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Y la montaña parió un ratón


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Con gran solemnidad, el presidente del Partido Popular, el señor Nuñez Feijóo, ha presentado ante los medios lo que él llama su “Plan de Calidad Institucional”, 60 medidas que pide acordar con el PSOE y que, en caso de no lograrlo, llevaría a cabo en los primeros 100 días de su gobierno, convencido como está —y como se afirma en el propio preámbulo del documento— de que los españoles le darán su apoyo electoral en las próximas generales.

Lo primero que me ha contrariado —diría, más propiamente, ofendido— es que utilizara el Oratorio de San Felipe Neri para hacer su anuncio. Ignoro los criterios que tiene el Obispado de Cádiz para ceder este espacio (si bien, en 2015, aquel afirmó que solo se utilizaría para fines religiosos), pero, para los españoles, este lugar simboliza la Constitución de 1812, por haber sido la sede de las Cortes de Cádiz durante la invasión napoleónica y el lugar donde los diputados se reunían a discutir su texto mientras las bombas francesas estallaban a pocos centenares de metros. Utilizar este símbolo para un acto partidista es muy ofensivo, porque su obvia intención es tratar de contagiar a su liliputiense anuncio de una parte de la importancia histórica que tuvo la primera constitución liberal española. Es decir, tratar de poner a la misma altura su partidista discurso de regeneración con la constitución que pretendía poner fin a las autocracias medievales. Me ofendería igual que cualquier otro partido hubiera utilizado ese espacio para su campaña. Pero ya estamos acostumbrados a que el PP se apropie de los símbolos que son de todos —la bandera y el himno— para orquestar sus campañas y manifestaciones partidistas.

Lo segundo que me ha indignado es la banalidad del documento y el nivel de cinismo que destila. Sus treinta páginas son un compendio de lugares comunes, amén de un resumen de sus conocidas propuestas para renovar las instituciones y de un reguero de ataques al gobierno actual. Es decir, simple propaganda electoral, por lo que resulta hipócrita expresar el deseo de pactarlo con el PSOE. Vayamos al detalle.

Ya desde el preámbulo se deslizan los primeros ataques: “España vive una honda crisis institucional”, “los españoles soportamos desde hace años un asedio continuado a las instituciones que nos dimos en la Constitución de 1978”, “se añade en la presente legislatura la expansión desordenada e insaciable del poder ejecutivo”, “hacemos un llamamiento al resto de fuerzas políticas y al conjunto de la sociedad civil a defender un verdadero programa de regeneración”. Pero lo más cínico es que, un partido que lleva cuatro años manteniendo de forma espuria e inconstitucional una mayoría conservadora en el Consejo General de Poder Judicial (CGPJ), afirme sin rubor que “una democracia naufraga cuando quienes tienen el deber moral y legal de proteger las instituciones comunes abusan de ellas en beneficio particular”. Como diría el humorista José Mota: “usted también se ha dado cuenta, señor Feijóo”.

Entrando en las medidas propuestas, la mayoría son un ejercicio de wishful thinking —buenos deseos— acerca de cómo mejorar el funcionamiento de las Cortes, del Gobierno y su transparencia, de la Administración del Estado, de los organismos supervisores, de la Fiscalía, del Consejo de Estado y de otros organismos públicos. También aquí el grado de cinismo es elevado, porque la mayoría de las propuestas —referidas, por ejemplo, al abuso de los decretos leyes, o al nombramiento del Fiscal General o del presidente del CNI y del CIS— contradicen su propio ejercicio del poder cuando han gobernado. No niego que no fuera positivo mejorar algunos de estos aspectos, pero, desde luego, las propuestas suenan a falsas cuando vienen de quien ha incumplido sistemáticamente lo mismo que está proponiendo.

También resulta cínica la afirmación de que “debe detenerse el creciente desprestigio de la institución del Tribunal Constitucional”, por parte precisamente de quien lo ha instrumentalizado para dificultar la renovación que establece la Constitución, y que llevaba un retraso de seis meses, obstrucción propiciada, a su vez, por el bloqueo del CGPJ que sigue practicando su partido.

En cuanto a la renovación de este último órgano, el documento reitera la propuesta de que “los jueces elijan a los jueces” que ya ha sido abundantemente contra argumentada por la mayoría de las fuerzas políticas. También se reitera la falsedad de que es la Unión Europea quien supuestamente nos obliga a cambiar el método de elección. El órgano de gobierno de los jueces —que no es identificable con el poder judicial que ejerce cada juez en su ámbito decisión— no puede ser ajeno a la soberanía nacional. Sería algo equivalente a pedir que los médicos elijan al director del hospital, los policías al ministro del Interior o los militares al de Defensa. Incluso, que los profesores y alumnos elijan al Rector, como pasa en España, es algo debatible y debatido porque la Universidad pública pertenece al Estado y no a sus miembros. De hecho, en otros países y con ciertas cautelas para preservar la profesionalidad, el Rector lo nombra la autoridad política.

La única propuesta de cierto calado es la que pide un pacto y una reforma legal en algunas leyes electorales para que forme gobierno automáticamente la lista más votada. Esta es una “propuesta Guadiana” que el PP hace cada vez que presume que la lista más votada va a ser la suya, pero que incumple siempre que le resulta más conveniente lo contrario, lo que ellos llaman un “pacto de perdedores”. Si cumpliera su oferta, el PP no gobernaría ni en la comunidad de Madrid, Murcia o Castilla y León, ni en los ayuntamientos de Madrid, Zaragoza y otros muchos lugares. La propuesta ha sido además desautorizada por sus propios barones territoriales.

Pero, en mi opinión, lleva detrás bastante inteligencia —la inteligencia que atribuimos al zorro, es decir, la astucia—. Por un lado, el PP se cubre las espaldas frente a presumibles pactos poselectorales con Vox. Siempre podrá decir: “yo propuse otra cosa, pero el PSOE no lo aceptó”. Por otro, cumple el papel de un señuelo —como esas contramedidas que arrojan algunos aviones cuando les persigue un misil—, que pretende desviar la atención del debate sobre el aborto suscitado por Vox, su socio de gobierno en Castilla y León, que ya le estaba resultando bastante incómodo.

En definitiva, podríamos decir, como en la fábula de Esopo, que “la montaña parió un ratón” o que estamos ante “el parto de los montes”. Tanta pompa y boato, tanta impostura sobre la necesidad de una profunda regeneración, tanto cinismo que les impide verse retratados en sus propias críticas, para finalmente alumbrar una banalidad.

Su Plan de Calidad Institucional debe ser entendido, pues, como un simple episodio más de la interminable campaña electoral que nos espera.

Catedrático de Lenguajes y Sistemas Informáticos y profesor de Ingeniería Informática de la Universidad Complutense. Fue diputado por el PSOE en la legislatura X de la Asamblea de Madrid.