Políticos y apolíticos
- Escrito por José Félix Tezanos
- Publicado en Opinión
Uno de los recuerdos de mi infancia me sitúa escuchando por la radio uno de los discursos de Franco. Aunque en este aspecto mis recuerdos son vagos, parece que el régimen de Franco había sido objeto “de críticas” -decían ellos- en esferas internacionales, por lo que el gobierno había convocado una manifestación patriótica en la Plaza de Oriente, en la que el dictador afirmó solemnemente: “Esos que nos critican son unos... (pausa) políticoooooos”, concluía subiendo el volumen de su voz. Palabras que eran seguidas por lo que en las ondas de la radio parecía una mezcla de rugido y ovación abrumadora.
Y yo, con mi mentalidad de un niño de pocos años y con desconocimiento de las realidades políticas, me preguntaba ingenuamente ¿cómo es posible que nuestro gobernante “político” –de manera absoluta– criticara –a no recuerdo quiénes– tachándoles de “políticos”. Y, sobre todo, me preguntaba: ¿cómo era posible que los que estaban escuchándole entendieran tal expresión –la de “políticos”– como algo que descalificaba per se a tales personas-
Posiblemente aquel episodio debí verlo repetido en un noticiario del NO-DO, acompañado de imá- genes entusiastas de los franquistas concentrados en la Plaza de Oriente para ovacionar al dictador. Plausiblemente aquel “refuerzo” del NO-DO permitió que tal recuerdo infantil quedara grabado en mi memoria.
¿Eran políticos los franquistas?
Años después, según fue despertando mi conciencia social y política me encontré con la misma forma de entender lo que es y no es política -y ser o no ser político- como argumento recurrente de los franquistas. Incluso tuve la oportunidad de escuchar en directo a un ex ministro de Franco contando a un grupo reducido cómo se desenvolvió la despedida con la que el dictador distinguió -cosa que no era José Félix Tezanos Director de TEMAS frecuente- a esta persona a la que Franco no podía dejar de reconocer su honestidad y altura de miras. Lo más llamativo de aquella despedida fue, posiblemente, que el dictador se levantó de la mesa en la que despachaba con sus ministros y colaboradores, y después de acompañar al visitante hasta la puerta le estrechó la mano, al tiempo que le decía: “Haga Ud. como yo D. ... y no se meta en política”.
Al escuchar aquella anécdota, estando ya cursando estudios en la Universidad, inmediatamente me vino el recuerdo de mi perplejidad infantil sobre lo que podía entenderse como política o no política. Aunque en aquella ocasión parecía que Franco se refería a los conflictos y discrepancias que se habían dado entre distintas familias que apoyaban al régimen (“azules” y “católicos”), después de unos incidentes universitarios, que dieron lugar al cese de varios ministros que habían sido connotados en aquellas confrontaciones, con sus diferentes proyecciones y futuribles que se empezaban a anticipar.
Estos hechos y anécdotas nos ilustran sobre las concepciones del pensamiento autocrático que sitúan en planos distintos a los que desempeñan el poder por razones innatas y “dignas” -según ellos-; y los que lo hacen por motivaciones espurias, impropias y/o poco confesables; a los que motan despectivamente como “políticos”, como una manera de hacer explícitas intenciones “malvadas”, no sustentadas en un supuesto “altruismo del interés general”, sino por intereses conectados a “una parte” de la sociedad. Como si eso fuera repudiable.
Se trata, pues, de una falacia argumental que, en las sociedades de nuestro tiempo ya no defienden ni los trumpistas más disparatados.
Residuos ideológicos de culturas predemocráticas
Aunque la dialéctica argumental sobre la diacronía entre políticos y no políticos, e incluso antipolíticos, sea cosa del pasado, lo cierto es que, aún en nuestros días, esta forma de entender las realidades sociopolíticas tiende a reaparecer y a ser agitada agresivamente. Y no solo por parte de líderes y formaciones elitistas y predemocráticas, como las que sostienen -en la teoría o en la práctica- que el ejercicio de las funciones de gobierno solo debe corresponder a una élite de poder, autoestablecida por razones de índole natural, hereditaria o divina.
En nuestro tiempo, la retórica “políticos-apolíticos” está penetrando por dos vías, cada una tan peligrosa y disparatada como la otra. Una de estas vías - la que encierra peligros políticos más erosivos- es la que parte de una visión negativa de lo que ocurre en la vida política, y que se extiende a todos los que desempeñan funciones de representación, a los que se mota con dicha expresión peyorativizada de “los políticos”. Así, determinados periódicos y medios de comunicación social hablan de los “políticos” con un sentido genérico de carácter negativo: “Esto son cosas de políticos” -se suele escuchar. O “los políticos se pasan el día peleándose y descalificándose entre sí, y no se ocupan de los problemas de los demás” -se argumenta con recurrencia. “Los políticos solo se ocupan de sus cosas y no de las de los demás”, “Ya se sabe cómo son los políticos”, etc. Es decir, por esta vía genérica en nuestras sociedades -y en nuestras conversaciones cotidianas- está penetrando la carcoma de la antipolítica, que conduce inevitablemente a la autocracia y al cuestionamiento de la democracia.
Impregnaciones sociales antipolíticas
El hecho de que importantes núcleos de poder y medios de comunicación social muy concretos alienten tales visiones nos ilustra sobre qué es lo que pretenden algunas intoxicaciones del lenguaje. Aunque algunos minimizan y relativizan tales dinámicas, lo cierto es que dichas evoluciones de los lenguajes, y de las argumentaciones, están impregnando las estructuras de comunicación social de nuestro tiempo. Incluidas las redes.
