesario para crear un hábito y Samir ya se había habituado a ver cada mañana a Nabila. A veces se le hacía eterno el tiempo que ella dedicaba al Colegio Español donde impartía clases. Dos lugares había esenciales para Nabila el colegio Ramón y Cajal fundado en 1935 y el instituto Severo Ochoa inaugurado recientemente en 1949. Había muchos españoles profesores, unos mejores que otros, todo hay que decirlo. Samir le preguntó a su anfitriona:
— ¿Cree que podría impartir clases en esas instituciones?
— Nabila se quedó pensando: no lo sé señor Samir, ¿porqué no? Aunque usted por encima de todo es un escritor. (se quedó pensativa) ¡Mañana preguntamos a mi tío!
— Sonriendo Samir respondió: ¿Y qué tiene que ver su tío señorita Nabila?
— Bueno es el director y es agregado a la Embajada de España. -respondió Nabila con una gran luz en sus ojos.
El tío de Nabila, fue quien había proporcionado la falsa identidad a Samir, aunque él no lo sabía.
Parecería que Alim Asad, era un tipo poco común, de estos que más se ven en el artificioso mundo de la novela y el teatro, que en la escena de la vida, donde estamos todos formando este gran grupo social, que hoy nos parece una vulgaridad insigne, y quizá lo es. No había un solo tangerino que no conociera en los cafés las historias de Alim, especialmente cuando decía que seguía teniendo la llave de su casa de Granada. Esto siempre asombraba a los oyentes y eran pocos los que le creían, pero lo cierto es que así era.
Alim Asad, al ser presentado en la singular escena que estamos relatando, en medio de tantas rarísimas acciones, con sus trastos de la Edad Media y sus ribetes en la ropa de brujo o buscador de la piedra filosofal, parecía un personaje enteramente ajeno a la sociedad. Una creación ideológica, sin ningún sentido ni aplicación, más bien que retrato fiel de cualquier prójimo. Estas creencias se desvanecerán cuando se sepa que Alim Asad, era hombre de aspecto tan poco romántico, tan del día y de por acá y de por allá, que nadie fijaría en él la atención a no ser renombrado por sus nunca vistas manías y ridiculeces, y por su disparatada conversación.
Era un viejo mal conservado, flaco y como enfermizo, más bien pequeño que alto, con uno de esos rostros insignificantes que no se diferencian del del vecino, si una observación formal no se fija en él con particular interés. Sólo cuando hablaba se veían en su rostro los rasgos de una vivacidad nada común y una inteligencia también superior. Sus ojuelos pequeños y hundidos tenían entonces mucho brillo, y la boca dotada de la movilidad más grande que hemos conocido, empleaba un sistema de signos más variados y expresivos que la misma palabra.
Tieso como un ciprés, no sabemos por qué causa, Samir cuando le saludó vio que la mano izquierda de Alim Asad no era del todo expedita; se dio cuenta de eso al saludarle con su mano izquierda, como siempre lo hacía debido a su neuralgia incapacitante en la derecha. Tenía muy bronca y aternerada la voz, y al andar marchaba tan derecho en su camino, tan fijo y abstraído, que iba dando tropezones, con todo el mundo. Parecía tener una tenaz idea clavada en la mente, idea que no le daba respiro, impidiéndole dirigir la atención a cualquier otro punto; y en su marcha se le veía agitarse, mudar de color, gesticular, alterando todos los músculos de su cara como el que sostiene una conversación acalorada con interlocutores invisibles. El hablar consigo mismo era en él más que hábito, una función en perenne ejercicio; su vida, un monólogo sin fin.
El vestido no llamaba la atención aquí donde hay un museo de ridiculeces en perpetua exhibición por esas calles. Si fue su levita objeto de curiosidad, a causa de la exorbitante altura de la solapa, charolada por la grasa y el roce de quince años, no hallamos en ninguno de los cronistas que han tratado de este hombre extraordinario, datos que induzcan a creer que el público se fijara en la holgura de su chaleco, donde cabían cuatro doctores, ni en la nunca vista forma de su corbata, que a veces, por una particularidad frecuente en muchos sabios y en todos los que hablan solos, se le rodaba, poniéndose el lazo en el cogote.
Era en sus costumbres de una sencillez y una pureza ejemplares: comía poco, bebía menos, y dormía, en las pocas horas que le dejaba libres la fantasía, con bastante desasosiego, y soñando siempre tanto como cuando estaba despierto. La mayor parte del tiempo la dedicaba al estudio, del cual, al decir de muchos, no sacó jamás ningún provecho, sino que por el contrario, se lo enredara más la madeja de desatinos que en la cabeza tenía. Era un sabio real y un hombre de una religiosidad exacerbada.
Parecía, en resumen, uno de esos eremitas de la ciencia, que se aniquilan víctimas de su celo, y se espiritualizan, perdiendo poco a poco hasta la vulgar corteza de hombres corrientes, y haciéndose unos seres espirituales andantes que sirven para pocas cosas útiles, y entre ellas para hacer reír a los desocupados. Su hábito, su temperamento, su personalidad era la narración. Cuando contaba algo, era él, era Alim Asad, en su genuina forma y exacta expresión. Sus narraciones eran por lo general parecidas a las sobrenaturales y fabulosas empresas de la caballería andante, si bien teniendo por principal fundamento sucesos de la vida actual, que él elevaba a lo maravilloso con el vuelo de su fantasía.
— ¡Así que es usted Samir, un musulmán de pro! Dijo mirando a Samir con ojos penetrantes y sabiendo que de musulmán Samir solo tenía el nombre.
— No señor, -dijo Samir- bueno…si, si lo soy…(quedó mirando al infinito)
— Ya sabe que mi sobrina Nabila, es por así decirlo el notario de Marruecos.
— ¡Bueno, algo sabía!
— No se preocupe usted, señor Samir, no tiene porqué saber nada, pero ya lo sabrá. Sé que viene de sefardíes de Amsterdam, que sabe cinco lenguas, que es escritor, farmacéutico, guerrillero…¡mucho, mucho!.
La frase ¡mucho, mucho! Era muy corriente en Amil Asad. Nabila estaba entre los dos, sin embargo, era su tío quien servía el té.
— No se preocupe Samir, -dijo el tío de Nabila, tengo unos encargos muy importantes para usted como escritor. ¡Ah, por cierto, aquí le traigo esta carta con membrete de Israel y un mensaje en código morse:
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Mañana a las cinco de la tarde nos vemos en la playa.
Mossad