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Claridad, referéndum y mucha valentía


(Tiempo de lectura: 3 - 5 minutos)

En el artículo “Lecciones de Quebec para Catalunya”, publicado en El Obrero en octubre de 2018 (1), señalé un posible escenario de solución para el bloqueo político catalán. Se trataba de una propuesta para dar salida a una situación que ya entonces amenazaba con enquistarse tras el fracaso del procés y la falta de acciones concretas para superar aquella etapa. La propuesta tomaba como referencia el modo en que un asunto semejante fue resuelto en Canadá a mediados de los años noventa del pasado siglo. Curiosamente, hace solo unos días la ha puesto sobre la mesa el actual presidente de la Generalitat de Catalunya, Pere Aragonés.

En síntesis, se trataría de plantear una consulta al pueblo de Catalunya cuya celebración y contenido serían pactados por el Estado -representado por el Gobierno español- y la Generalitat de Catalunya, y refrendados por mayoría en el Congreso de los Diputados. En ese referéndum no tendría cabida la opción independentista pero sí el reconocimiento del hecho diferencial político y económico catalán.

El modelo sería como digo el pacto que condujo al segundo y definitivo referéndum quebequés, celebrado en 1995. En ese referéndum se determinó que el pueblo de la provincia de Canadá llamada Quebec “en virtud de su soberanía”, ofrecía al conjunto de la Federación canadiense un acuerdo de asociación política y económica bajo las leyes y normativas federales, tras los oportunos retoques constitucionales a los que hubiere lugar.

Obviamente, antes de alcanzar ese trato entre los dos actores, el Estado canadiense y los nacionalistas quebequeses, ambos hubieron de asumir y aceptar la evidencia de una doble imposibilidad: la de la independencia quebequesa y la del mantenimiento del estatus quo estatal. Ese paso previo es insoslayable para poder seguir avanzando.

A continuación, y como explico en mi libro “Una quimera burguesa. De la nación fabulada al Estado imposible” (2), para desbloquear la situación y no incurrir de nuevo en el error del primer referéndum (celebrado a cara o cruz sobre la independencia), el Parlamento canadiense redactó la Ley de Claridad, cuyos puntos esenciales daban a la Cámara de los Comunes de Canadá el poder de decidir sobre el contenido final de la pregunta del referéndum de autodeterminación (que no de independencia), que en su momento presentarían a la Cámara los nacionalistas quebequeses, y también el determinar si la mayoría alcanzada en el referéndum una vez llevado a cabo era suficiente como para que el resultado fuera tenido en cuenta y finalmente refrendado por la propia Cámara, en tanto que órgano supremo de la soberanía popular de la Federación canadiense.

Tras la aceptación por las partes de la Ley de Claridad los nacionalistas quebequeses redactaron la pregunta del referéndum, que fue ratificada por el Parlamento canadiense y decía textualmente:

“¿Acepta usted que Quebec sea soberano después de haber ofrecido formalmente a Canadá una nueva asociación económica y política en el marco del Proyecto de Ley sobre el futuro de Quebec y del Acuerdo firmado el 12 de junio de 1995?”.

Es decir, Quebec, en virtud de su “soberanía”, decidía “asociarse” económica y políticamente a Canadá, en el marco de leyes y acuerdos de rango federal. La independencia no aparecía por ningún lado; aun así, la propuesta fue rechazada en las urnas por 55.000 votos de diferencia.

El Estado canadiense, sin embargo, no ha dejado desde entonces de hacer gestos de carácter simbólico y práctico, como la moción aprobada por el parlamento canadiense en 2006 a propuesta del Gobierno de entonces, declarando Quebec como una nación dentro de un Canadá unido. Los Gobiernos posteriores han profundizado en esa política de reconocimiento, combinada con la protección de los derechos de los angloparlantes en Quebec y, singularmente, de las First Nations, los nativos indios a menudo perseguidos y despojados por los nacionalistas quebequeses en sus territorios ancestrales.

En resumen, el referéndum de 1995 fue una ventana de oportunidad que el Estado canadiense ofreció a los nacionalistas quebequeses, tras haber comprendido estos que la independencia era imposible, y el Estado, que debía recoger y encauzar en parte sus reivindicaciones. Permitió a los políticos quebequeses salvar la cara delante de su electorado, y abrió otras perspectivas para este que le alejaban de un empecinamiento inútil y estéril. En consecuencia, el independentismo quebequés comenzó a diluirse.

En ese sentido, en los últimos años la sociedad y la política quebequesas han experimentado un cambio hacia parámetros más acordes con los valores vigentes en sociedades modernas y avanzadas. El nacionalismo francófono ha cedido el protagonismo casi por completo a la creación de un pujante partido de derecha clásica, la Coalición Avenir Quebec (CAQ), la mayoría de cuyos líderes y cuadros proceden del viejo nacionalismo político y empresarial quebequés.

En paralelo a esos esfuerzos, el Estado canadiense apuesta fuerte por la multiculturalidad combinada con el uso del inglés como “lingua franca” entre las diferentes comunidades en todo el territorio de la Federación. Hoy Canadá es un país sin tensiones étnico-culturales destacables, y el nacionalismo quebequés un movimiento casi residual.

En Catalunya, y en toda España, necesitamos políticos valientes capaces de asumir propuestas como esa.

(1) “Lecciones de Quebec para Catalunya”, El Obrero, 10 de octubre de 2018.

(2) “Una quimera burguesa. De la nación fabulada al Estado imposible (breve aproximación crítica al independentismo catalán)”. Ushuaia Ediciones. Barcelona, 2022.

Escritor. Ha publicado varios libros sobre literatura de viajes, investigación en historia local y memoria colectiva contemporánea. Algunos de sus títulos son “Un castillo en la niebla. Tras las huellas del deportado Mariano Carilla Albalá” (sobre la deportación de republicanos españoles a los campos de exterminio nazis), “Las cenizas del sueño eterno. Lanaja, 1936-1948. Guerra, postguerra y represión franquista en el Aragón rural” (sobre la represión franquista), y la novela “El cierzo y las luces” (sobre la Ilustración y el siglo XVIII).

En 2022 ha publicado “Una quimera burguesa. De la nación fabulada al Estado imposible” (una aproximación crítica al independentismo catalán).

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