Los que pretenden que determinadas instituciones y responsabilidades del Estado sean desempeñadas por personas pretendidamente “apolíticas”, o no han entendido, ni quieren entender, lo que es realmente la política y el sentido de la democracia, o quieren engañarnos sobre el verdadero trasfondo antidemocrático de sus pretensiones impugnadoras en la teoría y en la práctica del sentido de nuestra actual Constitución.
Una segunda vía de penetración de la cultura de la antipolítica tiene lugar de la mano de ciertos líderes y partidos políticos de la derecha tradicional, a través de sus discursos, no solo los de las nuevas extremas derechas, sino también los de otras formaciones que, habiendo quedado ayunas de enfoques y argumentarios más sólidos, tienden a recurrir a los razonamientos más simplistas que circulan por las redes sociales. La situación que se está dando en España constituye un buen ejemplo de cómo ciertos sectores de la derecha están evolucionando y apartándose de los compromisos con la democracia y el consenso social que los españoles tuvimos la inteligencia de plasmar en la Constitución de 1978, dotándonos de un marco constitucional que nos permitió alejarnos de los fantasmas y peligros colisivos del pasado.
De esta manera, tal simplificación argumentativa, unida a otras variables personales y de contexto, está llevando a que el PP haya acabado cuestionándose la propia pertinencia de que aquellos a los que ellos califican de “políticos” ocupen puestos y representaciones en la estructura del Estado. Por esta vía no se sabe si lo que algunos piensan realmente es que la actividad “política” debe ser desempeñada únicamente por personajes “apolíticos”, de acuerdo con la jerga y el pensamiento de los autócratas más conspicuos, o bien lo que ocurre es simplemente que con tales artificios argumentales lo único que pretenden es ganar tiempo y así poder copar determinados puestos de representación por otras vías que no sean las de la lógica de las mayorías/minorías electorales.
Como es propio de las sociedades que abandonaron inequívocamente la lógica de eliminar cabezas -o de “cortar las cabezas”, como decía Barnes- y solo consideran legítimo “contar” cabezas, en la perspectiva correspondiente de unas elecciones democráticas, libres y transparentes.
¿Quiénes son “apolíticos?
Como en mi viejo recuerdo infantil, cuando hace unos días seguía un debate en el Parlamento español, a través del Canal de las Cortes, me vi sorprendido por la intervención de un destacado representante de la derecha española, que después de mencionar once instituciones significativas del sistema político española acusaba (sí, acusaba) duramente al actual Presidente del Gobierno español de haber puesto al frente de esas once instituciones ¡a once políticos! ¿Qué querría ese portavoz? ¿Qué hubiera puesto al frente de esas once instituciones a once marcianos? ¿O a once monjes motilones? ¿O quizás a once militantes o simpatizantes del PP? Ese es sin duda, el problema, por mucho que se intente adornar de confusas simplificaciones predemocráticas.
Hasta las mentes más sencillas y menos formadas pueden entender que al frente de instituciones que son políticas -inexcusablemente- se ponga a personas que también sean “políticas”. ¿O es que a estas alturas de la evolución humana e intelectual alguien puede pensar que hay personas realmente “apolíticas”? ¿Apolíticas de qué y para qué? ¿Apolíticas o sencillamente cercanas al PP? Sinceramente, en ocasiones no sé si algunos argumentan en serio –y meditadamente–, o simplemente si no piensan lo que dicen.
En el caso de uno de los poderes básicos de cualquier Estado Democrático –el poder judicial– determinados parlamentarios y líderes de la derecha española sostienen que solo deben estar en los órganos judiciales de carácter político constitucional “personas apolíticas”, y que en dichos órganos no debe estar nadie que tenga ni haya tenido el carnet de un partido político u organización política –que no sea del PP. ¿Tampoco de las asociaciones judiciales?– . Ni nadie que haya ocupado algún puesto de representación en la Administración Pública bajo gobiernos diferentes a los suyos. Como si eso fuera un estigma o un hecho reprobable, sancionado por las leyes o repudiado en la Constitución española. Aunque, claro está, cuando las derechas han tenido mayoría en el Parlamento no han dudado en designar para ocupar dichos puestos en la estructura judicial del Estado -uno de los tres poderes- a personas que tenían el mismo o similar perfil que ahora consideran como motivo de invalidez y veto cuando los propuestos son de procedencia política distinta a la suya.
Para colmo de esta forma de entender quiénes son o pueden ser políticos y apolíticos me permitirán que termine este texto con una referencia al caso del CIS, institución que el líder del PP aquí citado mencionaba entre las once instituciones en las que el actual gobierno había cometido la “maldad” de situar a su frente a once “políticos”. Pues, lo cierto es que cuando han gobernado en España partidos de la derecha, en el caso de diecinueve de los directores o presidentes del CIS que se han nombrado -de un total de veintidós- siempre se ha puesto al frente de esta institución a personas -académicos reputados en muchos casos- con ideas políticas. Hasta el punto de que varias de ellas han acabado siendo Ministros o Secretarios de Estado u otros altos cargos en sus gobiernos. De forma que de ese largo abanico de presidentes/as del CIS, creo que solo ha habido dos o tres que fueron, más o menos, independientes. Lo cual no significa que deban ser calificados de “apolíticos”, si es que alguien logra explicarnos qué es, o puede ser, eso de ser “apolítico” en el complejo mundo actual. ¿Qué es ser apolítico? ¿Lavarse las manos como Poncio Pilatos? ¿Ser una persona tan peculiar como aquel personaje que protagonizó Peter Selles en la divertida película de “Bienvenido Mister Chance”, o ser alguien tan apartado del mundo, de sus problemas y pareceres como pretendían ser los anacoretas y los ermitaños del pasado?
José Félix Tezanos
José Félix Tezanos Tortajada es un político, sociólogo, escritor y profesor español, presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas.